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Ana María Arón: “Creer que Aula Segura va a cambiar la violencia en los colegios es absurdo”

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PAUTA
POR Juan Manuel |

La sicóloga analiza el emblemático proyecto impulsado por el Mineduc. Mientras se está tratando de apurar al máximo su tramitación, Arón pide reflexionar en serio el asunto y asegura que medidas punitivas no ayudan a disminuir la violencia escolar.

Ana María Arón (74) es quizá una de las voces más autorizadas para hablar de violencia en Chile. Ha dedicado toda su vida a la sicología. Es profesora emérita de la Universidad Católica, plantel en el cual participa de numerosos proyectos para trabajar el problema de la violencia y actualmente es la directora ejecutiva del Centro de Estudios y Promoción del Buen Trato de la UC.

Cuando Arón habla de su carrera y trayectoria lo resume de la siguiente manera: “He trabajado durante 50 años en temas de violencia escolar, de género, intervención en crisis y ahora último en el autocuidado para sobrevivir”.

Acumula horas de trabajo en terreno y ha visitado colegios “de norte a sur” del país. Durante 10 años fue pionera en estos asuntos con el Fondef “Educación para la no violencia” y en el último tiempo se ha volcado incluso a los suicidios: “Ahí tratamos de responder por qué un joven de 16 años decide matarse… Gran parte de esas causas pasan por el clima escolar”. Los climas sociales están en la médula de la reflexión que hace sobre la forma en como se relacionan las personas y las comunidades educativas.

Durante estas semanas, cuando Arón escucha el debate sobre el proyecto impulsado por el Gobierno llamado Aula Segura y que está apunto de ser despachada del Congreso —iniciativa que pretende expulsar a los estudiantes que realicen faltas graves dentro de los colegios—, a veces se desmotiva. En esto es categórica. Desde su punto de vista, el texto del Gobierno no sirve para combatir la violencia.

—¿Cómo ha visto la discusión del proyecto? 

“La verdad es que tengo la sensación de que distrae la atención de lo realmente importante. No sé si valía la pena hacer tanto bombo con este proyecto. Además, es muy curioso el hecho de que se pretenda abordar la violencia en la sala de clases con un proyecto de ley que no tiene que ver con la sala de clases. Creer que Aula Segura va a cambiar la violencia en los colegios es absurdo”.

—¿Distrae la atención respecto a qué? 

“El proyecto parte de la base de que con medidas punitivas se puede solucionar la violencia, pero jamás la vamos a resolver así. Tengo la sensación de que no tomamos en serio lo que significa trabajar por la no violencia”.

¿Cómo fue trabajar en las escuelas con su proyecto de educación para la no violencia?

“Vimos escuelas muy dispuestas y abiertas. Trabajamos con toda la comunidad tratando de cambiar este paradigma. Ahora nos fijamos en el chiquillo, que es una brutalidad, que está con una bomba, pero hay muchas otras microviolencias que parten desde el jardín infantil. Ese es nuestro punto de partida, ya que muchas de las conductas violentas son repercusiones o represalias de este maltrato que reciben”.

En ese sentido, ¿Aula Segura tiene falencias?

Sí, yo trabajo en otro proyecto sobre climas sociales escolares y hemos visto que cuando se tiene un clima laboral tóxico se producen todas estas conductas violentas. Entonces, hay que promover lo que nosotros llamamos climas sociales nutritivos. Es algo que se inspira en la neurociencia, no son siutiquerías que se nos ocurren porque queremos tratar bien a la gente. Está comprobado que, para aprender, las personas necesitan sentirse seguras. Cuando eso ocurre, ya no se gasta la energía en cuidarse de que no te vayan a golpear, sino que ahora se puede pensar y ser creativos. Si no tienes seguridad, eso no lo puedes hacer”.

—Justamente por eso surge Aula Segura, porque hay colegios que no tienen esa seguridad.

“¿Pero qué significa seguridad escolar? ¿Que no te vayan a disparar? Por supuesto que sí hay una cosa de seguridad física, pero también esto va por otro lado. Por ejemplo, por cómo se sienten los niños y las niñas, si los profesores son amenazantes, si los profesores los someten a situaciones de estrés o situaciones de sobreexigencia. Esas también son aulas no seguras”.

—Usted hablaba de los climas tóxicos, ¿por qué se producen esos ambientes? 

“Los climas sociales tóxicos en general tienen que ver con espacios que se focalizan en los errores, son sobre exigentes, no reconocen las cosas buenas, hay mucha descalificación, se invisibiliza a la gente. Todo eso versus sentirse parte de un equipo, apoyado y reconocido por tus pares, por tus profesores, sentir que tienes derecho a equivocarte, aceptar las diferencias. Hay que instalar al interior de las aulas capacidades de meditación para que los niños y los profesores puedan autorregularse y bajar las revoluciones antes de empezar a trabajar. Cuando los climas son tóxicos no dan ganas de estar ahí”.

—¿Produce rechazo? 

“Sí, hoy día a los chiquillos los invade una sensación de que son máquinas para producir conocimiento y de llenar pruebas. Nadie se preocupa si están contentos, si lo pasan bien, si hacen lo que le gustaría hacer. Esa es una tremenda falencia de nuestro sistema educativo”.

