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Hussein Ibish: “La ‘cultura del veto’ se alimenta de la gente que cede ante la presión”

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POR Fernanda Valiente |

El investigador del Instituto de los Estudios del Golfo Árabe en Washington es parte del grupo de intelectuales que firmó la Carta de Harper’s. En una entrevista con PAUTA explica su creciente preocupación por cómo las redes sociales están controlando el debate público.

Detectando una serie de momentos incómodos, en donde se ha apreciado un creciente ambiente de censura en torno a temas públicos y de minorías, más de 150 intelectuales (escritores, artistas, académicos, periodistas) en Estados Unidos firmaron y publicaron el 7 de julio la “Carta sobre la justicia y el debate abierto” en la revista estadounidense Harper’s.

En el texto, los signatarios sostienen cómo se acrecienta la intolerancia en un mundo llamado a incentivarla, y sobre todo acusan de ese movimiento censor a la izquierda progresista que la mayoría de ellos apoya.

Hubo una respuesta (“Una carta más específica sobre justicia y debate abierto“), publicada en The Objective unos días después y firmada por más de 160 personas —principalmente periodistas—, que cuestiona que los intelectuales de la carta de Harper’s se quejan pese a pertenecer a una élite. Se postula que más bien deberían abogar por abrir los espacios a las minorías cuyas opiniones suelen quedar a la sombra de las principales corrientes de opinión.

La falta de tolerancia en la izquierda 

En una conversación con PAUTA, el investigador del Instituto de los Estudios del Golfo Árabe en Washington Hussein Ibish —columnista de Bloomberg y autor de tres estudios en torno a los crímenes de odios y discriminación contra los árabes americanos—, explica las repercusiones del miedo a hablar. Es uno de los signatarios de la Carta de Harper’s, uno de cuyos elementos centrales es el tratamiento a lo que se denomina la cancel culture, que aquí traduciremos como “cultura del veto”.

-La Carta de Harper’s menciona una nueva base de actitudes morales y compromisos políticos que percibe como peligrosas. ¿A qué se refiere con iliberalismo?

“Pienso que, en este contexto cultural, iliberalismo se refiere a una intolerancia frente a opiniones disidentes. Es una demanda de sometimiento para cierto conjunto de ideas, o frases incluso, que todos deben aceptar y repetir. Entonces se convierte en algo casi autoritario, incluso desde un punto de vista liberal. Todavía existe esa idea de que hay que seguir a la autoridad, en vez de seguir lo que la gente realmente quiere. Es lo que ocurre con el ritual religioso. La persona muchas veces reza, aunque el cura no se sabe lo que esa persona está pensando. Es una señal de sometimiento a la autoridad para que el poder sea confirmado. Al poder no le importa lo que realmente piensas mientras te sometas al ritual. Y eso se puede aplicar en un contexto político. ‘¿Te estás sometiendo a mi autoridad? No me importa realmente lo que pienses porque no lo puedo saber, sino que tus palabras comuniquen mi poder'”. 

-¿Qué lo hizo firmar esta carta?

“Para mí ha sido una acumulación de incidentes que tienen que ver con lo que considero como sobrerreacciones. La amenaza que enfrenta la libertad de expresión es muy severa. Creo firmemente que, si queremos defender un principio como la libertad de expresión que es uno de los más fuertes en el mundo, debemos ser igual de limpios en la izquierda. Posiblemente lo que fue la génesis de esta carta fue el despido de James Bennet, como editor del New York Times después de la publicación de la columna del senador Tom Cotton. Haberlo sacado del medio por quejas del equipo y de los lectores que consideraron tal publicación como un error imperdonable, fue despedir a alguien de una institución muy importante de una forma bastante poco razonable. Fue una derrota para los principios de la tolerancia y de la libertad de expresión, y de la integridad editorial”.

