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Carta a los convencionales constituyentes

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Agencia Uno/PAUTA
POR Eduardo Olivares |

“Esta Constitución no debe ser pensada para borrar el pasado”, dice Cristián Warnken. “No puede surgir del sentimiento de venganza, sino de un genuino espíritu de creación. O nacerá muerta”.

Estimados miembros de la Convención Constitucional:

Les escribo como un simple ciudadano que ha observado desde lejos los primeros días de este proceso constitucional que se ha iniciado, un ciudadano que –como muchos–oscila cada día entre la esperanza y el escepticismo. Algunos gestos y acciones del comienzo me han producido esperanza; pero otros, preocupación. Por ejemplo: la declaración de la convención llamando a indultar actos violentos como quemas de iglesias, la destrucción de pequeños negocios o el incendio de museos y bibliotecas, por tan abrumadora mayoría, es una muy mala señal.

Pero quiero, a pesar de todo, apostar por la esperanza. Pero una esperanza que no sea ilusoria ni cándida: y para ello, hay que entrar en las profundidades de lo que somos, en nuestros propios abismos, y mirarnos con honestidad y coraje. Estas intuiciones o divagaciones que quiero compartir con ustedes no son las reflexiones ni de un experto constitucional ni de un analista político. Son solo un par de vislumbres de sobre lo que creo se está jugando en las profundidades del alma (o psique) de Chile. Y apuntan más a los estados de ánimo de fondo, del cual la Convención es un reflejo.

Los estados de ánimo de los países a veces son más importantes que las ideas que se debaten. Por algo Heidegger dedicó una reflexión aparte a los estados de ánimo en su estudio sobre el “Ser”. Y Jung intentó entender por qué Alemania había llegado donde llegó, indagando en los procesos inconscientes del pueblo alemán, previos a la Segunda Guerra Mundial. Cuando hemos reprimido por mucho tiempo nuestras angustias, rabias y miedos, como individuos o colectividades, esa irracionalidad inevitablemente termina por desbordarnos. Eso fue el estallido social del 2019.

Pero no podemos vivir permanentemente en modo “estallido”: la política está ahí para elaborar, procesar y darle cauce racional a todo el material acumulado por una subjetividad enferma o herida. Chile se había enfermado y no nos dimos cuenta a tiempo de eso, nuestra clase política –como malos médicos– no supo leer bien los primeros síntomas y por eso asistimos a la metástasis de la violencia en el cuerpo social. Creo en la sanación de las heridas abiertas, en la necesidad de elaborar los duelos e incluso en la “catarsis”.

La primera sesión de la Convención tuvo más de catarsis que de rito republicano y estuvo en el límite de llevarnos a una regresión: la del caos de las emociones o pulsiones básicas. Afortunadamente, no repetimos el triste espectáculo del asalto al Capitolio en versión chilena, pero sí vimos cómo el poder histérico y sobregirado de las redes sociales hizo perder en algunos momentos a ciertos constituyentes la compostura. Esta fue la primera “foto” de este proceso y revela bastante de lo que somos, con nuestras luces y sombras. En el estallido de octubre del 2019 se escuchó un grito y vimos, sin contención ni bordes, el “magma” de nuestro inconsciente desbordado. Ahora llegó el momento de elaborar nuestros duelos, dolores y rabias y la creación de una Nueva Constitución debiera ayudar simbólicamente a ello.

