Deportes

Lauda: el dueño del tiempo

Imagen principal
Mundodeportivo
POR Periodista Practicante |

Tres títulos mundiales, 25 Grandes Premios y la gloria a Ferrari después de una década de frustraciones. Todos estos logros tuvieron como protagonista al piloto austríaco que murió a los 70 años.

Y de pronto, se comienza a escuchar un sonido extraño. El piloto dice que el motor no estaba apto para correr. Los mecánicos lo revisan y la conclusión es unánime: todo está perfecto. Pero el piloto insiste. Lo revisan una y otra vez, pero no hayan nada. Él reitera que algo anda mal. Lo vuelven a revisar, bajo la meticulosa mirada de quien no es ingeniero, pero conoce mejor la máquina que cualquiera. Hasta que dan con la falla que, aunque menor, existía. Él estaba en lo cierto. Como siempre estuvo en lo cierto.

Detallista, exigente y ambicioso. Jamás supo lo que significaba dejar la lucha. Ningún objetivo fue demasiado grande. Ni siquiera la muerte.

La conducción y el perfeccionamiento de los autos, la comunicación con los mecánicos, los jefes de escudería, los pilotos de prueba y sus compañeros de equipo, fueron siempre prioridad para el austríaco que, con 27 años, se río en la cara de la muerte y le dijo que los tiempos los manejaba él. Se llamaba Andreas Nikolaus Lauda.

En Viena, el febrero de 1949, comenzó una historia sin retorno ni pausas. Una familia dedicada a los negocios y bancos no sabía aún que en su más joven hijo encontrarían lo que popularmente se conoce como una oveja negra. No gozaba con las finanzas ni con los números.

Sin compartir una idea de futuro con sus padres, bien supo aprovechar su apellido (de gran prestigio en el mundo de las industrias) para entrar de lleno en la competencia. Era 1972 y un patrocinio de US$ 250 mil parecía reservarle una plaza en la Fórmula 1. Años después, revelaría que el ser un Lauda le permitió pedir un préstamo a un banco para reunir ese monto. El patrocinio nunca se concretó.

Ese sentimiento de inconformidad se traspasó a sus años como segundo piloto de March, siempre bajo la sombra del sueco Ronnie Peterson. Hasta que dijo basta. Lo que se hizo esperar por meses, llegó a concretarse en 1973, cuando su llegada a British Racing Motors le cambió la vida. La situación no mejoró, pero precisamente quien corría junto a él se encargó de hacer el llamado que cambiaría la historia.

Clay Regazzoni lo recomendó a Ferrari. Ferrari hizo sonar el teléfono. Niki Lauda constestó. El resto es historia.

Luego de una década fuera de la primera plana, la escudería italiana volvió a explicar por qué la llamaban Il cavallino rampante. Un año completo, y el comienzo de otro fueron suficientes para adjudicarse cinco Grandes Premios (Mónaco, Bélgica, Suecia, Francia y Estados Unidos) y quedarse con su primer título en la F1. Ese mismo que casi ve a su dueño partir en menos de 730 días después de obtenerlo.

Dueño de la vida

La locación era Nürburgring. La fecha: 1 de agosto de 1976. La extensión: 22 kilómetros secos, luego de horas de intensa lluvia. Neumáticos nuevos, la mayoría con gomas suaves y medias para alcanzar mayor velocidad, corrían en la pista del Gran Premio de Alemania. Dos vueltas. Dos vueltas alcanzaron a rodar.

Qué número maldito gritó el público, cuando en esa vuelta, en la curva Berwerk, el Ferrari 312T2 impactó contra el muro. Ya no había auto, sino fuego. Y luego del choque del estadounidense Brett Lunger, la imagen era una sola: entre llamas, Arturo Mezario trataba de sacar del auto a un Lauda inconsciente.

Consolidación de la leyenda

Recibió la extremaunción en el hospital. Seis semanas después, estaba listo para volver a las pistas en el GP de Monza, Italia. Llegó cuarto.

Este accidente encendió aún más la lucha por el título mundial. James Hunt ganó de Alemania, Holanda, Canadá y Estados Unidos. Pero fue el austríaco quien llegó a la última fecha en el liderato.

A pesar de que por condiciones climáticas decidió abandonar en última instancia, cobró su revancha en 1977. Preso de su temperamento frío y calculador, aceleró aún cuando no lo necesitaba. Adelantó cuando ya lo tenía todo. Sacó ventaja de los errores en la estrategia de otros pilotos y se quedó con el 4º puesto en Estados Unidos, que significó su segundo título mundial.

Un retiro siguió en la carrera de uno de los clásicos en la máxima categoría del automovilismo, pero lo convencieron de volver. Los años en Lauda Air no lo completaron como sí lo hizo su tercer y último título mundial en 1984 con McLaren. Medio punto de ventaja sobre Alain Prost fue su último registro antes del adiós definitivo a las carreras.

La lucha fue eterna

Problemas de salud derivados del accidente en 1976 fueron recurrentes desde entonces. Tratamientos, operaciones, dos trasplantes de riñón (1997 y 2015) eran lo común en su día a día. Pero nunca se cansó de luchar. A pesar de que ya no estaba en el circuito, la perfección y orden regían su vida diaria de igual manera.

Aquello lo llevó a acercarse a Mercedes en 2012, con un contrato como director no ejecutivo hasta 2020. Pero en el camino, el monoplaza paró en mitad de la pista. El combustible era deficiente, la aerodinámica prácticamente no existía y los neumáticos estaban dañados.

Volver a los boxes no era una posibilidad. En su equipo le decían lo contrario, pero dueño del tiempo, él les dijo que la carrera terminaba ahí mismo, a pocos metros de llegar a la meta.

El mundo del deporte llora su partida, mientras observa atentamente cómo el austríaco que le dobló la mano a la muerte, parte al encuentro de su eterno amigo: James Hunt. El mundo del deporte se rinde ante el legado de uno de los más grandes de todos los tiempos.