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Las prédicas del sucesor de Karadima en El Bosque

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POR Eduardo Olivares |

El párroco Carlos Irarrázaval habla del dolor de las víctimas, cuestiona el papel de los sacerdotes con “taras” y pide entender a los obispos “mayores”

Atiborrados con abrigos y bufandas, los feligreses siguen entrando. Es sábado por la noche. Ingresan por la nave central y la nave lateral de esta iglesia construida hace 79 años, en avenida El Bosque, Providencia. Es la parroquia de los Sagrados Corazones, más conocida como la parroquia de El Bosque y tristemente célebre desde 2010 como la parroquia de Karadima. Es el lugar que marca el inicio concreto y simbólico de la gran crisis de la Iglesia Católica chilena por su historial de abusos, y que la semana pasada se coronó con la presentación de renuncia de todos los obispos.

Es fin de semana largo. El recinto no está lleno, pero hay unas 200 personas dispuestas ya escuchando al sacerdote Carlos Irarrázaval Errázuriz (53 años), quien oficia la ceremonia. Comienza su prédica. No demora en entrar a lo que todos esperan en este templo, varios de ellos antiguos asistentes de las misas del propio Fernando Karadima. 

Parroquia de los Sagrados Corazones de El Bosque.
Crédito de la imagen: Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de Providencia

“El Papa les ha recordado a nuestros obispos que deben ponerse en el lugar de Jesucristo, porque si no somos la Iglesia de Jesucristo, de quién somos”, afirma Irarrázaval, dueño absoluto de la palabra y sus silencios. “El terremotazo no fue sólo aquí y no es solo un tema de esta comunidad. Todavía están reventando casos. Quisiéramos que reventaran todos, que se acabaran las vidas dobles que llevan a algunos”, continúa, “en lo que es la vida doble: vivir en apariencia por un lado y otra realidad por el otro, en una dicotomía, una esquizofrenia tan brutal”. En su mensaje de esa noche del 19 de mayo cuestiona esa dualidad inconsecuente. “Son nuestras inconsecuencias las que nos desfiguran”.

Habla en medio de dos grandes andamios dispuestos allí, en el presbiterio. Son una donación de la empresa Ulma, cuyos directivos supieron que el sacerdote buscaba reparar la pintura de todo el templo. Son andamios solos, cuenta el prelado, porque aún falta la pintura y echar a andar la mano de obra. Hace las comparaciones metafóricas de rigor entre esos armazones y la Iglesia Católica. Pide orar por las víctimas de los abusos.

Los andamios están instalados en el presbiterio de la parroquia, a la espera que los trabajos de restauración.
Crédito de la imagen: PAUTA.cl

Los feligreses escuchan atentos, varios de ellos con los ojos cerrados, otros asintiendo con la cabeza. El párroco ha hablado algunas veces de estos “remezones”, porque no viene al caso ocultar lo que representa El Bosque. Pasadas las 21 horas se despide de todos, dando la mano a quien se acerque y conversando con quien lo desee.

El “terremotazo”

Ninguno de los obispos que se formaron al alero de Karadima en El Bosque oficiaron misas al día siguiente, el 20 de mayo. Ni Juan Barros (Osorno) ni Horacio Valenzuela (Talca) ni Tomislav Koljatic (Linares) participaron en las ceremonias de sus diócesis.

El párroco de El Bosque, en cambio, vestido con su alba y sobre ella su casulla roja, con zapatos negros sencillos, vuelve para su misa dominical. Es mediodía y el sol entibia a los devotos que van entrando mientras otros feligreses van saliendo (hay misas antes esa mañana). Las 34 bancas en la nave central y la veintena de la nave norte están repletas. Hay personas que se quedan en los costados, de pie, y varios más escuchan afuera mientras cuidan a sus hijos pequeños. 

Cuando comienza su prédica, el sacerdote tarda segundos en hablar de lo sucedido con los obispos y el Papa. Es una reunión, dice, “que remece, que retumba”. 

