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La carrera espacial se corre en equipo

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POR Eduardo Olivares |

Ni siquiera los conflictos diplomáticos, como el que afecta hoy a Rusia y Occidente, detienen la colaboración internacional.

Quizás uno de los mayores emblemas de la Guerra Fría fue la carrera espacial. Esa obsesión de las superpotencias por ser los primeros en conseguir lo que fuera en el espacio: el primer satélite, el primer ser vivo, el primer hombre, la primera mujer, el primer paseo espacial, el primero en pisar la Luna…

Fue una época en la que la Unión Soviética y Estados Unidos destinaban presupuestos monstruosos para la exploración espacial. En 1960, los fondos de la NASA representaban apenas un 0,5% del presupuesto federal. Pero en 1966, cuando la agencia trabajaba contra reloj para cumplir la promesa de Kennedy de enviar un hombre a la Luna antes de terminar la década, alcanzaron más del 4%, según datos del Center for Lunar and Science Exploration. El programa Apolo recibió tantos recursos que Estados Unidos pisó la Luna seis veces (y fracasó en uno de sus intentos) en poco más de tres años.

Las cifras actuales están muy lejos de aquellos años en los que soviéticos y estadounidenses se daban codazos para ser los primeros en plantar su bandera en el sistema solar. La NASA, la agencia espacial más antigua en funcionamiento, recibe apenas un 0,5% del presupuesto federal, lo que equivale a unos US$ 20.700 millones para el año 2018.

Aun así, la NASA tiene más presupuesto que todas las demás agencias importantes juntas: la Agencia Espacial Europea (ESA) recibe alrededor de US$ 7.000 millones anuales; Roscosmos (la agencia rusa), algo más de US$ 3.000 millones, y la Agencia India de Investigación Espacial (ISRO), apenas US$ 1.600 anuales. Por otra parte, aunque se estima que China debe de invertir más de US$ 2.000 millones anuales, en buena parte a través de su agencia espacial (CNSA), la cifra real es desconocida, ya que su programa espacial está ligado a las fuerzas armadas y, por lo tanto, mucha de la información que lo rodea es secreta.

No resulta sencillo comparar estos presupuestos, ya que cada programa espacial tiene características distintas. La NASA, por ejemplo, invierte mucho en subsidiar la iniciativa privada para desarrollar naves espaciales tripuladas (como la Dragon V2 de SpaceX o la CST-100 Starliner de Boeing); Roscosmos, actualmente la única agencia con capacidad de enviar astronautas a la Estación Espacial Internacional, utiliza versiones actualizadas del cohete y la cápsula Soyuz, heredados de la Unión Soviética, así que no debe invertir grandes cantidades de dinero en desarrollar este tipo de tecnología (eso si se obvia que está en desarrollo una nave que reemplazará a la Soyuz, la Federatsia). China empezó su programa espacial “copiando” tecnología rusa, pero ahora desarrolla su propia tecnología. Algunos programas no buscan explorar nada más allá de Marte o Venus, mientras que Europa y Estados Unidos han llegado a Saturno y más allá.

Sebastián Pérez, astrofísico e investigador del Departamento de Astronomía de la Universidad de Chile. Créditos de la imagen: ReserachGate

Pese a todo, el presupuesto de las agencias espaciales difícilmente volverá a llegar a los niveles del programa Apolo. Además, y como explica Sebastián Pérez, investigador del Departamento de Astronomía de la Universidad de Chile, “hoy las motivaciones son distintas. La ciencia espacial que se quiere hacer hoy va mucho más allá de poner un ser humano en la Luna.  Busca entender la formación del sistema solar, la Tierra, el origen de la Luna, las condiciones para la vida, la habitabilidad del sistema solar, etcétera”.

A esto se suma también la preocupación que causa el eventual impacto de un “asteroide asesino” o los riesgos de una tormenta solar tipo evento Carrington. Estos factores, según Pérez, han reemplazado el espíritu de competencia por el de la cooperación.

 

Ciencia y política

La Estación Espacial Internacional es la nave espacial más grande jamás construida. Es un poco más grande que una cancha de fútbol, pesa más de 400 toneladas y orbita la Tierra a unos 400 km de la superficie. Ha sido armada en el espacio en forma modular, a lo largo de casi 20 años. Y existe gracias a la colaboración de cinco agencias internacionales: la NASA (Estados Unidos), Roscosmos (Rusia), ESA (Europa), JAXA (Japón) y la CSA (Canadá).

El germen de esta cooperación empezó a sembrarse durante la Guerra Fría. “El proyecto Apolo-Soyuz consistía en combinar la investigación de ambas potencias para avanzar en la exploración espacial”, explica Pérez. “Cuando visité el Museo de Cosmonáutica en Moscú me sorprendió muchísimo eso. Me encontré con evidencia de amplia colaboración entre Estados Unidos y la Unión Soviética en los años 1970”, afirma.

La cooperación espacial en la actualidad no se detiene en la Estación Espacial: gran parte de las misiones científicas al espacio, sobre todo las que se alejan de la órbita baja terrestre, funcionan en base a esta fórmula. La misión Cassini-Huygens, por ejemplo, que exploró Saturno y sus lunas por más de 13 años, se financió producto de una colaboración entre la NASA, la ESA y la Agencia Espacial Italiana (ASI). ExoMars 2020, una misión que buscará biomarcadores presentes y pasados taladrando el suelo marciano, surgió como cooperación entre Rusia y la ESA. La estación espacial Deep Space Gateway (que estará en órbita lunar) se está realizando con el esfuerzo conjunto de Estados Unidos, Europa, Japón, Canadá y Rusia.

