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De bots rusos a una epidemia de sarampión: el camino de las seudociencias

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POR jorge Román |

El trabajo de los científicos se ha trasladado al campo de la desinformación.

Esta semana, un grupo de científicos de la Universidad George Washington (Washington DC) reveló que los mismos bots y trolls rusos que esparcieron contenido malicioso y noticias falsas durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 también han alimentado la desinformación sobre las vacunas en Twitter.

Según los científicos -que hicieron el descubrimiento por casualidad, mientras realizaban una investigación para mejorar las comunicaciones de trabajadores de la salud en redes sociales-, los trolls rusos “jugaban” para ambos lados, divulgando mensajes a favor y en contra de las vacunas: “Al jugar en ambos bandos, erosionaron la confianza pública en la vacunación, exponiéndonos a todos al riesgo de enfermedades infecciones. Los virus no respetan las fronteras”, afirma Mark Dredze, profesor de ciencias de la computación de la Universidad Johns Hopkins. El descubrimiento coincide con la epidemia de sarampión que en los seis primeros meses de 2018 ya ha causado más de 41 mil personas infectadas y 37 muertes en la Unión Europea (en 2017 hubo casi 24 mil casos y en 2016 casi 5.300). Por esta razón, las autoridades sanitarias chilenas recomiendan vacunarse contra el sarampión a aquellas personas que viajen a Europa y hayan nacido entre 1971 y 1981, década en la que Chile utilizó la mitad de la dosis necesaria para la inmunización completa.

Pero, sin importar cuántos trolls y bots existan en internet, quienes deciden no vacunarse o no vacunar a sus hijos son personas. Considerando que las vacunas han demostrado ser una de las políticas de salud pública más exitosas en la historia de la humanidad, evitando la muerte de entre dos y tres millones de personas al año según la OMS, ¿por qué la gente perdería su confianza en ellas? ¿Qué ocurre en el mundo actual que incluso personas con buena educación, como los profesionales de Silicon Valley, menosprecian siglos de avances científicos y optan por beber agua cruda?

Cuando el cielo se cae

“Yo tengo mi opinión y tú tienes el derecho a tener la tuya. Si tú, después de investigar, llegas a la conclusión de que la Tierra sigue siendo esférica, tus argumentos son tan legítimos como son los míos para decir que, según mi posición, sería plana”, afirma un chileno en una nota publicada por La Tercera el 20 de julio pasado. Más allá de la anécdota de una persona defendiendo la hipótesis de que la Tierra es plana (una idea que Eratóstenes descartó con un sencillo experimento hace más de dos mil años), ¿es cierto que todos los argumentos son legítimos al momento de defender una postura personal? Dicho de otra forma, ¿puede una persona, por ejemplo, creer que las enfermedades son causadas por las “emociones negativas” y otra afirmar que son causadas por microorganismos o problemas genéticos y ambas tendrían la misma razón?

“¿Cuál es el problema?”, se pregunta el mismo hombre. “¿No había derecho a plantear dudas? El cielo no se ha caído, las estrellas no han colapsado ni la banca se vino al tacho porque los terraplanistas pensamos que la Tierra era plana”. En efecto, creer en los ángeles, en los unicornios o la Tierra plana no tiene mayores efectos en la vida diaria. ¿Pero qué sucede cuando creemos que las vacunas causan autismo, que el cáncer se cura con dietas especiales o que el cambio climático es un invento?

Una cuestión de falsabilidad

¿Cómo se construye el conocimiento científico y en qué se diferencia de las supersticiones?

En su libro La ciencia como calamidad, el biofísico Marcelino Cereijido explica que “solo una pequeñísima parte de lo que sabe la humanidad ha pasado por los rigurosos filtros con que la ciencia admite un nuevo conocimiento”. Se trata de un saber en constante revisión y, por eso, “la ciencia no tiene dogmas, pues todo lo que afirma, en un momento dado, es lo mejor que puede decir al respecto y todo permanece abierto a que dentro de cincuenta o cien años alguien lo refute o lo reinterprete”.

