Economía

El empleo refleja otra múltiple desigualdad entre hombres y mujeres

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POR Marcela Gómez |

Las mujeres obtuvieron el 83% de los empleos creados el último año, pero eso no cambia los problemas que enfrentan para ganarse la vida.

Partió con denuncias de abuso sexual y discriminación a las mujeres en diversas universidades, pero no paró allí. El debate público que generó el movimiento feminista a nivel universitario ha ido creciendo, saliendo del ámbito educacional para transformarse en una demanda nacional por mayor equidad de género, fin a los abusos y erradicación de las discriminaciones que enfrentan las mujeres.

La inserción laboral es un ámbito donde esas desigualdades se expresan con fuerza, ya que la autonomía económica es un factor clave para hacer viable el proyecto personal. Un dato: en Chile, del total de personas mayores de 15 años sin ingresos propios, el 76% son mujeres.

Con todo, el empleo femenino hoy está viviendo un buen momento: en los últimos 12 meses la economía creó poco más de 183 mil empleos y las mujeres se quedaron con el 83% de ellos. Más importante aún: de este total, los nuevos empleos asalariados llegaron a poco más de 149 mil plazas, de las cuales 147 mil fueron ocupadas por mujeres y apenas 1.600 por hombres.

Sin embargo, los expertos advierten que esto es solo un fenómeno coyuntural asociado al ciclo económico. Si bien se ven avances en distintas áreas, como un mayor participación laboral femenina y mayores posibilidades de acceder a empleos de calidad debido a mayores niveles educacionales, los problemas estructurales que frenan la inserción laboral de las mujeres no se han visto modificados: leyes que hacen recaer exclusivamente en las mujeres el costo del cuidado infantil, contratación mayoritaria en sectores con menores salarios y productividad, y oportunidades que se concentran en las mujeres de altos ingresos y que relegan a las más vulnerables.

Cifras esperanzadoras

La participación laboral, que revela cuántas mujeres mayores de 15 años están trabajando o buscando empleo respecto de la población femenina total, casi llega al 50% en los datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Si en el trimestre enero-marzo de 2010 ese indicador llegó al 43,3%, en igual lapso de 2018 se empinó a 49,3%. El aumento no ha sido a costa de los hombres, ya que para ellos el indicador se ha mantenido en torno a 71% todo el periodo.

También hay mejoras en la tasa de desocupación. Si en el primer trimestre de 2010 este indicador para las mujeres llegó a su nivel más alto en los últimos ocho años, empinándose a 10,8%, la cifra bajó a 7,9% en igual periodo de 2018. Aunque la cifra se mantiene por sobre la desocupación masculina (que en los años citados llegó a 7,9% y 6,2%, respectivamente), el ajuste a la baja ha sido más fuerte para las mujeres: 2,9 puntos porcentuales, versus 1,7 de los hombres.

El INE no es la única entidad en reportar estos datos. La Encuesta de Ocupación y Desocupación en el Gran Santiago, que elabora el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, revela que entre septiembre y diciembre de 2017 el desempleo femenino fue menor al masculino por primera vez desde 2011. Además, la participación laboral de las mujeres “sobrepasó el 50% en 2012 y creció 10% total en últimos 20 años, aunque todavía está lejos del 70% que muestran los hombres”, comentó el economista Fabián Duarte, que dirige dicho centro.

En general, las mujeres acceden a empleos con salarios más bajos y en actividades asociadas a su rol tradicional en el hogar.

A pesar de estas cifras positivas, el INE reporta que la tasa de desocupación femenina sigue superando a la masculina en todos los tramos de edad, incluso en los rangos en que ello no podría atribuirse a los costos asociados a la maternidad que frenan la contratación de mujeres. 

“Que el desempleo de las mujeres usualmente sea más alto que el de los hombres es un problema estructural del mercado laboral. Esa preferencia por los hombres se asocia a razones culturales y también legales. Por ejemplo, las leyes laborales replican la carga cultural que hace recaer en las mujeres los costos de cuidado infantil y de familiares dependientes. Eso frena su participación y también hace más costosas a las que se integran”, comentó el investigador de Clapes UC Juan Bravo.

Actividades “feminizadas”

¿A qué responde el alza del empleo femenino en el último año? Según Juan Bravo, al auge que han vivido actividades económicas de servicios que tradicionalmente contratan mujeres, como enseñanza y salud.

“En servicios en general la presencia femenina es mayor, a diferencia de lo que ocurre en minería o construcción donde los ocupados son esencialmente hombres. En general, en periodos de frenazo económico se resienten más las actividades intensivas en inversión como la construcción y la minería: por eso en los últimos cuatro años el empleo más afectado fue el de hombres. En cambio, los servicios suelen tener más estabilidad y son menos sensibles al ciclo económico”, explicó.

El INE ha categorizado a enseñanza, salud y actividades de los hogares como empleadores (que incluye empleo doméstico) como actividades feminizadas. Esto no implica sólo que tengan más mujeres trabajando, sino además que comparten otras características: son actividades más cercanas al rol tradicional de la mujer en el hogar, con una menor productividad, bajos ingresos promedio y menor uso de tecnologías e innovación.

Los datos revelan que entre 2013-2018 los sectores con mayor número de ocupados son comercio, industria, agricultura y construcción, de los cuales sólo industria tiene cierto equilibrio en la contratación de hombres y mujeres. Pero en dicho periodo, enseñanza y salud aumentaron el total de contratados en más de 100 mil personas, desempeño que sólo comercio iguala entre los sectores citados.