La Tierra (ese pequeño “punto azul pálido”) vista desde la órbita de Saturno por la sonda Cassini. La misión Cassini fue posible gracias a la colaboración internacional (a diferencia de lo que fue la misión Voyager) y permitió descubrir, entre muchas otras cosas, que Titán, la luna más grande de Saturno, tiene lagos, ríos y lluvia de hidrocarburos. Créditos de la imagen: NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Estas colaboraciones no están exentas de problemas, por supuesto. La tensión política entre Rusia y Estados Unidos a partir de la crisis de Crimea en 2014 (y que se ha acrecentado con la expulsión de diplomáticos rusos y occidentales por el caso del envenenamiento del exespía Sergei Skripal) tiene repercusiones en el trabajo científico, por lo que Roscosmos se ha acercado más a China e India, pero sin cortar del todo su colaboración con Occidente.

Además, toda misión tripulada conlleva riesgos de los que hoy hay mucha mayor conciencia que en la década de 1960. El ambiente de microgravedad (que provoca pérdida de masa ósea), la radiación cósmica (que puede provocar cáncer), los micrometeoritos y la dificultad de obtener oxígeno, agua y alimentación son solo algunos de los escollos que debe enfrentar un viaje tripulado a la Luna, Venus o Marte. No se puede obviar, además, que solo un viaje de ida a Marte, con la tecnología de que hoy disponemos, tardaría casi 6 meses. Todos estos problemas son mucho más fáciles de enfrentar en una estación espacial que orbita la Tierra a solo 400 km de altura, donde está parcialmente protegida por el campo electromagnético terrestre.

“Poner una persona en la Luna no tiene mayor valor científico”, opina Pérez. “Por eso la comunidad se vio bastante desilusionada cuando Trump anunció que los recursos iban a ir para ese lado”.

Aunque hay numerosos satélites orbitándolo y dos rovers activos en su superficie, Marte sigue siendo un objetivo prioritario en la exploración espacial. Créditos de la imagen: NASA/JPL-Caltech/MSSS.

Encontrar vida fuera de la Tierra

Como explicaba Pérez, los grandes desafíos que persiguen las misiones conjuntas en la próxima década es entender el origen de la Tierra y del sistema solar, comprender las condiciones en las que se desarrolla la vida y, por supuesto, descubrir vida presente o pasada en algún lugar del sistema solar. No solo en Marte: la comunidad científica cree muy posible que los océanos de agua subterráneos de Europa (luna de Júpiter) o Encélado (luna de Saturno) alberguen algún tipo de vida, aunque sea microscópica. Además, los nuevos telescopios espaciales de la NASA y la ESA buscarán y estudiarán planetas fuera del sistema solar que podrían, teóricamente, albergar vida como la conocemos.

Sin embargo, misiones más allá de Marte o que implican módulos de descenso pesados y complejos son demasiado caras y arriesgadas para agencias menos experimentadas. Incluso Rusia, que cosechó algunos éxitos en la era soviética, aún no se recupera del fiasco de la misión Fobos-Grunt.

Actualmente, “hay una comunidad científica globalizada que está metida en el centro de las misiones espaciales”, cuenta Pérez. Estas investigaciones “requieren un colectivo, una diversidad de experticias mayor y el desarrollo de instrumentación adecuada”. Así, en el papel de los investigadores es más difícil concebir la exploración espacial como una odisea nacionalista.

La misión Fobos-Grunt buscaba traer a la Tierra muestras de Fobos (en la foto), una de las lunas de Marte. Se trataba de la primera sonda interplanetaria rusa en 15 años y quedó varada en órbita terrestre en 2011, antes de caer a la Tierra y desintegrarse. La comisión que investigó el caso apuntó al bajo presupuesto de la misión y a la deficiencia en los controles de calidad como los principales responsables. Créditos de la imagen: NASA / Dr. Edwin V. Bell, II (NSSDC/Raytheon ITSS).

Pese a ello, China tiene un programa ambicioso, que incluye la exploración de la Luna y Marte, una estación espacial orbital permanente y hasta una colaboración con la ESA para una base lunar. India desea replicar el éxito de su primera sonda a Marte con la misión Mangalyaan-2 (en la cual colaborará con la agencia espacial francesa), aterrizar en la Luna con una sonda no tripulada este año y además enviar un orbitador a Venus.

Un punto clave, destaca Pérez, “es la entrada de potencias menores en la cancha. Países en desarrollo [como India] buscan cooperaciones internacionales para avanzar en sus programas espaciales. Hay un claro liderazgo de NASA, ESA y China, claro, y el resto del mundo debe cruzar los dedos para que los afanes colonialistas de estas potencias queden detrás de los valores científicos que buscan estas misiones.  El tema de los recursos es siempre clave, pero creo que hoy la colaboración es necesaria debido a la complejidad de los ‘science cases’ más que por la falta de recursos”, analiza este astrónomo.