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Jorge Edwards: “Prefiero a los viejos presidentes que leían libros y convidaban a La Moneda”

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Facebook de Sebastián Utreras
POR jorge Román |

El probablemente mayor prosista vivo de la literatura chilena habla de la segunda parte de sus memorias y desnuda Chile: “El ídolo de este país es el dinero”

Para el escritor Jorge Edwards, el Chile de la década de 1950 “era un país divertido que tenía su lado salvaje”. Cuenta que le gustaba ir a las tabernas de la calle Puente y, en una ocasión en que estaba en una de ellas, se le acercó un escritor “medio hippie, en un estado más o menos de deterioro general”. “Tenía muchos bolsillos, porque andaba como con un overol y en esos bolsillos tenía muchos lápices. Y el había leído El patio (el primer libro de Edwards) y le había gustado”, cuenta Edwards. “Se me acercó y me dijo ‘al talento se lo premia con un lápiz Faber’. Entonces yo digo que el primer premio literario que he tenido y el mejor es ese”. Dice además que el personaje que le regaló el lápiz hizo su propio epitafio, que, según él, “revela mucho lo que era el Chile de ese tiempo […]. ‘Aquí yace fulano de tal, quiso ser escritor y llegó a ser escritor chileno'”.

Esta es una de las anécdotas que rememora Edwards (1931) en el programa de Cristián Warnken Desde el Jardín. Edwards es uno de los más grandes prosistas chilenos, galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1994 y con el Premio Cervantes en 1999. Actualmente, vive la mayor parte del tiempo en Madrid, donde le gusta caminar por el Jardín Botánico, aunque también dice disfrutar de la costa de Cantabria.

Edwards publicó hace poco la segunda parte de sus memorias, Esclavos de la consigna. En ella vuelca sus recuerdos de las décadas de 1950, 1960 y 1970, y sus vivencias en Chile y el extranjero, como estudiante en la Universidad de Princeton, Estados Unidos, y como diplomático en Francia y Perú, entre muchos otros países que le fueron sembrando incontables anécdotas. Su estilo fue descrito como una “casi novela” por el ensayista mexicano Christopher Domínguez, razón por la cual le anuncia a Warnken que está preparando tres nuevas “casi novelas”. Una de ellas tratará sobre el pianista chileno Claudio Arrau.

El escritor confiesa sentirse incómodo en Chile, un país donde, según él, “el ídolo es el dinero”. “Yo prefiero a los viejos presidentes que leían libros y que convidaban a La Moneda. […] Balmaceda convidó muchas veces a Rubén Darío a La Moneda”, afirma. “Tengo amigos ricos […], pero en general son avaros. Es una desgracia de los amigos ricos. Uno dice ¿por qué no me invitará a uno de esos whiskys con turba? No: el amigo rico es avaro”, dice el autor. “Dejemos a los monetaristas que hagan sus gracias, pero que no nos empobrezcan más”.

Durante el periodo de la Unidad Popular, Edwards fue llamado para trabajar como encargado de negocios en Cuba y reabrir la embajada de Chile en La Habana, una experiencia truncada por el Golpe de Estado en Chile. En ese sentido, Esclavos de la consigna podría ser una especie de precuela de Persona non grata (1973), como afirma María Teresa Cárdenas en El Universal.

¿En qué cree Jorge Edwards? El escritor no lo explica directamente, sino que lo cuenta a través de una anécdota, con su estilo particular. Dice que, cuando joven, le encantaba leer autores en castellano y uno de los que más le gustó fue Pío Baroja: “Me gusta su naturalidad, […] sus bromas un poco pesadas, sus exabruptos. Era un viejo mañoso, ingenioso, divertido”. Cuenta que, en una ocasión, en una reunión con jóvenes, Baroja afirmó que “no creía en la religión católica, en el marxismo, en el socialismo, en nada”. ¿Y en qué cree?, le preguntaron los jóvenes. “Yo creo en la aspirina”, habría respondido Baroja. Y Edwards afirma algo similar: “Creo en la aspirina y en el vino blanco, frío, seco”, ya que lo hace entrar en un cierto estado de “epifanía”.