Fabián Duarte, director del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, resume que “cuando se miran las cifras en el largo plazo, la situación ocupacional de las mujeres ha mostrado algunos cambios:  ha disminuido el trabajo doméstico, se ha incrementado el trabajo cuenta propia. El trabajo femenino está concentrado en los sectores más precarios. No hemos visto cambios estructurales en el último tiempo”.

El efecto de la educación

Uno de los aspectos más determinantes para la inserción laboral de las mujeres es su nivel de educación. Un estudio específico del INE sobre la brecha laboral de las mujeres detalló que las mujeres que tienen empleo se concentran entre las que cuentan con educación secundaria y universitaria. El organismo reportó que en 2016 el 22,7% de las mujeres que trabajaban tenía educación universitaria y el 15% educación técnica, lo que se compara favorablemente con el 20,2% y 11,4% de los hombres, respectivamente. La educación media es mayoritaria en ambos sexos y está en torno al 44%.

Las mujeres con educación técnica y universitaria ven crecer sus posibilidades de conseguir un empleo, incluso más que un hombre con igual calificación.

Fabián Duarte agregó que el aumento de la matrícula femenina en educación superior ha impulsado la participación laboral de esas profesionales en forma más intensa que quienes sólo tienen educación media. “Esto es muy interesante, porque muestra que culturalmente hay cambios, que los empleadores se han dado cuenta de que las mujeres pueden ser incluso más productivas y comprometidas que los hombres. Esto tiene que ir acompañado de políticas públicas que incentiven la contratación de mujeres, con cambios en los seguros de salud y provisión de sala cuna, por ejemplo”, comentó.

No obstante, el economista advirtió que, si bien la educación de las mujeres está aumentando y esto les abre más puertas, es necesario hacer esfuerzos especiales para apoyar a aquellas con niveles educacionales más bajos, que además habitualmente son más vulnerables económicamente. La encuesta CASEN 2015 confirma que en el primer decil de ingreso autónomo (sin las ayudas del Estado), las mujeres que tienen empleo llegan al 19,1%, mientras que en decil 10 esa misma cifra sube a 66,4%.

La experta en temas de género Pamela Farías, exdirectora de la fundación de Promoción y Desarrollo de la Mujer (Prodemu), sostuvo que las mujeres con menos formación y más vulnerables, que además tienen más hijos, tienen inserciones laborales más precarias, en servicios que requieren menos preparación o derechamente permanecen inactivas. “El costo de trasporte y cuidado infantil no es todo; también deben considerar que los horarios de los servicios no siempre permiten que las mujeres trabajen. Por eso, las más vulnerables resuelven mejor sus condiciones de vida estando inactivas y recibiendo subsidios sociales que buscando trabajo, ya que sólo podrían acceder a empleos con bajos salarios”, explicó.

Esta realidad, añadió, no se resuelve sólo con políticas de cuidado infantil, porque hay desafíos más estructurales en materia de desigualdad y salarios. La oferta pública de capacitación para este segmento de trabajadoras “ha tendido a reproducir el rol tradicional, con programas de peluquería, masajes o cocina, que son actividades con bajas remuneraciones. Las experiencias de inserción en otras actividades, como manejo de grúas o construcción, no ha logrado aún los impactos necesarios y son pocas las que terminan contratadas”.

Cuidar a otros, ¿un lastre?

No sólo el nivel de educación es una barrera para la inserción laboral femenina: también lo es el hecho que las mujeres siguen asumiendo la tarea de cuidar no sólo a sus hijos, sino también a los familiares.

“En toda la región el cuidado es un freno para la inserción laboral femenina. Las mujeres una vez que dejan de criar a los hijos tienen que hacerse cargo de sus padres y muchas veces también de otros familiares enfermos o postrados. Se supone que esto es una responsabilidad de la familia, pero recae en las mujeres”, afirmó Pamela Farías. Los datos avalan su afirmación. Según la Casen 2015, el 11,4% de la población económicamente activa se encontraba fuera de la fuerza de trabajo por razones de cuidado o quehaceres del hogar, promedio que oculta que el 20,9% son mujeres y apenas un 0,4% son hombres.

“La necesidad de cuidado ha generado nuevos servicios que hoy el mercado provee si hay recursos: salas cunas, senior suites, atención de enfermería en el hogar. Pero también abre una nueva responsabilidad para el Estado de proveer estos servicios para quienes no pueden costearlos y como una política de promoción de la inserción laboral de las mujeres. Es una demanda social nueva que es muy difícil de abordar por sus costos”, añadió la experta en género.

Según la Casen 2015, el 30,2% de las mujeres del primer quintil de ingreso autónomo estaba fuera de la fuerza de trabajo por razones de cuidado o quehaceres del hogar, cifra que va descendiendo mientras más se sube en la escala económica, hasta llegar al 10,9% en el quinto quintil.

Las otras brechas

El listado de las brechas de género en el mundo laboral no termina aquí. La mujeres que logran emplearse viven la realidad de recibir salarios menores. Según la Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE, el ingreso medio de los hombres en 2016 fue de  $601.311, mientras que para las mujeres llegó a $410.486. O sea, una brecha de género de 31,7% en desmedro de las mujeres. Además, las mujeres que tienen un empleo asalariado (con contrato y previsión social) perciben un ingreso por hora 10,7% menor al de los hombres.

El acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad y decisión también es limitado. Los datos del INE para 2016 señalan que el 64,9% de ellos fue ocupado por hombres y un 35,1% por mujeres. Esa diferencia también es aún más fuerte en el numero de mujeres directoras de sociedades anónimas abiertas que son parte del índice IPSA de la Bolsa de Comercio de Santiago.