El filósofo Karl Popper desarrolló el concepto de falsabilidad. En términos simples, las teorías científicas se construyen con evidencias y deben ser puestas a prueba constantemente. Cada nuevo descubrimiento puede confirmar que la teoría es válida, pero también puede contradecirla (de allí proviene que sea “falsable”), lo que la va debilitando. Es decir, la ciencia se valida a través de experimentos e investigaciones que buscan invalidar una determinada teoría: si sale invicta, entonces la teoría es correcta. La seudociencia, en cambio, parte al revés: se centra solo en las evidencias que la apoyan y desecha cualquier intento de falsabilidad.

Quien se cuestionó también los límites de la ciencia y creó herramientas sencillas para detectar falacias fue Carl Sagan. En El mundo y sus demonios, detalla los nueve pasos del pensamiento escéptico, que son explicados en este artículo de El País de España.

En la última entrevista  que dio Sagan, el científico y divulgador afirmaba que los seres humanos son capaces de leer complejos informes financieros o analizar estadísticas deportivas: “Entender la ciencia no es más difícil que eso, no involucra actividades intelectuales más complejas. Pero el asunto con la ciencia es, primero que todo, persigue lo que el universo realmente es y no lo que nos hace sentir bien, y muchas de las doctrinas que compiten con ella persiguen lo que nos hace sentir bien y no lo que es verdad”.

“Los científicos y los filósofos tienden a tratar la superstición, la seudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o, incluso, como algo adecuado al consumo de las masas […]. Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada”, afirma el epistemólogo argentino Mario Bunge en su artículo “¿Qué es la seudociencia?”, citado por una nota de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular. Para Bunge, las supersticiones y seudociencias son “virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera -lego o científico- hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla contra la investigación científica”.

Pero, ¿no será que estas afirmaciones son algo extremas? ¿No deberíamos quizás hablar más sobre las seudociencias y hacerlas debatir con la ciencia “tradicional” para ver cuál emerge como ganadora?

Sarampión, cáncer y tantos más

La epidemióloga María Paz Bertoglia cuenta en Twitter que una vez la invitaron a debatir con una pareja antivacunas y ella rechazó la invitación. “No validaría un debate artificial. Ese formato hace daño, pues genera una falsa sensación de igualdad de posturas y la población puede confundirse”, afirma.

“No todo es debatible”, dice Bertoglia a PAUTA.cl. Según explica, plantear ciertos temas como debatibles “genera un falso equilibrio de posturas” y “ciertos puntos de vista pueden resultar en catástrofes”.

El caso de la vacunación -la especialidad de esta académica de la Universidad de Chile-, según ella, es crítico: cuando se debate la efectividad o los supuestos efectos nocivos de las vacunas, “lo que se hace es transmitir una falsa sensación de igualdad de validez en las posturas, situación que puede confundir a la población”. Tal como ella explica para el podcast Pauta Global, de PAUTA.cl, esto puede generar miedos infundados hacia las vacunas y disminución de la protección en enfermedades prevenibles, como el sarampión o la difteria, que, como decíamos al principio de esta nota, han tenido un preocupante rebrote estos años.

En el caso del cáncer, ha habido un creciente cuestionamiento a las terapias tradicionales -principalmente la radio y quimioterapia-, avalados por casos como el de Javiera Suárez, exanimadora de Zona Latina. Suárez hasta publicó un libro con una dieta “alcalinizadora” que, según afirma, le habría ayudado a sanar el cáncer. Sin embargo, ella no ha dejado los tratamientos avalados por la ciencia: en su caso, utiliza inmunoterapia.

“Cualquier proposición dietética para superar el cáncer será indecente y fraudulenta”, afirma un artículo de El Mundo de España, donde se desacreditan diversas dietas “milagrosas” (entre ellas, la alcalina). En resumen, se explica que muchas veces no resulta sencillo distinguir en los medios una terapia seria, avalado por estudios rigurosos, de una terapia seudocientífica.

“Los medios de comunicación informan poco sobre los riesgos de las terapias no convencionales o las seudociencias”, explica a PAUTA.cl la presidenta electa de la Asociación de Psicooncología de Chile (Apchi) y gerenta técnica de la Corporación Yo Mujer, Daniela Rojas. Para ella, la aceptación que tienen las terapias alternativas se produce porque atienden “aspectos que la medicina tradicional aparentemente descuida”, como los emocionales y espirituales (que sí son abordados por disciplinas como la sicooncología). Sin embargo, la mayoría de estas terapias alternativas o complementarias “no tienen evidencia científica que las respalde”, dice Rojas, “y se cree erróneamente que son terapias neutras”.

