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Cuatro factores que determinaron el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil

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POR jorge Román |

La caída del Partido de los Trabajadores, la violencia callejera, una compleja crisis económica y un populismo que enfrenta al pueblo contra las élites son quizás los más importantes le otorgaron el triunfo al exmilitar.

“Vamos a fusilar a la ‘petralhada’ aquí en Acre. […] Ya que les gusta tanto Venezuela, esos tienen que irse para allá. Solo que allí no tienen ni mortadela. Tendrán que comerse incluso la hierba”, declaró el ahora presidente electo Jair Bolsonaro durante un acto de campaña en septiembre de este año mientras simulaba un fusilamiento contra sus adversarios del Partido de los Trabajadores (PT). Este acto, aunque fue muy criticado en redes sociales, fue aplaudido por sus seguidores y refleja a cabalidad el odio que genera el Partido de los Trabajadores y que explica el rechazo mayoritario que generaba Fernando Haddad (ocho puntos más que el polémico Bolsonaro).

El cómputo entregó el 55% para Bolsonaro y el 45% para su rival del PT, Fernando Haddad.

El rechazo a Haddad es uno de los factores que podría explicar el triunfo del excapitán de Ejército, que se ha hecho conocido por sus declaraciones contra las mujeres, la comunidad LGBTI y los afrodescendientes. También se ha comprometido a facilitar el acceso a armas de fuego a la ciudadanía, además de otorgar a la policía mayor libertad en el uso de la fuerza.

Es, de hecho, un discurso poco tradicional en los tiempos en que la agenda se ha vuelto más liberal en lo valórico y menos en lo económico lo que alimentó gran parte del fenómeno Bolsonaro. Así, sus palabras ofensivas en algunos temas terminó siendo un ingrediente irrelevante para la mayoría de los electores de esta segunda vuelta realizada el 28 de octubre, que apoyaron sin embargo una promesa de gobierno duro contra el crimen, la corrupción y las insatisfacciones económicas. Este mensaje concreto representó mejor las aspiraciones de una mayoría hastiada del menú ofrecido por centristas e izquierdistas.

A continuación, los principales cuatro factores que explican el triunfo de Bolsonaro.

El factor populista

La entrada de Bolsonaro al primer lugar fue algo inesperado: durante gran parte del año, los sondeos lo situaban bajo Lula y, cuando este quedó fuera de las elecciones, muchas encuestas anticipaban que perdería en segunda vuelta. Sin embargo, sus discursos antiestablishment, de rechazo a la diversidad sexual y a los movimientos progresistas parecen haber seducido a quienes “han experimentado pérdidas en su estatus relativo”, como explica en una columna de La Nación de Argentina la académica de ciencia política de la Universidad de Columbia María Victoria Murillo.

“Efectivamente se trata de un populista de derecha, pero no es idéntico a las versiones europeas”, dice a PAUTA uno de los mayores especialistas en el estudio del populismo, el académico chileno Cristóbal Rovira, de la Universidad Diego Portales. “El populismo plantea que la sociedad está dividida entre ‘una élite corrupta’ y ‘un pueblo puro’ y, a su vez, argumenta que la política debe respetar la soberanía popular a como de lugar”, describe.

En Europa, los partidos de derecha radical se caracterizan por otros dos elementos aparte del populismo: autoritarismo y nativismo. “El autoritarismo establece que es necesario respetar el orden y las buenas costumbres, lo cual se traduce en la defensa de políticas de mano dura contra la delincuencia y usualmente posturas conservadoras en términos morales. Por último, el nativismo puede ser entendido como una suerte de nacionalismo xenófobo, ya que postula que el Estado solo debe ser habitado por grupos nativos (‘la nación’) y por tanto es necesario expulsar a todos los grupos no-nativos (‘los aliens‘) que afectan la homogeneidad del estado-nación”, resume Rovira.

De esos tres puntos ideológicos, agrega este especialista, “Bolsonaro comparte los dos primeros (populismo y autoritarismo), pero no tanto el tercero (nativismo). De hecho, Bolsonaro es bastante más autoritario que los partidos populistas radicales europeos y por lo mismo es que representa un desafío mucho mayor para el régimen democrático. Otra diferencia importante con los populismos de derecha radical europeos y Bolsonaro es que este último defiende posturas extremas de libre mercado, mientras que los primeros tienden a defender el Estado de bienestar aunque solo para que sea usado por la población nativa”.

Según María Victoria Murillo, el populismo de derecha al que apelan figuras como Bolsonaro o Donald Trump es un populismo que busca retornar a las jerarquías tradicionales. Además, estas opciones ganan popularidad a medida que se descompone la confianza en las instituciones democráticas. 

A esto también puede sumarse una campaña de desinformación y divulgación de noticias falsas, como ocurrió en Estados Unidos con el caso de Cambridge Analytica, cuyos efectos son difíciles de evaluar. De hecho, y tal como se reportó en un artículo de The Guardian, los grupos de Whatsapp de apoyo a Bolsonaro recibían alrededor de mil mensajes diarios, la gran mayoría de ellos noticias falsas creadas utilizando sofisticados programas de edición fotográfica y de video para crear contenidos digitales convincentes y emocionantes para sus seguidores.