“Salta a la luz algunos de los textos del Papa, pero seguramente eso es poco frente a lo que ha podido conversar y ha podido escuchar y han podido meditar cada uno de nuestros pastores”, se escucha perfecto a través de los parlantes Bose adosados a los pilares. “No nos sentimos capaces de enfrentar la ‘tole tole’ donde estamos, en donde siguen saliendo a la luz situaciones dolorosas, en donde hombres y quizás también mujeres —no han salido temas de mujeres todavía, pero puede haberlos— no han sido fieles a su consagración. Nos descolocan, nos terremotean. Quisiéramos que salieran todas a la luz de una vez por toda, porque es como el terremoto en donde se sigue con las réplicas”, avanza con pausas breves.

Afuera, mientras el sol baña los jardines de la parroquia, resaltan unos papeles pegados a unas puertas a lo largo de unos pasillos en las oficinas del templo. Hasta hace unas semanas, esas puertas eran simples puertas sólidas: hoy tienen cuadrados de vidrio para hacerlas transparentes. Son parte de los cambios que el sacerdote ha realizado en su período a cargo de esta iglesia.

Irarázaval está allí desde el 19 de junio de 2011. El mandato original era por seis años, pero ya lleva casi siete. Designado por el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, llegó a reemplazar a Juan Esteban Morales, el último de los sacerdotes vinculados con Fernando Karadima que estuvo en esa parroquia.

Hay personas que arrojan huevos a la entrada de la iglesia.

“Quisiéramos ayudar a quienes han sufrido”, prosigue. “Y me consta que algunos de quienes han sufrido aquí, en esta casa, están entre nosotros celebrando, con las confianzas, aunque heridas, de algún modo restauradas”.

Su mensaje encuentra asilo en los casi 350 asistentes que llenan el recinto. Dice que hay periodistas en la parroquia que están haciendo su trabajo, que los medios de comunicación han ayudado a develar la verdad, pero también pide respeto para evitar que el morbo revictimice a quienes han sido abusados.

Tras terminar su misa, se queda largos minutos conversando con quienes le agradecen el sermón. Algunos incluso le desean que sea convocado para un cargo de mayor responsabilidad. “Por ningún motivo”, les responde rápidamente.

Los pecadores

Una joven que está por viajar a Inglaterra le dice que necesita confesarse. Mientras el sacerdote está ocupado dando ese sacramento, algunas fieles se acercan a los dos periodistas presentes para contarles cuánto ha cambiado la parroquia desde que llegó Irarrázaval. Dicen que el ambiente está mucho mejor desde la crisis que terminó con la salida de Karadima.

El párroco, con una sonrisa tenue, retorna y comenta su homilía. Dice que la feligresía está volviendo, que “el escándalo del pecado ocurrido aquí” saltó a la luz gracias al valor de las víctimas y que esa verdad “sana”. Su voz es calma, entrenada con tanto oficio sacerdotal.

Desearía que los principales denunciantes de Karadima, James Hamilton, Juan Carlos Cruz y José Andrés Murillo, volvieran a esa parroquia, pero entiende que no lo hagan. “Ellos son las tres figuras, pero hay muchos otros que, de distinto tipo, han sufrido”, afirma. “A veces nos reducimos a estas tres víctimas que son las que mediáticamente aparecen, pero son muchos más, de todas las edades, que han sufrido con lo que ha pasado. Son víctimas de distinto tipo”. 

Cuenta que él mismo ha debido canalizar una denuncia, aunque de una persona de otra diócesis. “Entiendo que el sacerdote está suspendido del ministerio. Ha sido juzgado canónicamente; civilmente no estoy seguro, porque en ese caso era una persona adulta la que vino conmigo, y era más bien un tema entre adultos”, responde.

Para el párroco de El Bosque, los pecadores merecen la misericordia católica.

