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Las cicatrices que han marcado las pandemias en la historia de la humanidad

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Ilustración de la peste en la Biblia de Toggenberg (1411)
POR Fernanda Valiente |

Las pestes no solo quitan vidas sino que condicionan sociedades enteras. El historiador de la UAI Fernando Wilson conversa con Cristián Warnken en PAUTA.

“En Occidente y Oriente la recurrencia de una epidemia es un factor que determina una suerte de tempo. Representa una suerte de suspensión de la vida. Un momento en el que, de alguna forma, los cursos regulares del estudio, de la reflexión, del ocio y del negocio se ven detenidos por un elemento incontrolable. Y que además tiene el factor eliminatorio de la invisibilidad”, dice Fernando Wilson, historiador de la UAI en Desde El Jardín.

Porque la humanidad siempre ha estado acostumbrada al gran adversario material. “Pero una epidemia está caracterizada por lo impredecible y lo desconocido”, agrega, la cual siempre ha penetrado a través de la vía marítima a los países.

“Fernando, es muy interesante lo que estás diciendo a propósito de la guerra. Este enemigo invisible, que es el más temible y difícil de enfrenar. Y recordé que la declaración que hizo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, en cadena nacional fue ‘estamos en guerra’. Usó la metáfora de la guerra y fue criticado por algunos filósofos franceses de que no era la metáfora correcta para lo que significa enfrentar una pandemia. ¿Qué te parece esa afirmación? ¿Y de qué manera la guerra y la peste a veces se juntan o se superponen? Pienso en el libro La peste (1947) de [Albert] Camus que algunos sienten que es esta peste que ocurre en un pueblo en el norte de África, pero algunos lo ven como la invasión alemana de Francia”, señala Cristián Warnken, el anfitrión del programa Desde el Jardín, en Radio PAUTA.

“[Tal afirmación del presidente francés] me parece correcta en términos de que representa dos elementos formales”, responde Wilson. “Primero, el adversario es anónimo. La guerra representa, sobre todo para Occidente, con su construcción valórica, un momento supremo en el cual se tiene que romper el tabú básico de la vida occidental, que es dar muerte. Que es literalmente enfrentar al otro y conscientemente darle muerte. En ese proceso necesariamente hay que anonimizarlo”, explica el profesor.

Desde Jean-Paul Sartre, surge la idea de que todo lo que creemos ser se destruye.

La epidemia genera una aparente cotidianeidad “que nos genera un contraste brutal. Por más que estemos encerrados en la casa, ese es nuestro espacio. Y, sin embargo, vivimos con el temor del contagio. Eso es algo que precisamente Camus trabaja tan bien en La peste. La idea de la transmisión anónima“, dice Wilson.

La falta de armonía

Durante las últimas semanas los animales bajaron de los cerros, otros salieron del campo e ingresaron a las ciudades y algunos se escuchan con más fuerza desde los zoológicos. Es uno de los efectos del silencio de la ciudad.

Cuando hace falta una epidemia para poder escuchar a los pájaros, los elefantes y los leones, surge la idea de que todos estos ataques al humano son una suerte de reacción del mundo natural.

“Pensaba que nuestra modernidad, o que el proyecto de la modernidad, genera la ilusión de un poder ilimitado sobre la naturaleza. Desaparece la sensación de los límites. De hecho, a mí me parece que este mundo, antes de que se detuviera o entrara en esta ralentización, era un mundo hiperquinético. De una velocidad de los acontecimientos vertiginoso, ¿no?”. Porque da la sensación de que cada época tiene su propia velocidad, sostiene Warnken.

Lo modernidad entrega la ilusión de que todo lo que uno necesita hoy te lo pueden entregar, ya no es necesario ir a los lugares para interactuar con objetos concretos. Pero eso implica una enorme pérdida de experiencia.

“¿Qué es peor para una civilización? ¿Una peste o una guerra? A ver, evaluémoslo”, dice el anfitrión del programa.

“En términos prácticos la guerra representa el esfuerzo conjunto de toda una sociedad para enfrentar a otro demonizado. Y finalmente superponerse a él. […] La epidemia, por el contrario, es el aislamiento. Es la sociedad que se separa para no contagiarse. Es la ruptura del lazo. La familia que se teme entre sí, por ser portadores del virus. Y, en ese sentido, si bien la guerra puede ser mucho más destructiva, la epidemia puede ser mucho más corrosiva para la amistad cívica. Todos somos sospechosos de portar el virus”, afirma.

De la gente desconocida del supermercado hasta el mejor amigo entran en la lista de posibles contagiados. 

Las pestes de Occidente

La plaga en Grecia, durante la Guerra del Peloponeso, se denominaba la hibris. “De alguna manera es el castigo a esta Atenas desmesurada, que rompe todos los límites, que desata una guerra que finalmente la termina destruyendo”, cuenta el historiador.

La peste representa el azote de Dios. Es un reflejo del castigo del pecado de una sociedad cristiana: “Toma como la eterna lucha metafísica que se produce entre el bien y el mal en el mundo tardío medieval”. Cuando el conquistador español se lanza a América no lo hace solo por la fortuna, sino para formar un nuevo mundo donde la peste no pudiese llegar, comenta Wilson.