Independientemente de los factores que lo llevaron al poder, a partir de 2019 Jair Bolsonaro será el Presidente de Brasil y deberá tratar de cumplir las expectativas que se han hecho tanto sus electores como los inversionistas, un desafío que se augura complejo. Como explica Murillo, “la clase política brasileña no ha hecho la necesaria autocrítica, pero no se puede ignorar su papel en la emergencia de Bolsonaro”.

La caída del PT

Brasil vivió un periodo de bonanza económica —y 29 millones de brasileños salieron de la pobreza— durante el periodo del PT, iniciado por Lula Da Silva en 2003. Sin embargo, la recesión en la que ha caído el país los últimos años, sumado a los escándalos de corrupción que han llevado a la cárcel a decenas de dirigentes del partido (incluyendo al mismo Lula) hicieron resurgir con fuerza el odio al PT, que es vinculado con el comunismo y Venezuela.

Como explica a El País de España Lincoln Secco, académico de la Universidad de São Paulo, el PT de las décadas de 1980 y 1990 era temido por su radicalismo: entonces, apuntaba a una reforma agraria y a la redistribución de las rentas. Pero cuando Lula alcanzó el poder, nunca se produjo el giro radical a la izquierda, aunque su agenda sí incluyó la lucha contra la pobreza. El discurso antipetista, aunque quedó adormecido por más de una década, fue alimentado por acusaciones de irresponsabilidad fiscal y por el destape de escándalos de corrupción como el caso Lava Jato (tan grande y profundo que hasta tiene su propia serie en Netflix, El mecanismo).

La deuda pública en Brasil creció de un 60% a un 84% del PIB en cuatro años, una situación que podría agudizarse los próximos años debido a su sistema previsional. Actualmente, un 55% del gasto público se invierte en pensiones que representan un 70% del sueldo final de los trabajadores y que pueden empezar a recibirse luego de trabajar 30 años en el caso de las mujeres, o 35 en el caso de los hombres. Muchos economistas advierten que este sistema entrará en crisis en 2020 si no se reforma radicalmente, algo a lo que se opone el 70% de los brasileños.

El rechazo al PT es tan alto que incluso el candidato que obtuvo el tercer lugar en la primera vuelta, Ciro Gomes, un socialista histórico, se negó a entregar su respaldo a Haddad.

El descontrol de la violencia

En forma similar a México, Brasil vive oleadas de violencia que en 2017 batió un récord: casi 64 mil personas fueron asesinadas ese año. No se trata solo de violencia de bandas y narcotraficantes: la misma policía reconoce que mata a más de 5.000 personas al año. La ciudadanía, que exige respuestas rápidas a esta situación de inseguridad, parece confiada en el discurso duro del presidente electo, quien propone facilitar el acceso a las armas y darle mayores garantías a la policía para que mate a quien consideren un criminal (lo que ha llevado a compararlo con Rodrigo Duterte, el Presidente de Filipinas que ha autorizado miles de ejecuciones extrajudiciales).

La violencia en Brasil ha alcanzado incluso la política: las caravanas del PT por Lula Da Silva fueron atacadas con armas de fuego y en marzo la concejala de izquierda Marielle Franco, negra, lesbiana y activista LGBTI, quien además denunciaba los abusos de las milicias en Río de Janeiro, fue asesinada a tiros.

El propio Bolsonaro fue atacado durante una actividad de campaña en septiembre. Ese intento de homicidio pareció favorecerlo, de acuerdo con el brusco crecimiento que su opción anotó en las encuestas. En las semanas previas a la elección de primera vuelta, celebrada el 7 de octubre, el exmilitar fue creciendo en ese apoyo al punto que sobrepasó incluso las proyecciones de los sondeos cuando consiguió el 46%.

Hace apenas unas semanas, una mujer trans fue asesinada por un grupo que gritaba consignas en favor de Bolsonaro. Y, según consigna el diario El País, las mismas milicias —formadas por policías y bomberos— han implantado un régimen de terror y extorsión: controlan los servicios básicos y hasta se disputan territorios con el narcotráfico. “La violencia policial siempre viene con la corrupción. El policía que tiene autorización para matar también tiene la autorización para extorsionar”, sostiene la socióloga Silvia Ramos a El País.

Promesa de prosperidad

Apenas se empezó a tener la certeza del triunfo de Bolsonaro, el mercado de valores y la moneda de Brasil se fueron robusteciendo, una noticia que despierta el optimismo de inversionistas y de los 13 millones de cesantes del país. Y es que el presidente electo ha afirmado que su ministro de Finanzas será Paulo Guedes, economista formado en la Universidad de Chicago que ha prometido subastar todas las empresas y propiedades públicas (incluyendo Electrobras y Petrobras) con el objeto de pagar la deuda pública.

Sin embargo, el plan neoliberal de Guedes ha despertado numerosas dudas, no solo porque el gabinete incluiría también a militares con una visión más estatista, sino porque el mismo Bolsonaro aseguró que si se concreta la privatización “China no va a comprar en Brasil, ¡China va a comprar a Brasil!”. De hecho, como consigna The New York Times, en sus siete periodos como diputado, Bolsonaro siempre votó contra las privatizaciones. A esto se suma un congreso fragmentado, con el cual tendría que negociar para implementar los cambios más importantes.

De cualquier forma, la economía brasileña está en una situación tan delicada que los expertos coinciden en que no hay fórmulas mágicas ni soluciones rápidas a la crisis. Y, peor aun, la confianza que tiene el mercado en el presidente electo podría ser más corta de lo esperado.