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Vladimir I

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POR voz |

Vladimir Putin fue reelecto como Presidente de Rusia. Gobernará por un cuarto de siglo, al nivel de Alejandro I.

Nadie dudó de que Vladimir Putin sería reelecto como Presidente de Rusia en los comicios del domingo 18 de marzo. La duda —y la preocupación del propio Mandatario— estaba en si conseguía su ansiado 70/70: que la participación electoral llegue al 70% de los ciudadanos y que, del total de sufragios, él obtuviera el 70%. En la práctica logró ambos hitos: el 68% de los 109 millones de rusos se presentaron a sufragar, y de ellos, el 77% marcó por Putin.

La pregunta que se hacen desde las potencias occidentales es menos anecdótica. ¿Será un Putin más activo en su política exterior? ¿Reforzará sus sistemas de defensa? ¿Podrá su economía salir airosa de la sucesión de sanciones a que ha sido sometido el país desde la anexión de Crimea en 2014?

La primera crisis externa ya está instalada, luego de que el Reino Unido ordenara la expulsión de 23 diplomáticos rusos de su territorio, y Moscú retaliara con idéntica medida con diplomáticos británicos. En Washington, por otra parte, se desata en cámara lenta la denominada “trama rusa” acerca de las supuestas interferencias de Moscú en las elecciones presidenciales de Estados Unidos que dejaron a Donald Trump en la Casa Blanca. Y desde Beijing existen desafíos en la kilométrica frontera que separa China de Rusia, con una agenda regional de alta complejidad.

Un nuevo zar

El agente de la policía secreta soviética (KGB) Vladimir Putin era la mano derecha de Boris Yeltsin, el primer Presidente de la Federación Rusa apenas se desintegró la Unión Soviética en 1991. Apabullado por la presión interna y los malos resultados de la Guerra de Chechenia, Yeltsin renunció el 31 de diciembre de 1999. En su calidad de Primer Ministro, Putin asumió entonces el cargo y se convirtió, para cualquier efecto, en el líder finisecular del país.

Desde entonces Putin ha gobernado Rusia. En 2000 fue electo formalmente y reelegido en 2004. Si bien es cierto que entre 2008 y 2012 fue Primer Ministro del Presidente Dimitri Medvedev (la constitución le impedía ir a una segunda reelección), era quien en la práctica dirigía el país. Entre medio se cambió el mandato presidencial desde cuatro a seis años, y por eso Putin está terminando este domingo su tercer período presidencial en 2018 tras ser electo en 2012. Cuando concluya su nuevo ciclo, habrá regido Rusia por casi un cuarto de siglo, prácticamente lo mismo que el Zar Alejandro I hace dos siglos.

A Alejandro I, apodado El Bendito, la historia le puso por delante Napoleón Bonaparte. El emperador francés venció al zar y a una coalición continental en varias ocasiones. Sin embargo, el colapso napoleónico tuvo su origen en su fallida invasión a Rusia en el invierno de 1812. El zar salió victorioso en ese entonces ante el mayor rival de Occidente, pero para ello se había asociado con otros líderes continentales.

Con Putin eso no cuadra. Su estilo se caracteriza, en política exterior, por su distanciamiento de Occidente. A diferencia de Alejandro I, ha chocado con potenciales aliados de Europa. Así, pareciera asemejarse más al zar Nicolás I (1825-1845), dijo el historiador de Oxford Robert Service en un artículo de The New York Times. “Nicolás I se arrojó al conflicto militar con los británicos y los franceses y rechazó los llamados a realizar las reformas básicas que se necesitaban para que Rusia compitiera con las potencias mundiales de entonces. Nicolás tenía una perspectiva estrecha y una personalidad arrogante. Siempre atento con las fuerzas armadas y los servicios secretos, subestimó la muy amplia necesidad de modernizar la economía y sociedad rusas”, expresó Service.

Propaganda y subterfugios

El más reciente de los choques acaba de suceder. A inicios de marzo, el ex espía ruso Sergei Skripal (66) y su hija Yulia (33) yacían inconscientes en un banco de una plaza en Salisbury, una ciudad en el suroeste de Inglaterra. La investigación británica detectó que ambos fueron envenenados con Novichok, un tipo de gas nervioso que solamente fabricarían en Rusia. A mediados de marzo, la Primera Ministra del Reino Unido, Theresa May, le dio un ultimátum al gobierno ruso para pronunciarse sobre su involucramiento en este caso. No hubo respuesta del Kremlin. Tras ello, May anunció una serie de medidas de represalia, como la expulsión de los 23 diplomáticos rusos. La retaliación rusa vino unos días después, con el anuncio de medidas parecidas.

Ante este caso, como en otros, las autoridades de Moscú han aplicado su estrategia de propaganda, dice en PAUTA.cl el ex embajador norteamericano William Courtney, actual investigador adjunto de la corporación Rand. Recuerda que, después del ataque, un comentador de noticias del canal estatal de televisión Channel One vinculó a los “traidores” con afecciones como el alcoholismo, drogadicción, crisis nerviosas y depresión, cuyas consecuencias pueden ser accidentes o el suicidio. “En este caso —describe Courtney—, el Kremlin está usando la propaganda y unos subterfugios como un evidente intento por intimidar a los rusos a que se oponen al Estado y su liderazgo. Estos esfuerzos fortalecen la creciente utilización del Kremlin por temas ‘patrióticos’ para conservar el respaldo político local”.

