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Comiendo plástico

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POR jorge Román |

La iniciativa que prohíbe las bolsas plásticas es solo un ”primer paso” para reducir la contaminación por plástico, explica un equipo académico de la U. Católica del Norte.

La vida actual no podría ser concebida sin los plásticos. Desde los dispositivos electrónicos hasta el instrumental médico, de la ropa a los vehículos, los plásticos son casi un símbolo de la sociedad industrializada.

Sin embargo, los plásticos también son materiales que pueden tardar cientos de años en biodegradarse. Y, mientras tanto, la acción del agua, del viento y del sol los fragmenta, transformándolos en residuos más pequeños que dañan la flora y fauna.

Los pequeños, pequeñísimos y también los ínfimos fragmentos de plástico se enredan con otros residuos y a veces los animales se los tragan, confundiéndolos con comida. Eso genera intoxicaciones, pero también una sensación de saciedad que a la larga puede provocar la muerte por inanición. Peor aun: los plásticos ya han entrado a la trama trófica (la relación nutritiva en una comunidad, similar a la cadena alimentaria, pero más compleja) y, por lo tanto, algunos alimentos que consumimos los seres humanos contienen partículas de microplástico.

Esto ocurre de forma directa o indirecta. Por ejemplo, numerosos mariscos consumidos por humanos pueden ingerir pequeñas partículas de plástico (de tamaño inferior a un milímetro), por lo que un estudio publicado por la revista Environmental Pollution estima que un europeo puede ingerir de 1.800 a 11.000 partículas de microplástico al año.

Chile no está libre de este problema: Martin Thiel, profesor de biología marina de la Universidad Católica del Norte, explicó a PAUTA.cl que también hay estudios en peces que demuestran la presencia de microplásticos en sus estómagos. María de los Ángeles Gallardo, doctora en biología y ecología de la misma universidad, coincide con este diagnóstico: “En Chile estamos recién descubriendo que hay microplásticos en peces, en centollas y en moluscos. Pero no sabemos cuánto microplástico estamos comiendo”.

Dejar de consumir productos del mar no es una solución: un estudio realizado en México descubrió que el plástico fragmentado es ingerido por lombrices, las mismas lombrices que comen las gallinas que después son consumidas por humanos. Es más: al picotear plásticos con restos de comida, las gallinas pueden ingerir microplástico por sí mismas. Gallardo afirma que en Chile también se está estudiando la presencia de microplástico en animales de corral e incluso en vacas.

Si bien los científicos coinciden en que resulta difícil determinar aún los efectos del microplástico en los seres humanos, los estudios realizados en lombrices demuestran que, dependiendo de la concentración de partículas en su organismo, su mortalidad y fertilidad se reducen.

La ciencia de la basura

En Chile se arrojan anualmente alrededor de 25 mil toneladas de plásticos al mar. Las playas del continente tienen un promedio de 27 pequeñas piezas de plástico por metro cuadrado, cifra que se eleva a más de 800 en las playas de Rapa Nui. Este exceso de residuos en la isla se explica por las corrientes marinas, que arrastran la basura del continente. “En los congresos sobre ciencias del mar ahora hay simposios dedicados solo al tema de la basura”, explica Gallardo. Es decir, la basura está dejando de ser exclusivamente un tema de salud pública para convertirse en un tema de estudios científicos.

Ante este panorama, la creación de los llamados plásticos “biodegradables” parecía ser un cambio positivo para el medio ambiente. Sin embargo, un informe publicado en 2015 por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente advierte que estos plásticos se biodegradan en condiciones muy particulares. De hecho, los que son oxobiodegradables, como algunas bolsas plásticas especiales, necesitan oxígeno y luz solar para desintegrarse, condiciones que no se dan en los rellenos sanitarios.

Además, muchos de estos plásticos se desmenuzan en partículas pequeñas, pero eso no los hace inofensivos, sino que “se convierten en contaminantes”, dice Gallardo.

Relleno Sanitario Lomas lo Colorado, en Til Til. Créditos: Agencia Uno

Tanto Gallardo como Thiel forman parte del programa de ciencia ciudadana Científicos de la Basura, en el cual participan académicos de la Universidad Católica del Norte, escolares y docentes de todo Chile. La agrupación estudia el impacto de la basura en el medioambiente y propone acciones que permitan enfrentar este problema.

La basura es un síntoma

Respecto de la ley que prohíbe las bolsas plásticas en los supermercados, Thiel dice que “es un primer paso importante”, pero que el siguiente debería ser “la prohibición de todo producto plástico desechable”. Gallardo coincide con este análisis: “El problema no es el plástico en sí. El plástico ha sido un beneficio muy grande en la exploración espacial, en la nanotecnología, en la medicina […]. El problema principal es el plástico de un solo uso”. Es decir, las bolsas, los cubiertos y platos desechables, los vasos de plumavit, los filmes plásticos transparentes, entre otros. Por ello, Thiel dice apoyar totalmente la ley que elimina las bolsas plásticas, pero confía en que “esto sea solamente el inicio de muchas otras iniciativas de ley que tengan por objetivo terminar con los plásticos desechables”.

La Asociación de Industriales del Plástico (Asipla), no obstante, se opone a esta iniciativa. Según argumentan en su sitio web institucional, “no existen alternativas a las bolsas de plástico del comercio que tengan beneficios medioambientales en un escenario de prohibición”. También afirman que “el gobierno está sacando este proyecto con un apresuramiento que no ha dado espacio a introducir indicaciones o escuchar a la sociedad civil, ONGs, sector productivo, académicos ni expertos en la materia”.

“Estoy completamente de acuerdo con que hay que pensar bien las iniciativas”, dice Thiel, “pero aquí se trata de una iniciativa que simplemente sigue el ejemplo de la Comunidad Europea (y estas sí vienen de muchos años de análisis y muy bien pensados)”. Según explica, las bolsas y otros plásticos desechables “no tienen ningún valor para el consumidor” y han demostrado ser “uno de los problemas principales en el medioambiente, tanto terrestre como acuático”.

Para problemas como este, no obstante, sí existen soluciones.

“Hay bolsas que sí se biodegradan”, explica Gallardo: “Son bolsas de papel, de féculas de papa, de piedra pulverizada con conchas de moluscos”. Sin embargo, explica que no todas las bolsas que se encuentran en el mercado están compuestas de esos elementos, por lo que se necesitaría algún tipo de certificación para distinguirlas de las que solo se convierten en partículas de microplástico.

El otro problema que releva Gallardo tiene que ver con algo más estructural: “La basura es un síntoma. Es consecuencia del sistema de consumo”. Para ella, el mercado fomenta la compra de productos innecesarios que después generan muchos residuos. “Cambiar todos los años el iPhone porque salió uno nuevo con una pantalla un centímetro más grande o un poco más de resolución es un problema social que genera mucha basura tecnológica”.

El desafío, según ella, consiste en reeducar a la gente. Acostumbrarse a las bolsas de género es algo sencillo, pero “la única forma de enfrentar el problema es que la gente que sea responsable en la forma que consume y qué es lo que consume […]. El problema de la basura es algo mucho más grande que lo medioambiental”, concluye Gallardo.