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El Batman de Nolan: una alegoría a la necesidad de una autoridad fuerte

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The Dark Knight (2008)
POR Matias Bobadilla |

La saga de superhéroes más aclamada de la historia del cine tiene un lado político, con Bruce Wayne intentando instaurar el orden al precio que sea.

La trilogía de Cristopher Nolan no solo ha sido un éxito de taquilla, recaudando cerca de 2 mil 500 millones de dólares, sino también ha sido vista como la mejor de su género e –incluso– peleando en los rankings de mejores películas de la historia. En Imdb, por ejemplo, las tres producciones promedian 8,53 estrellas y The Dark Knight –la segunda– se ubica en el puesto 4, con la misma calificación que El Padrino II.

Pero no solo de un guion bien armado, de actuaciones notables y de una banda sonora magistral vive el Batman de Nolan. En estos filmes hay un trasfondo político que se deja ver más a medida que avanza la historia y que termina con una cuestionable moraleja: si el poder queda en manos de los ciudadanos, llega la corrupción y el caos. La única forma de mantener el orden es con una autoridad central cuya forma de llegar al poder puede basarse en una mentira.

La saga comienza (Batman Begins, 2005) con un joven Bruce Wayne (Christian Bale) que debe detener a sus mentores, la Liga de las Sombras, antes de que destruyan su ciudad, Gótica, corrompida desde los más poderosos hasta el bajo mundo. Liderados por Rha’s al Ghul (Liam Neeson), este grupo de sicópatas viene destruyendo las ciudades que caen en decadencia desde el inicio de los tiempos.

Ahí se presenta un superhéroe respetuoso de la institucionalidad y que –aunque entiende que el lugar donde nació reúne lo peor de la humanidad– aún tiene esperanza de recuperarla. Y con sus millones lo logra en parte, porque la Liga de las Sombras fracasa en Gótica, comienza la poda de corruptos dentro de la policía y se logran detener a los jefes de la mafia.

Cristopher Nolan, Katie Holmes (Rachel Dawes) y Christian Bale (Bruce Wayne) en Batman Begins.

La llegada del Guasón (Heath Ledger) en The Dark Knight (2008) hace tambalear ese presunto respeto que siente Wayne por la institucionalidad. Gran parte de la película se basa en defender la vida del alcalde Anthony García (Nestor Carbonell), al precio de la –falsa- muerte del querido James Gordon (Gary Oldman). Aquí, Batman se salta la reglamentación legal internacional para traer desde China al corrupto empresario Lau y llevarlo a la prisión de Gótica.

La mentira adquiere un papel especial para lograr mantener el orden. El fiscal Harvey Dent (Aaron Eckhart) –luego convertido en el villano Dos Caras– se entrega en nombre de Batman para detener los asesinatos del Guasón. Y una vez que Dent cae en la locura por la muerte de su amada Rachel Dawes (Maggie Gyllenhaal), asesina a unos policías y casi logra matar al hijo pequeño de Gordon antes que el superhéroe lo salve.

¿Qué sigue? Con acuerdo de Batman, Gordon culpa al héroe de los crímenes cometidos por Dent, que se transforma en el “Ángel Blanco” e inspira una estricta ley que tiene su nombre y que mantiene sin delincuentes las calles de una Gótica “limpia”.

“Lo más inquietante de The Dark Knight es que eleva la mentira a un principio general social, lo principal de la organización de nuestra vida social y política, como si nuestra sociedad solo pudiera permanecer estable y pudiera funcionar en base a una mentira”, sostiene Slavoj Žižek, filósofo y sicoanalista esloveno, célebre por llevar la filosofía a obras populares.

Ocho años después del desencadenamiento de la locura de Dent, Wayne se encuentra recluido en su mansión, retirado de la vida combatiendo criminales, fruto de la tranquilidad de las calles por la ley Dent y la culpa que siente por la muerte de Rachel, su amor de infancia.

The Dark Knight Rises (2012) viene a exponer el efecto de mantener un orden estricto bajo una mentira. Bane (Tom Hardy) –miembro de la antigua Liga de las Sombras– busca terminar con la ciudad poniendo una especie de bomba nuclear y dándole el “poder” (control remoto de la bomba) a un ciudadano cualquiera.

Los ciudadanos, enterados de la verdad sobre Harvey Dent se manifiestan, algunos delincuentes toman el poder y se crean juicios públicos liderados por un loco psicópata que hizo de primer villano en los albores de la saga.

El noble y justo policía John Blake (Joseph Gordon-Levitt) encara a Gordon en una escena, ilustrando lo draconiana de la ley de Gótica:

—A aquellos hombres encerrados durante ocho años en Blackgate se les negó la libertad condicional, en virtud de la ley Dent, que se basó en una mentira —dice Blake.

—Gótica necesitaba un héroe —responde Gordon.

—Lo necesita ahora, pero usted traicionó todo lo que representaba.

—Hay un punto, lejos de allí, cuando las estructuras fallan… cuando las reglas no son las armas, ya no más, son grilletes, dejando que el tipo malo siga adelante —justifica el viejo policía.

La enseñanza de la película, dice Zizek, es que “el sistema puede ser injusto, pero si intentas cambiarlo se volverá peor y pronto. Sin embargo, hay algunas trazas de un mundo diferente. […] Básicamente, la idea de la película es que durante un par de meses un tipo tiene una especie de ‘poder de la gente’ en Gótica. Pero ¿se dieron cuenta del gran vacío de la película? Nunca muestran cómo funciona ese poder”.

Tras el “desastre” que fue la delegación del poder por parte de Bane al pueblo de Gotham, Batman logra unir a la policía para enfrentar a lo que queda de la Liga de las Sombras y vencer definitivamente. En el final, eso sí, se puede ver cómo la ciudad regresó a la normalidad e, incluso, Gordon vuelve al protagonismo del poder de la ciudad al inaugurar la estatua de Batman.