“Al pecador yo no lo puedo juzgar, el juicio es de Dios; habrá juicio humano y las leyes están, tanto canónicas como civiles, y el delito hay que enfrentarlo”, comenta. Se detiene en ellos, los victimarios: “Tenemos que aplicar la misericordia con el que ha sufrido el pecado y también con el que lo ha cometido, para levantarlo, y decirle ‘ya, poh, no volvái a pecar’, un poco como lo que el hizo el Señor con la adúltera”.

Tal vez por eso ha intentado ir a ver a Fernando Karadima. Pero no lo ha hecho. “No tengo problemas en ir a verlo. En algún momento quise ir a verlo y una vez traté de ir a verlo, pero no se han dado las cosas, no por mí. Yo habría querido ir, pero la prudencia ha hecho que algunos me pidan que no vaya. Otros también quizás no quieren que vaya. Eso hay que respetarlo”, cuenta.

Las diferencias con los obispos mayores

En conversación con PAUTA.cl, el sacerdote profundiza sobre dónde deben estar los abusadores y las diferenciales generacionales entre los prelados chilenos.

—Buena parte de lo que se ha visto en la Iglesia Católica ha sido la crítica al encubrimiento de los abusos, pero también a una suerte de defensa colegiada. ¿Cómo toma ese hilo crítico?

“Creo que tenemos que ser sinceros. Hasta hace 15, 20 años, ¿cómo se trataba el tema de los abusos en las familias”.

—No se hablaba.

“O sea, [la situación era que] llegaba mi hermano, que me han dicho que ha abusado de mis hijos y yo le decía a mi señora ‘oye, esconde a los niños, porque llegó mi hermano’”.

—¿No se enfrentaba?

“No se enfrentaba. Se callaba y a lo más se escondía a los niños y se estaba ahí, atento. Hoy día ese hermano mete a su hermano a la cárcel”.

—¿Dice usted que este cambio es de la sociedad?

“La sociedad ha dado un vuelco, ¡gracias a Dios! El abuso hoy día no se tolera. No me calza a mí cómo no se tolera el abuso de niños y sí se tolera el aborto, que es un abuso brutal hasta la muerte de un niño. No me calza. Es una cuestión en la que no hago clic, humanamente hablando, no como cura, sino como ser humano. Pero me encanta que se haya dado ese vuelco, de que tengamos el cuidado y el respeto por los niños, que cuando son vulnerados a tierna edad los marcan para toda la vida. Son muchos los tipos de abuso, no solamente el abuso sexual”.

“Hay un tema social que también nos llega a nosotros. Pero obviamente a nuestros obispos, sobre todo a los obispos mayores, los pilla en su hechura, que es la hechura de nuestros mayores. Son nuestros abuelos y les cuesta enfrentar esto. Nosotros, los jóvenes, somos más radicales, somos más ‘ta ta pum’. Ahí hay algo social, que no quiero que signifique justificar el tema. Estamos aprendiendo a palos, pero aprendiendo”.

“Me gusta que aparezca un protocolo, se ha tenido que legislar. La ley —y yo estudié cuatro años derecho—, la ley aparece cuando queda el desorden y hay que ordenar”.

—¿Eso está haciendo el Papa, ordenando la Iglesia Católica?

“Obviamente. Estos problemas no se habían visibilizado, porque a lo mejor se daban y no se visibilizaban. Ahora hay que enfrentarlos, por un lado con la parte reglamentaria, la ley, el tolerancia cero, que lo venimos viendo desde el Papa Juan Pablo, que le tocó los primeros reventones; con fuerza el Papa Benedicto, con fuerza el Papa Francisco. Y ahí todos los obispos tienen que aterrizarlo en sus respectivas diócesis”.

Párroco Carlos Irarrázaval

—En Argentina hubo en 2001 una crisis política y uno de sus eslóganes era ‘que se vayan todos’. ¿Le parece que hay algo parecido aquí cuando se habla de los obispos? ¿Que venga una renovación con los más jóvenes?

