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Una ola roja que ni es tan ola ni tan roja

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PAUTA
POR Andres Sepúlveda |

Los comicios de Chile, Colombia y Brasil han tenido que ver más con la elección de un mal menor que un presidente. Todo está en manos de la capacidad de los elegidos para entender esto.

La estrecha victoria de Lula en Brasil supone automáticamente que Gabriel Boric retrocede al tercer lugar de los referentes de la izquierda iberoamericana, detrás del líder brasileño y del colombiano Gustavo Petro, ambos al frente de países con mayor peso que Chile. La prensa internacional está llena de análisis políticos que hablan de la ‘ola roja’ que ha cubierto la región. “Las cinco principales economías de América Latina estarán gobernadas por primera vez por la izquierda”, titula ‘El País’ de España, añadiendo, además, a Argentina y México.

Sin embargo, esta uniformidad, fruto de elecciones muy polarizadas, enmascara una realidad mucho más compleja, que hace más aparente que real la supuesta hegemonía de la izquierda.

En Brasil, Lula no controla el Parlamento, ni los gobiernos federales y tiene que formar un Ejecutivo con diez partidos que lo apoyaron. El partido de Bolsonaro, el presidente derrotado, tiene el mayor número de diputados -96- de la legislatura. En Chile, Gabriel Boric tampoco tiene una mayoría en el Congreso y gestiona dos coaliciones con más de una decena de partidos. El único que tiene una mayoría relativa coherente es Gustavo Petro en Colombia, pero incluso ésta puede llegar a alinearse de una manera diferente como ha quedado claro en las decisiones que tienen que ver con el restablecimiento de relaciones con el régimen de Nicolás Maduro.

La clave no está tanto en la respuesta que ofrece el electorado, como en la pregunta que se les ha planteado a los ciudadanos al presentarles opciones extremas. Más que en la elección de Lula, los analistas deberían fijarse en el plebiscito chileno del 4 de septiembre de 2022. Se trata de un notable contrapunto a la elección presidencial que se dio a finales de 2021 en el mismo país. El plebiscito, por tratarse del mismo país tan sólo unos pocos meses después, añadió más información sobre los deseos del electorado (con la adición de 4,5 millones que se habían quedado en su casa en la elección presidencial). Y los votantes mostraron una tendencia a la moderación que sugiere que la apuesta de Gabriel Boric en la segunda vuelta fue acertada y que volver al camino rupturista de la primera ronda no encontraría el apoyo popular suficiente.

El plebiscito chileno también puso de manifiesto el hecho fundamental que ha marcado las elecciones en Brasil, Colombia y Chile: las tres han abocado a sus ciudadanos a elegir no un presidente de la República, sino un mal menor. La extraordinaria polarización que vive la región permitió que alternativas populistas extremistas llegaran a la ronda final. De no ser por el hecho de que al menos Boric y Petro parecen ser también los aspirantes que tuvieron más éxito a la hora de moderarse (Lula tuvo un resultado tan estrecho que esto no se puede afirmar con rotundidad) se podría decir que los balotajes han demostrado ser inútiles como elemento moderador de la política en Iberoamérica.

La interpretación que cada líder haga de su estatus de mal menor definirá la historia de sus presidencias. Si la pulsión que domina es la de las primeras vueltas, la de los primeros compañeros de ruta, la de la revancha contra el sistema judicial en el caso de Lula, la división nacional no hará más que profundizarse. Pero si se liberan de sus fantasmas, la historia puede ser distinta.