Luego, viajando hasta América durante el siglo XVI, México también fue víctima de una peste. Primero llegó la viruela y se especula que lo que llegó más tarde sería salmonella. Todas esas invasiones sanitarias impusieron un cambio rotundo en el mestizaje. “En lo valórico y en lo material […] de alguna manera es un nuevo renacer de una nueva civilización en este caso”, sostiene el doctor en historia.

El centro hegemónico europeo no escapó de las garras de las epidemias. “Ellas llegaron a redefinir a la sociedad. Uno de los últimos brotes de peste negra que azotó a la Londres medieval clásica que fue destruida por un gran incendio que permitió restablecer la ciudad que conocemos hoy”, explica.

La guerra química

Wilson, quien también es magíster en ciencia política, es escéptico en el caso de las teorías conspirativas vinculadas al Covid-19. En primer lugar, porque se demostró que se requiere un enorme esfuerzo de inoculación. “Por comparación, los agentes de guerra química alcanzan unos niveles escalofriantes de fatalidad durante el breve periodo de sorpresa, antes de que se apliquen las contramedidas necesarias para su contención”, pese a que los efectos militares no fueron tan agudos en países como Siria e Irán.

“Por otro lado, es un tipo de guerra que es considerado brutalmente inhumana”. Incluso se cree que en la Segunda Guerra Mundial, cuando la URSS poseía unos armamentos altamente avanzados, no se atrevieron a usarlos.

¿Pueden los humanos haber creado tal instrumento de destrucción? Para el historiador de la UAI, no es una opción viable. “En ese aspecto, creer que en China se puede haber desarrollado un virus de este nivel de efectividad me parece que cae en una confianza excesiva en la capacidad humana de dominar a la naturaleza”, dice.

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Una cultura colectivista ancestral

Tanto Europa como China parecen funcionar sobre la base de lógicas extremas en relación con el comportamiento de su ciudadanía. Mientras que en la primera zona impera un individualismo exacerbado, en el sector asiático reina casi una sumisión por la autoridad.

Byung Chul-Han hace una afirmación bastante potente en una columna. Él afirma que Europa está fracasando con la pandemia, a diferencia de Asia. ‘Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una exhibición de soberanía que no sirve de nada'”, lee Warnken de lo que postula el ensayista surcoreano.

Para Wilson, tal escisión entre estas dos culturas tiene que ver con componentes políticos. Europa y China funcionan a base de lógicas distintas. Aunque también aparece la teoría que las diferencias entre los contagiados corresponden a un manejo de cifras, porque en Wuhan se habrían dejado de realizar pruebas.

“Pero eso nos lleva a comprender la plataforma filosófica política del mundo asiático, particularmente el chino. Es un mundo dominado por una percepción colectivista, en el cual la primacía la tiene la autoridad a la que se debe respetar”, explica. En este sistema se enseñan la verticalidad y, sobre todo, “la idea que la confianza en el orden superior es la que determina el bien común”. En este aspecto, la población china pasa a ser un súbdito de su autoridad y deja de lado su rol de ciudadano.

En contraposición, en Europa se percibe una falta de sentido social “que representa el verdadero virus de la cultura occidental, que es el individualismo por sobre la colectividad”. Porque si bien en Italia surgió una ola de compañerismo de cantar el himno nacional o de entregar comida a través de canastas para subir a las casas, la reacción fue más bien tardía.

En ese sentido, cree que “el mundo anglosajón lo está enfrentando de una manera más racional. No es necesariamente más exitosa, pero es más fría y cartesiana”.

Los elementos históricos que enseñan de la peste

La historia tiene mucho que enseñar. En esta situación, Wilson destaca que en el periodo de la colonia se creó el principio de autoridad que sería fundamental. “Zygmunt Bauman, a través de su libro Modernidad líquida (1999), nos sugiere un mundo postracionalista. Un mundo en el cual la línea recta de la razón, el engranaje de las estructuras del pacto político-contemporáneo […] da paso al mundo de las emociones, al mundo de la desmesura. A través de los choques de las culturas tiene esta suerte de caldo primordial fantástico […] que representa la heterogeneidad de las sociedades multiculturales, como Nueva York o Londres. Un elemento central va a venir durante la colonia, bajo la dinastía de los borbones y, posteriormente, su revalidación bajo el estado portaliano chileno, que es el principio de la autoridad. No deja de ser impresionante una sociedad en plena ebullición, en estado de anomia que generaba el nerviosismo con el estallido social”, dice.

Porque en menos de una semana, la evaluación del Presidente Sebastián Piñera dio un giro rotundo. “Comienza a construirse una estructura centrada en una visión ancestral del principio de autoridad que uno ve primero de la mano del Estado, luego de la mano de las autoridades locales […] que de alguna manera es una de nuestras principales respuestas, me atrevería a decir atávicas, frente al desastre”.  

“Los chilenos tenemos de alguna manera ese principio implícito en el que para bien o para mal -no lo califico-, tendemos a concentrarnos frente a quien da la orden”, señala. Si el argentino reacciona ante la adversidad reclamando su libertad como individuo, “el chileno responde buscando la autoridad y cooperando con ella”.

Vea la conversación entre Cristián Warnken y Fernando Wilson