—¿Cómo explicarles a los apoderados o estudiantes que la expulsión no es necesariamente la solución a la violencia? 

“Eso es muy difícil y cuesta que resulte, porque esto que estoy contando es un cambio cultural que requiere mucho tiempo. En cambio, Aula Segura es inmediato y muy efectista. Es como decir que para terminar con la delincuencia vamos a construir más cárceles. En la cultura moderna eso tiene sentido, pero no siempre fue así. Mi punto es que debemos preguntarnos qué es lo que pasa, por qué esa gente está reaccionando así. Muchas veces la agresividad tiene que ver con percepciones de injusticia, pero la solución no está en medidas punitivas”.

—¿En la expulsión? 

“Piensa en un sistema que expulsa a niños y niñas. ¿Dónde está el propósito del sistema educativo? Es obvio que el estudiante que tiene faltas graves como lanzar una bomba molotov debe tener consecuencias, pero insisto, para que alguien haga una cosa así tienen que pasar muchas cosas antes. Hay una secuencia que uno debiera ser capaz de predecir”.

—Hay que intervenir a tiempo. 

“Cuando hay una crisis significa que estamos ante el resultado de un proceso que se venía gestando desde hace tiempo. ¿Qué pasó, quiénes son estos chiquillos, de dónde vienen y cómo los podemos ayudar? El objetivo de la educación debiese ser ese, no la euforia por meterle el conocimiento a la gente como una especie de máquina moledora para que después salga un producto que es una salchicha súper procesada con todos los aditamentos”.

—El alcalde Felipe Alessandri comentó que “esas manzanas podridas tenemos que sacarlas de una buena vez de los colegios”.

“Esa imagen de la manzana podrida es muy deshumanizada. ¿Quién determina cuál es la podrida? Siguiendo con esa misma lógica, ¿queremos manzanas todas iguales? Las manzanas que produce la naturaleza son todas distintas y a lo mejor unas tienen una protuberancia, no son redonditas, son más feas y a alguien se le podría ocurrir que hay que sacarlas para que sean todas iguales. Además yo trabajo con lo que serían las ‘manzanas podridas’ y una manzana podrida, para seguir con eso, puede ser maravillosa para hacer sidra o tutti frutti. El concepto de que sólo lo perfecto es lo que vamos a conservar es muy poco humano”.

—¿Cómo podría explicarle al apoderado del INBA que hay otra forma posible de combatir la violencia? 

“Habría que trabajar con ellos, abrir espacios de conversación y reflexión porque los apoderados no sólo son los clientes que consumen la educación. Habría que preguntarles, por ejemplo, qué piensan que habría que hacer. Los pares son los mejores jueces para este tipo de cosas, a veces mucho más drásticos que lo que pueden ser los adultos, pero en una lógica de ellos. Cuando les pones la responsabilidad a los mismos chiquillos salen cosas tremendamente creativas y además los habilitas a ellos como reguladores sociales de lo que está pasando”.

—Al escucharla a usted es evidente pensar que el barco del sistema educativo va para otra parte.

“O no va a ninguna parte…”.

—¿Cómo encausarlo? 

“Para seguir con la metáfora, es muy difícil arreglar el barco cuando va navegando. A lo mejor hay que llevarlo a puerto y armarlo de nuevo, pero mientras el barco sea construido en los astilleros por quienes no tienen nada que ver con las personas que van a vivir en el barco seguirá pasando esto”.

—¿Falta pensar más en el futuro de la educación? 

“El autor Daniel Goleman lleva mucho tiempo trabajando en educación impulsando todo el tema del mindfulness. Una vez alguien le hizo esta misma pregunta: ¿qué va a pasar en el futuro? Su respuesta fue: ‘El futuro ya está aquí, lo que pasa es que está muy desigualmente distribuido’. Lo comento porque si vas a los colegios del barrio alto los cursos son chicos, los niños se sientan en el suelo, los ves más libres, tienen meditación, baile, teatro. Si uno pensara cuál sería uno de los primeros puntos de una verdadera reforma educacional debería ser reducir los cursos a la mitad. Ninguna reforma resiste que un profesor esté con 40 adolescentes en una sala de clases”.

—¿Los colegios vulnerables pueden combatir sus ambientes tóxicos sin necesidad de recursos extras? 

“¡De todas maneras! Sólo el hecho de reconocerles a los estudiantes las cosas positivas, de rescatar las buenas prácticas y de dar un espacio para lo que nosotros llamamos el cuidado y autocuidado de los equipos docentes… No es cierto que lo nutritivo esté sólo en los niveles socioeconómicos altos, porque tenemos colegios de élite que son un espanto en términos de malos climas laborales, malas exigencias con los cabros, violencia, abuso. Se puede, pero vende poco, no es noticia”.

—¿Y cómo Aula Segura podría contemplar este diagnóstico?

“(Silencio) Hay que convencer a tanta gente… Y para partir, ayudemos a echar circular estas ideas para que lleguen a las cabezas de quienes toman las decisiones”.