Pero no creo en refundaciones ni revoluciones como formas terapéuticas eficaces para los países con deudas sociales y emocionales: son terapias de shock que pueden matar en vez de sanar al paciente. Prefiero hablar de una inflexión anímica y política, de “transformación integradora” (ya explicaré ese término). Chile ha tenido muchos momentos de inflexión como este, algunos de los cuales han coincidido con nuevas constituciones y estos hitos han sido fundamentales para salir de encrucijadas paralizantes y avanzar hacia el futuro. Las revoluciones o refundaciones, en cambio, solo han dejado detrás suyo una estela de resentimientos, dolor, divisiones. Pienso en la revolución de 1891, y en la de 1973. Sí, porque el Golpe Militar dio paso a una revolución, una revolución que quería borrar el pasado para empezar todo de nuevo. Pero las transformaciones traumáticas que no se reconcilian con el pasado y no recogen de este lo positivo que haya que incorporar, terminan en algún momento fallando o desmoronándose. Es como si los procesos históricos nos enseñaran que todo lo que es borrado, expulsado, eliminado algún día regresa y regresa con más fuerza mientras más violentamente haya sido reprimido o humillado. Los dioses antiguos de las culturas primigenias o los dioses paganos –borrados o silenciados por las religiones oficiales– han retornado muchas veces a cobrar su venganza, como presencias todavía vivas en nuestro inconsciente. El poeta Gérard de Nerval expresó esa rabia de los dioses antiguos derrotados, muchos de cuyos templos fueron saqueados y sus símbolos negados, en su poema “Antares”: “Preguntas por qué tengo tanta rabia en el pecho / y sobre el cuello dúctil una cabeza indómita: / es que soy descendiente de la raza de Anteo, / devuelvo los venablos contra el dios vencedor”.

A veces los procesos históricos no son sino la expresión superficial de “combates” o movimientos de placas tectónicas que se juegan en el inconsciente de los pueblos. Se puede expulsar, erradicar, exiliar a los enemigos que queremos borrar, pero estos volverán tarde o temprano a cobrar venganza. Este es el origen del resentimiento, que nace del que fue derrotado, humillado y que regresa a castigar al que antes lo venció. Debemos dedicarle una reflexión profunda al resentimiento, pues en Chile este ha encontrado tierra fértil para crecer. Debemos mirar de ese frente ese resentimiento, reconocerlo, saber que está ahí, a flor de piel. No se puede construir la identidad de nada ni de nadie, de los individuos o los países, excluyendo a los “opuestos”. El principio esencial de la alquimia es el mysterium coniunctionis, y sobre esta el sicoanalista Carl. G. Jung elaboró una investigación sobre la separación y la unión de los opuestos anímicos. El pensamiento chino entendió muy bien el equilibrio entre el ying y el yang, Jung habló de la unión del anima (lo femenino) y el animus (lo masculino) para producir un self (sí-mismo) integrado. Nuestro inconsciente tiende a hablar en opuestos, en polaridades, pero hay que entenderlos como opuestos complementarios.  En política esto se traduce en la polaridad izquierda-derecha y por algo Nicanor Parra, nuestro antipoeta taoísta, escribió ese lúcido artefacto: “La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas“. Los militares, una parte de la derecha y los creadores e ideólogos de la Constitución del 80 no entendieron eso. Les faltó visión histórica y una conciencia espiritual más lúcida y cometieron el error de exorcizar sus miedos al caos político escribiendo una Constitución excluyente, humillando a sus enemigos, infligiéndoles una derrota simbólica y constitucional apabullante. Además de exiliarlos, torturarlos y hacerlos literalmente “desaparecer”.

"La izquierda y la derecha unidas", De Artefactos, 1972. Créditos: CVC
“La izquierda y la derecha unidas”, De Artefactos, 1972. Créditos: CVC

La grabación de las instrucciones que Pinochet daba previo al bombardeo de La Moneda, nos hace escuchar nítida la voz del resentimiento que entonces estalló y tomó las armas. Y ese resentimiento salía desde el fondo de nuestro pozo.  Muchos de los derrotados de ayer vuelven a cobrar venganza ahora, y hay voces y griteríos en los que vuelve a escucharse la vibración del resentimiento (esta vez de signo opuesto). Ellos vienen a “devolver los venablos contra el Dios vencedor”, como decía Nerval. Por eso sería un error descomunal y catastrófico que, con esta Constitución, se hiciera lo mismo pero al revés, esta vez queriendo arrasar, borrar del mapa todo indicio de “neoliberalismo”, refundando el país hasta en sus más profundos cimientos.

Dentro del concepto “neoliberalismo” algunos incluyen también las décadas de los gobiernos de la Concertación, por lo que no solo se busca corregir los excesos de un modelo económico con problemas y falencias claras, sino en hacer desaparecer todo lo que pudiera haberse contaminado de este pecado de origen. Cuando la desmesura (la hybris para los griegos) se apodera de los vencedores, ninguna aniquilación de lo pasado parece imposible. Esta Constitución no debe ser pensada para borrar el pasado, sino para señalar una hoja de ruta para el futuro. No puede surgir del sentimiento de venganza, sino de un genuino espíritu de creación. O nacerá muerta.