“Hay otros casos de personas siendo expulsadas de universidades por tuitear opiniones que no son indignantes. También está el caso de la persona que fue removida por promover la investigación de que las protestas sin violencia son más eficientes como un instrumento de cambio político que las protestas violentas. Es un argumento razonable y solo tuitear acerca de estos estudios no es un motivo para despedir a alguien. Otro ejemplo fue el incidente en un entorno corporativo de alguien que debió renunciar por dichos sobre mujeres en combate hace 30 años. Y bueno, la cultura ha cambiado. Si todos revisamos lo que escribimos hace 30 años estaríamos en grandes problemas. La carta apunta que hay un incipiente sentido de intolerancia acercándose a la izquierda. Intolerancia al racismo es una cosa. Pero convertirse en doctrinarios cuando existe una diversidad de miradas no es lo que la izquierda debería representar“.

La lucha en la academia

-¿Cómo la falta de un debate abierto puede afectar a la democracia?

“La puede matar. La matará. Sin libertad de expresión no tienes democracia. Y el punto de la carta es que en Occidente en general la amenaza a este principio viene en su mayoría desde la derecha extrema. Por otro lado, hay una historia de gente en la izquierda que está reduciendo los debates y tomando juegos intolerantes. No tienes que ir a la era de Stalin para encontrar ejemplos. Hoy existen versiones mucho menos feroces. Creo que la carta quiere decir que hay ciertos valores en los que creemos no porque son estratégicamente útiles para derrocar a los populistas y a los racistas, sino que los tomamos porque son correctos. Son fines en sí mismos. Cuando empezamos a ver comportamientos de ofender a otros por tomar posturas que no son extremas o cuando expulsan al editor de un medio importante por publicar un artículo que es argumentable en un medio, es un poco aterrador”.

-¿En qué medida la conformidad ideológica y el miedo a la intolerancia afectan hoy al mundo académico?

Las universidades deben tomar una postura muy fuerte en insistir en abrirse a escuchar. La mayoría de los profesores en las universidades son centristas. Pero, según las cifras, la mayoría de ellos se inclinan hacia el ala izquierdista. Entonces la derecha demanda cierta cantidad de cupos para profesores del ala derechista en un plantel académico. Pero uno debería contratar a gente solo para cumplir una cuota. Una universidad debe estar abierta para oír los puntos de vista de todos los ejes políticos en una forma donde la gente pueda derrotar argumentos con otros argumentos. Una cosa que es indiscutible es que no hay monopolio sobre el conocimiento. Y cada cierto tiempo las partes intelectualmente sofisticadas de la derecha tienen puntos interesantes y argumentos que vale la pena escuchar. Por ejemplo, republicanos anti-Trump o europeos antifascismo que pertenecen a esta ala política. Puede ser un intercambio fértil discutir con ellos y representan una perspectiva en la sociedad que no puede ser ignorada”.

“Las personas que asistan a una universidad que depende de solo una visión política se van a encontrar con argumentos poco familiarizados en el parlamento, en la calle, en los medios. Se está sacrificando la capacidad de relacionarse con el mundo de estos estudiantes. Y si se convierten en académicos estarán sin muchas habilidades. Entonces creo que en las universidades se debería garantizar que estudiantes del ala derecha o del ala izquierda no serán silenciados. Debería existir una gran variedad de oradores. Hay que ser muy extremo para no ser aceptado en un campus. Cuando hice mi doctorado en la Universidad de Massachussets había un esfuerzo por censurar a nacionalistas negros, como Louis Farrakhan y otros profesores afroamericanos por ser considerados supremacistas. La mayoría de nosotros dijo que eso sería una idea terrible. Precisamente la iniciativa flaqueó porque se pedía censura. Y nuestra posición fue ‘si no puedes ganarles a estas personas con argumentos, entonces tu postura no es fuerte’. El trabajo de las universidades es facilitar la conversación”.

-¿Qué mecanismos se podrían usar en universidades para que los profesores no sean ‘vetados’ por sus alumnos?

“Las universidades tienen administraciones. En el caso de las universidades públicas ellas son respaldadas por gobernadores. Es el rol de estas defender a los profesores y decirles a los estudiantes ‘no, no les puedes faltar el respeto por decir cosas que no te agradan’. La libertad académica significa algo. Si es que hay abuso o violación de reglas esa es una historia diferente. Pero no es el rol de los estudiantes regular el flujo de ideas en las universidades. En ese sentido, proteger a los profesores es más fácil para las escuelas privadas, porque ellas hacen las reglas y su compromiso con la libertad intelectual es bastante absoluto”.

“Ahora, si es que ocurre un comportamiento inapropiado, por supuesto que nos tomamos eso seriamente. Pero si un estudiante se acerca a reclamar porque no le gusta cómo piensa tal profesor que tome otra clase. Porque nuestro trabajo es proteger a esos profesores a explorar esas ideas. Si es que al alumno no le gustaron ciertas ideas hay que preguntarse por qué no argumentó en contra. Si es que no tuvo esta oportunidad, bueno abordemos eso. Si es que está siendo silenciado, esa es una queja que tomaremos seriamente. No me gusta la idea de darle a los alumnos la sensación de que ellos tienen el rol de vigilar el espectro de opiniones respetables, aunque hay muy pocas excepciones frente a ideas extremas. Nos tomamos a nuestros profesores muy en serio y nuestro primer principio es proteger su libertad de información, sin dejar de lado la libertad académica desde la posición del estudiante. Hay que dejar que el profesor hable y responder”.

Ataques en línea 

-Luego de una serie de comentarios vía Twitter respecto de la comunidad transgénero JK. Rowling fue ‘cancelada’ por gran parte de sus fanáticos. En parte, algunos lo justifican porque dice ser parte de la corriente del feminismo radical. ¿Fue tomada como un chivo expiatorio cuando en estricto rigor no usó el discurso del odio?

“Ahora la conversación transgénero está el centro de la mesa con la administración de Donald Trump. La comunidad transgénero enfrenta discriminaciones legales sin ninguna pretensión. Se les ha prohibido entrar al cuerpo militar. Se les ha quitado el derecho de ser protegidos por discriminación laboral, (una materia en la que la Corte Suprema intervino). Y el gobierno ha permitido que los seguros de salud nieguen asistir a personas transgénero. Entonces J.K Rowling tomó una posición en un tema muy sensible. Pero no puedes ‘vetar’ a una persona tan exitosa. A no ser que la ‘cultura del veto’ se convierta en algo como el caso Bennet, es decir, un acto voluntario. La única forma de vetar a J.K. Rowling es que ella lo acepte. Y no lo hace. Pienso que la gente que promueve la ‘cultura del veto’ debe ser desafiada”.

“La idea de renunciar a un cargo por presión no es correcta, volviendo al caso del hombre que debió renunciar por sus dichos hace 30 años. Era una persona diferente. Posiblemente ya no piensa lo mismo. Porque en ese trayecto la cultura y mucho más ha cambiado. Creo que la gente que resiste puede sobrevivir a estos incidentes de falta de tolerancia. Ahora, la libertad de expresión se puede llevar el caso al extremo como con el presidente Trump que nunca pide disculpas. No digo que la gente se convierta en sociópata, pero pienso que la ‘cultura del veto’ se suele alimentar de la gente que cede ante la presión. Existen transgresiones menores que podemos debatir y otras mayores que deben ser castigadas. Pero ‘vetar’ es casi un concepto inventado por la gente de derecha que quiere atacar a la izquierda por cosas que hace de vez en cuando, pero que son recurrentes en la derecha”.

-¿Cómo las redes sociales potencian esta ‘cultura del veto’?

“La ‘cultura del veto’ es otro término para la intolerancia. Y se ha instalado en la modernidad. Uno no encuentra si quiera una relación en el mundo que no incluya la represión del habla por presión social, por humillación o por intimidación. Es especialmente brutal en Twitter y Facebook, porque la mayoría son ataques anónimos y en masa. Hay un caso de una mujer blanca que en un viaje a África tuiteó ‘como soy blanca no me va a dar SIDA haha’. Un chiste muy estúpido y racista. Cuando llegó al país tenía cientos de respuestas de gente que decían que la despidieran, que la odiaran, etcétera. Se descontroló. Creo que deben haber consecuencias para ese tipo de comportamiento escandaloso, pero ocurrió este fenómeno de ataque en masa que dio miedo en cierta forma. No hubo un proceso de diálogo y reflexión, sino una caza de brujas. Cancelé mi cuenta de Facebook hace años”.

