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Un país de Mateos donde es difícil ser ‘mateo’

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POR Andres Sepúlveda |

Todos los actores nacionales han plasmado sus intereses en el sistema educativo y olvidaron que el único interés que motiva su existencia es educar a un niño.

Hay un refrán español que dice lo siguiente: “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”. Bueno, por sexto año consecutivo el nombre masculino favorito de los chilenos ha sido Mateo, que es el apelativo con el que siempre se ha distinguido a los alumnos estudiosos, aunque todos los datos que se conocen últimamente indican que matricularse en la educación pública en Chile es hacerlo en un modelo fracasado. ¿Servirá de algo ser ‘mateo’ en un sistema que se cae a pedazos? Probablemente sí, pero el rendimiento no será el mismo que si el modelo educativo fuera un coche fórmula 1 correctamente ajustado.

Sólo tres colegios municipales figuran entre los 100 mejores del país en la prueba de acceso universitario. Esto es un fracaso nacional, sobre todo después de las reformas efectuadas por el segundo gobierno de Michelle Bachelet que entraron a saco contra el lucro gracias a las aportaciones de Revolución Democrática. Se habló de bajar de los patines a los privados y subvencionados para igualarlos a la pública. Se atacó la meritocracia como falsa y perniciosa. Y, sobre todo, se hizo un enorme esfuerzo presupuestario que, a la vista está, no está arrojando resultados. Es más, los establecimientos que antes fueron emblemáticos hoy están pervertidos por la violencia. La pandemia -y el colegio de profesores especialmente- le dieron el golpe de gracia a la educación en Chile apostando por dos años sin clases presenciales.

Todo esto ocurre porque cada uno y todos los responsables del sistema educativo han creído que éste debía estar al servicio de sus ideas e intereses. Los políticos a favor de su ideario político y a sus valores y creencias. Los profesores, a sus intereses materiales. Los pedagogos, a su autor académico favorito. Los padres, en el mejor de los casos, a sus aspiraciones familiares y, en el peor, al azar y la suerte. En realidad, el sistema educativo de un país sólo puede estar concebido en función de un sujeto: el niño, el alumno. Y todos los demás deben alinearse en función de ese sujeto.