“Hay que tener cuidado. No hay que juzgar a las personas, hay que juzgar los hechos. La ley pareja a veces es dura, pero cuando se mete a todos en el mismo saco, eso puede llegar a ser injusto. Hay que tener cuidado de no terminar siendo victimarios. Es una cosa que pasa a veces: que las víctimas, cargadas con el dolor, terminan siendo victimarias. Hay que evitar que eso pase. Cuando ves que una sociedad, y sucede en Chile también, ante los abusos vividos en el mundo político, en el mundo social, responde abusando, lo único que hace es construir una espiral de violencia, una espiral de odiosidad. Nada sano. Aquí alguien tiene que cortar con sanidad y eso es importante también decirlo”.

“Por eso tenemos que rezar por las víctimas y rezar por ellas, para que sanen sus heridas, para que puedan descansar y, junto con ello, trabajar para que nunca más vuelve a ocurrir esto”.

—¿Tampoco sería práctico que la Iglesia, en sus distintas diócesis, quedara descabezada?

“Tenemos que rezar mucho por el santo padre y sus colaboradores, porque tiene que tomar las decisiones que tenga que tomar para ver a qué diócesis le pide algún sacrificio mayor o menor, y a quién les encomienda enfrentar la situación en cada una de las diócesis según las dificultades que pueda haber en cada una de ellas. Yo no tengo idea. Apenas sé algo de lo de Santiago, pero parece que este tema no es de Santiago nomás”.

—Se está viendo ahora en la Diócesis de Rancagua.

“Claro”.

—En su homilía del sábado usted decía que ojalá reventaran todos los casos que tengan que reventar para empezar por fin de cero.

“Es tremendo. Yo entendería que los abusadores que existen con esto se frenen. Quisiera que no volvieran a hacerlo nunca más. Pero también quisiera que saliera a la luz, porque seguramente tienen una tara, una enfermedad sicológica, siquiátrica, que los pone en constante riesgo de hacerlo de nuevo. Las ciencias auxiliares, como la sicología, la siquiatría, hoy día sí nos dicen; hace 20 años no lo decían. Es importante sacarlos de circulación para que no pongan en riesgo a inocentes”.

—¿Dónde tienen que estar esas personas?

“Habrá que ver, habrá que ver. Claramente habrá que ver qué tara tienen. Si es un tema con menores, hay que alejarlos de cualquier acechanza a menores. Podrá pasar a ser capellán de algún monasterio, con la verdad de que todos sepan lo que le pasa y que le ayuden. Porque la verdad te hace libre, la mentira te encadena. Sabiendo la verdad de este pobre, lo ayudamos a que no se caiga y lo ayudamos a que no se exponga. Pero la verdad la conocemos todos. Ahora, también es cierto que hay un pudor. Es cierto que no podemos, como Caín, marcar la señal para que camine por todos lados, ‘oye, ese gallo tiene la tara’. No, porque si lo queremos rescatar de alguna manera tenemos que ayudarlo. Pero no podemos exponerlo a que vuelva a caer. En eso, las autoridades de la Iglesia tendrán que enfrentar cada caso en particular, me imagino. Es muy delicado”.

Los jóvenes

El mismo párroco ofrece la misa de las 20 horas del domingo. Ha estado toda la tarde en reuniones eclesiásticas y se aparece aquí sin mostrar cansancio. En su homilía vuelve a hablar de lo que esta parroquia representa. Y ante él hay sentados tantos feligreses como en la mañana, pese al frío, a la hora y al fin de semana largo. El lugar está lleno, solo que ahora casi sin niños. El prelado se demora mucho más rato en despedirse, pues muchos quieren su momento a solas.

A un costado, en una sala de oración, lo espera un grupo de jóvenes. Se preparan para el décimo sínodo convocado por el Papa Francisco y que trata sobre la juventud, la fe y la vocación. El “padre Carlos”, como le llaman, los mira y, envuelto en su casulla roja, comienza a hablar.

El párroco Carlos Irarrázaval se reúne con jóvenes para la preparación del X Sínodo de la Iglesia.
Crédito de la imagen: PAUTA.cl