-¿Qué posibles soluciones observa para manejar la ‘cultura del veto’?

“Pienso que es una batalla constante. Nunca nos libraremos de ella. Mientras tengamos estructuras fundamentales de modernidad seguirá. Lo que podemos hacer como individuos y grupos es limpiar nuestra propia casa. Debemos tratar de mantener estándares razonables para no tener el miedo de decir ‘sí, la amenaza viene del otro lado, pero estamos empezando a verla en el nuestro y no nos gusta’. Asimismo, creo que debe haber cambios en las redes sociales. Twitter y Facebook son compañías demasiado grandes. Se han convertido en plataformas para desinformación, discurso de odio e incluso casos de videos en vivo de asesinatos. Realmente no está bien. En un principio de cierta forma eran plataformas bastante encantadoras y emocionantes porque no había autoridad, hasta que la peor parte de la humanidad vio cómo las podían explotar. Hacen falta más estructuras de responsabilidad para que disminuyan los efectos nocivos de Internet y se limiten los niveles de la intolerancia. Porque Facebook es el nuevo imperio del mal. Creo que Mark Zuckenberg es una especie de dictador muy peligroso”.  

La autocensura 

-¿Cree que hay una ‘dictadura’ de lo políticamente correcto?

“Definitivamente no. Es una exageración. Es una fantasía creada por la derecha, que usa para justificar su mucho más extensa ‘cultura del veto’, que es más seria porque suele estar impulsada por el estado. Sin embargo, pienso que se puede ver el ímpetu de ciertas personas que buscan eso. Veo instancias que si fuesen unidas y llevadas a la conclusión más lógica podrían radicar en eso. No pienso que existe ni que estamos cerca, pero la construcción de bloques de pensamiento se está volviendo más evidente. Los sentimientos de ira y resentimiento que podrían eventualmente producir ese resultado son identificables. Me preocupa cuando ellos vienen de voces del ala izquierda centrista. Pienso que ellas serían mucho más fuertes si estuviesen comprometidas con una base central de principios basados en la libertad que últimamente son necesarios para una sociedad política sana. La idea de obtener menos pobreza a cambio de menos ideas no es un intercambio en el que estoy interesado. Hay sociedades que han hecho ese intercambio y no las envidio. Porque no es necesario elegir entre una cosa o la otra. Es una elección falsa”.

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-Muchos creen que la intolerancia viene de una excesiva sensibilidad por parte de la juventud, sobre todo cuando se tocan temas de minorías.

“Nos hace falta un marco para reconocer cuándo y por qué algo es genuinamente dañino y ofensivo. A veces el uso de una palabra en particular asociada con la intolerancia o la violencia puede ser desplegada en una forma muy abusiva que debería ser vergonzoso y que requiere una respuesta. Y también hay que reconocer cuando un discurso simplemente apretó un botón. Porque no significa que todo uso de esa palabra sea hostil. Por ejemplo, hay ciertas representaciones culturales históricas que contienen sentimientos que hoy nosotros catalogaríamos como inaceptables. Pero esas piezas no se pueden simplemente eliminar de la cultura. No es la solución correcta. Porque le quita la posibilidad de ver a la gente dónde estamos y cómo llegamos hasta ese punto. Y cómo podemos avanzar. Significaría borrar gran parte de la cultura occidental si se quiere eliminar cada producto que sea machista, misógino, patriarcal, colonial, militarista o violento. Nos quedaríamos con muy pocos libros, pinturas y esculturas. Esa no es la respuesta. Creo que la solución sería contextualizar, educar y crear una sociedad que sea capaz de experimentar un discurso que contiene ideas que ahora rechazamos, sin sentirse amenazados”.