Las “medidas activas” que utiliza el gobierno ruso son, a juicio de este experto, clásicas: propaganda, desinformación, ciberataques y subterfugios. Se trata del mismo menú que compone la denominada Trama Rusa en Washington. En ese caso se trata de una investigación en marcha, liderada en lo principal por el fiscal especial Robert Mueller, sobre una eventual injerencia de agentes rusos en la campaña presidencial de 2016. Moscú ha negado que haya interferido en esa campaña. En Estados Unidos, no obstante, ya nadie cuestiona esa injerencia y más bien las preguntas son el porqué, el para quién y el con quién o quiénes.

La defensa disminuida… por ahora

Putin recibió las condenas más duras provenientes de Occidente en 2014, cuando formalmente la región de Crimea se separó de Ucrania y quedó anexada a la Federación Rusa. Desde entonces, los temores en los países fronterizos con Rusia se incrementaron, en especial entre los estados bálticos. Como en tiempos de la Guerra Fría, se activaron reuniones de emergencia de los miembros de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (Otan) y Putin acusó que se estaba acorralando a su país.

Pronto Rusia se embarcó en otras demostraciones de fuerza. La más relevante ha sido su participación en la guerra civil en Siria. Allí apoya al Presidente Bashar al Assad en contra de los rebeldes y muy a contrapelo de los objetivos de Estados Unidos en la zona. Hace unas semanas, además, en su discurso anual a la nación, Putin presentó imágenes de nuevos desarrollos balísticos que, según él, incluía dispositivos que harían inútil cualquier escudo antimisiles.

Sin embargo, las exhibiciones de fortaleza tal vez no tengan un correlato claro en los números, dada la debilidad del Producto Interno Bruto (PIB) de país. Cuando en 2015 la economía rusa inició un ajuste que la llevó a una recesión de 7,5%, el gobierno debió reducir su dotación militar y detener los planes de investigación en nuevas tecnologías bélicas. El Programa Estatal de Armas 2020 (conocido como GVP-2020) se contrajo como consecuencia de la nueva realidad.

“El GPV-2027 es más pequeño. A partir del presupuesto federal trienal actual, vemos que el presupuesto de defensa disminuye desde el 4,4% del PIB en 2016 a 3,1% del PIB en 2017—los números reales actuales”, cuenta a este medio Susanne Oxenstierna, del Departamento de Economía de Defensa en la Agencia Sueca de Investigación en Defensa. Ese plan dispone que el gasto en defensa llegará a no más del 2,1% del PIB en 2020.

Para Oxenstierna, resulta evidente que las autoridades resolvieron disminuir el uso de recursos en el área militar antes de las elecciones. Ello, en medio de lo que Konstantin Sonin, economista de la Universidad de Chicago, considera como una economía cuyo desempeño continúa deficiente. Pese a todo, la espectacularidad de las nuevas armas le dio un impulso a la popularidad de Putin en las semanas previas a los comicios. En esa línea, el Mandatario anunció que el país iniciará una serie de misiones de exploración al planeta Marte a partir de 2019.

Entre Occidente y China

Las sanciones que aplicaron Estados Unidos y la Unión Europea a partir de 2014 han sido severas y, sobre todo, dañinas. El impacto en el PIB ruso se calcula en 2,4 puntos porcentuales directos, explica Oxenstierna. Gatilló una salida de capitales y las corporaciones locales enfrentaron serios problemas para levantar recursos en el extranjero para sus inversiones. “A ello se agregan el efecto de falta de confianza y los riesgos que observan los inversionistas cuando deben escoger entre Rusia u otros países para hacer negocios”, plantea la experta. El daño, añade, se agravó con la reacción rusa de reemplazar importaciones con producción propia, lo que derivó en alzas inflacionarias, especialmente en alimentos.

Ante la presión occidental, el gobierno ruso se aproximó a su vecino grande en Asia. “Rusia ha buscado lazos más cercanos con China, especialmente después de que Occidente le impusiera sanciones económicas en 2014”, responde William Courtney, de la Corporación Rand.  “Las fronteras comunes y la lógica económica sugieren que Rusia y China deberían mantener relaciones sólidas. Por ejemplo, Rusia envía energía a China, y China usa las vías férreas rusas para embarcar productos desde y hacia Europa y Medio Oriente”.

Para Alexander Koroliev, académico de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, las relaciones sino-rusas tienen sus propias e importantes complicaciones. La más relevante es que Rusia ha mostrado una posición ambivalente en la disputa entre China y Vietnam por las islas en el Mar del Sur de China. Según explica, mientras Rusia y China coinciden en debilitar cualquier pretensión hegemónica de Estados Unidos en esa área, al mismo tiempo el Kremlin cautela que Beijing no reemplace a Washington en ese papel.

Cuando termine su mandato en 2024, Putin habrá completado el ciclo más extenso desde Josef Stalin en la era de la Unión Soviética. Pero ni la Rusia imperial de los zares ni el régimen soviético existen.