El muérdago ha sido promocionado como un agente anticancerígeno, pero los ensayos clínicos no han sido concluyentes o han tenido defectos de metodología. Por lo tanto, no se recomienda para tratar el cáncer ni ninguna otra afección. La sicooncóloga Daniela Rojas cuenta que hay pacientes oncológicos que se inyectan extracto de muérdago, “que genera reacciones dermatológicas y de otro tipo”. De hecho, el National Cancer Institute afirma que las dosis altas de muérdago pueden provocar daño hepático, problemas circulatorios, tromboflebitis, hinchazón de los ganglios linfáticos y reacciones alérgicas. Créditos de la imagen: Hectoryemmi.

Se ha descubierto que las terapias alternativas pueden aumentar hasta en un 470% el riesgo de muerte en pacientes con cáncer (como le ocurrió a Steve Jobs o a una mujer española que llegó a atenderse un cáncer de mama a un hospital cuando ya era demasiado tarde). Peor aun: un estudio reciente demuestra que las terapias alternativas duplican el riesgo de fallecer de cáncer incluso cuando se sigue el tratamiento convencional. Esto ocurre porque “baja la adhesión a los tratamientos tradicionales” y porque muchos de estos tratamientos complementarios suelen basarse en hierbas o plantas que “pueden aumentar la toxicidad de la quimioterapia”, dice Rojas.

Esto es lo que ha motivado a parlamentarios del partido español Ciudadanos a presentar una propuesta de reforma al Código Penal que imponga penas de cárcel por engañar con falsos remedios a pacientes con enfermedades letales.

Crisis de confianza

Para Cristina Dorador, microbióloga de la Universidad de Antofagasta, el tema de las seudociencias y su auge en los medios de comunicación -que son “fuente de información primaria”, dice- tiene efectos más profundos. Las noticias científicas son tratadas “de una manera superficial” a través de titulares sensacionalistas o presentando algo como novedoso cuando no lo es. “Entonces, cuando meses después aparece una noticia similar, que revela nuevos antecedentes de una investigación, el lector queda con la sensación de que ‘esa noticia ya la leí’, y pierde interés”.

Según Dorador, los medios de comunicación tienden a abordar la ciencia en forma aislada, descontextualizada, como anécdota, lo que “le quita valor a la ciencia”. “Al no tratar bien los temas científicos, esto repercute en la valoración que la ciudadanía tiene de la investigación científica” y, en consecuencia, favorece las seudociencias, que son presentadas de manera similar a las investigaciones serias, dando una falsa sensación de igualdad.

Muchas terapias alternativas utilizan el concepto “cuántico”, aunque no tengan ninguna relación con la física cuántica que se estudia en el CERN. En la imagen: una parte del Gran Colisionador de Hadrones. Créditos: Luigi Selmi.

Además, Dorador destaca que no suele haber conciencia sobre todo el esfuerzo que requiere hacer una investigación científica seria, especialmente cuando se hace en Chile. “Pareciera ser [que el descubrimiento científico] es una cosa que aparece de un día para otro y no lo es, y tampoco se valora dónde se hace”, dice la científica. “Una investigación hecha en regiones tiene, creo yo, un doble valor respecto a la hecha en Santiago, porque hay muchas barreras para hacer investigación en regiones”.

Por ello, Rojas sostiene que es importante educar a la ciudadanía en ciencia y medicina, un rol que también debieran asumir los medios de comunicación. Sin embargo, estos “no lo toman como parte de su responsabilidad” y dice que incluso en ellos se suele “denostar y criticar” a las ciencias. Para ella, la crisis de confianza en las instituciones también está afectando a las ciencias y a la medicina: por ello las terapias seudocientíficas “representan una alternativa que pareciera ser más saludable, aunque no lo sean”, opina la sicooncóloga.

Aldous Huxley decía que “la historia de la ciencia no es otra cosa que una larga lucha contra el principio de autoridad”. Resulta irónico que, actualmente, esta desconfianza afecte precisamente a las instituciones que desarrollan ciencia.