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“Por ejemplo, algo tan simple como el libro de cómics ‘Las aventuras de Tintín’ está lleno de bromas racistas. Es misógino y patriarcal. ¿Dejo que mi hijo lo lea porque es un cómic que ha influenciado a gente en todo el mundo? Creo que se lo puedo dar siempre y cuando le explique lo que es cuestionable, lo que es artísticamente meritorio y lo que ya no consideramos aceptable. Puedo explicarle por qué los belgas en los treinta pensaban que no había problema en crear algo así y por qué ahora pensamos diferente. Lo mismo ocurre con una de las películas más importantes, que también es una de las más racistas. El nacimiento de una nación (1915), el primer largometraje mudo. Técnicamente es una película brillante, pero es básicamente una celebración del Klu Klux Klan. No me puedo imaginar a un departamento de cine de una universidad declinando enseñarla. También ocurre con El triunfo de la voluntad (1935) que es uno de los mayores documentales, pero que es un homenaje a Hitler. Tiene un contenido horrible, pero si quieres entender el proceso del cine y su historia debes estudiarla. No por verla te convertirás en alguien menos hostil al nazismo. Necesitamos no cerrar nuestra mente para poder avanzar como civilización”.

-¿Cree que la ‘cultura del veto’ es una nueva herramienta política para las minorías?

“No, no pienso eso. Hay personas que combinan el empoderamiento de los derechos de minorías con juzgar a otra gente sobre la base de su raza o etnia. Pero no pienso que esto es lo que quiera gran parte de grupos como los latinos, afroamericanos y Lgbtq que buscan empoderamiento. Ellos quieren que los dejen en paz. Quieren poder vivir y no ser discriminados por quienes son. No quieren ser llamados malvados o personas sin valor por la cultura, ni que se use su identidad en su contra. Pero en mi opinión eso no requiere usar persecuciones en línea, acusando a gente que no usó la palabra correcta. Entiendo que hay límites. O sea, existen ciertas palabras y frases que son horribles”.

“Tenemos a un par de anfitriones de televisión en Estados Unidos que son espantosos. Hay un tipo que hacía muchos programas televisivos a fines de los noventa, Tucker Carlson. Ahora está en FOX y tiene un programa KKK. Es absolutamente un supremacista blanco. Y su escritor principal posteaba los comentarios más racistas y misóginos en línea bajo un nombre desconocido. En su programa pasaba lo mismo, pero de una forma más sutil. Entonces, todavía existe un distrito electoral que le gusta el suprematismo blanco. Lo mismo ocurre con movimientos anti-homosexuales y la cultura misógina. También existen sectores de odio profundo hacia musulmanes y árabes. Hay mucho antisemitismo en Estados Unidos. Entonces existen estos focos de crueldad que deben ser confrontados. Se debe examinar lo que la gente realmente quiere decir. ¿Cuál es la verdadera agenda aquí? ¿Estás abogando por algo que va a dañar a la gente?”.

El aporte del mundo artístico en la inclusión 

-Ahora hablando del mundo audiovisual se puede vislumbrar una mayor apertura hacia la representación de las minorías. Series como When they see us y Watchmen intentan retratar los problemas de discriminación e intolerancia.

“Sí, últimamente el mundo del entretenimiento ha hecho su parte. Pero en Estados Unidos todavía es común que el narrador de la historia sea un individuo blanco, experimentando la realidad de la comunidad negra indirectamente. Desgraciadamente no puedo pensar en otra forma de decirlo, pero también se usa mucho la figura de lo que un autor denominó como el ‘negro mágico’. Es un hombre negro que aparece a salvar el día. Sabe algo y mágicamente le da la victoria al protagonista blanco. Hay muchas películas así, que tratan de esta subjetividad blanca. Entonces el personaje perteneciente a una minoría queda representado como el genio de la botella”.

“Pero por fin estamos empezando a tener la representación de sujetos afroamericanos. No es muy común, pero se está volviendo posible. Por ejemplo, Get out fue una película realmente interesante, sobre la desaparición de hombres negros. Pero lo normal en Hollywood sigue siendo el subjetivismo del hombre blanco. Y tenemos que pelear contra eso. Esa batalla aún no termina”.

-Es lo que se suele criticar cada año en los Premios de la Academia.

“Sí. Sin lugar a duda. Y la pregunta no es solo quién está en la audiencia, sino también quién tiene la plata”.