Vale la pena recordar, en estos días, una de las más lúcidas parábolas de Jesús, la del trigo y la cizaña. La historia cuenta de un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían sus hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo. Cuando los siervos del padre de familia vieron la cizaña florecida y se dieron cuenta que un enemigo había hecho esto, dijeron: “¿Quieres , pues, que vayamos y la arranquemos?”. El señor les respondió: “No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo”. Necesitamos entre ustedes líderes como el señor de las tierras de la parábola para frenar a los que, queriendo arrancar la cizaña del neoliberalismo extremo, arranquen también el trigo de los logros conseguidos en estas décadas. Las revoluciones arrancan la cizaña de cuajo sin hacer distinciones y terminan destruyendo el trigo de las siembras. Las transformaciones equilibradas, no envenenadas por el resentimiento, en cambio, saben que no existe nada en estado puro: la luz coexiste con la oscuridad, el día con la noche, la izquierda con la derecha. Y la única manera de construir un futuro posible, es integrando opuestos complementarios: esa es la riqueza de la vida y de las sociedades humanas.

Una supuesta “realidad pura” solo existe en las mentalidades maniqueas y ellos, los maniqueos, la llaman “verdad”.

Los que más entendieron fueron las sabidurías de los pueblos originarios, sabidurías que operan sobre la lógica de la complementariedad y no de la exclusión. Hoy se abre la posibilidad única, impensada décadas atrás, de aportar a la sanación del alma de Chile con elementos de la sabiduría profunda de sus pueblos. Y un referente a seguir debiera ser Nelson Mandela, un descendiente de pueblos originarios africanos al que el destino colocó, como a muchos de ustedes, en un papel político histórico, en un proceso de transformación parecido al que estamos viviendo Los abuelos de Mandela pertenecieron a la tribu de los thembu. “Cuando era niño, aprendí a vencer a mis adversarios sin deshonrarlos”, dijo Mandela. Mandela tenía como primer postulado político este: “Sea cual fuere su nivel de adhesión a una causa, deben renunciar a todo maniqueísmo y admitir que el adversario no puede ser del todo malo, y ustedes los únicos buenos”. Y agregó: “Los acuerdos son indispensables para dirigir un país y llegamos a acuerdos con los adversarios, no con los amigos”, dijo. Mandela puso en práctica una relación directa, verbal y no verbal con el adversario, lo que la resistente francesa al nazismo Germaine Tillon llamó “la política de la conversación”. Esa es la única política que permitirá devolverles a los chilenos la esperanza que depositaron en ustedes. Esa es la que posibilita un Nuevo Comienzo y no el Eterno Retorno de las divisiones y el rencor. Ojalá crucen muchos veces en estos meses la vereda de enfrente para ir a tomarse un café con sus adversarios, como cuando Mandela aceptó la invitación de Botha, el líder de los blancos de ir a tomar un té a su casa: ahí cambió la historia de Sudáfrica. A eso algunos le llaman “cocina”, yo prefiero llamarlo como Tillon: “política de la conversación”.

Más que votar en bloques o seguir órdenes de partido o bancada, repitiendo la lógica del Parlamento (que tanto rechazo produce en la ciudadanía), en la Convención debiera practicarse todos los días ese difícil y milenario arte de conversar con los adversarios. Si el adversario está en minoría, no es razonable humillarlo y despreciarlo. Al contrario, ahí se revela la grandeza de los vencedores: la que tuvo Mandela y la que no tuvo Pinochet. La izquierda hoy es amplia mayoría en la Convención: ¿seguirá el ejemplo de Mandela con un estilo inclusivo y reconciliador, o el ejemplo de Pinochet, con un estilo resentido y excluyente, poniendo el pie (o la bota) sobre el adversario debilitado? ¿Daremos un salto de conciencia como comunidad, tal como lo hizo Mandela en sus duros años de cárcel o, por el contrario, involucionaremos a las capas más bajas de nuestra propia sombra? De la respuesta a esta pregunta dependerá qué futuro vamos a construir y qué Constitución vamos a escribir.

Un saludo fraterno desde mi jardín.

Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl