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Cartas de Cristián Warnken: carta abierta al invierno

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POR Equipo Radio Pauta |

“Me despido de ti con esta carta y veo que tú estás despidiendo con estas lluvias que dan miedo. ¿Tienes rabia? ¿Pena? ¿Qué nos estás queriendo decir?”, nos dice Cristián Warnken.

Carta abierta al invierno:

Viejo y nuevo invierno, estás a punto de partir, los brotes prematuros de los aromos y los ciruelos así lo dicen. Toda estación sabe que tiene fecha de vencimiento, toda estación sabe lo que a nosotros nos cuesta tanto aceptar. Pero, al borde la primavera, quieres enviarnos otra vez, a raudales, tus cartas de lluvia. Quieres llover sin tregua, despedirte con aluviones, inundaciones, desbordes.

¿Estás molesto? Tienes razones de estarlo. El planeta es hoy un lugar poco propicio para que el invierno se manifieste con todos sus estatutos y humedades, la sequía te provoca, te hace llorar y gritar. ¿O se trata solo de un regalo, una despedida, un último acto antes de ir a retirarte por un año a tus cuarteles (de invierno, claro)? Al ver llover como lloverá y está lloviendo, siento que estás haciendo valer tu majestad y la extensión de tus dominios y haciéndonos sentir tu fuerza hoy debilitada.

Te recuerdo, invierno, como eras en mi infancia. Cuando llovía de arriba para abajo, cuando el Mapocho (hoy un patético hilillo de agua) desbordaba su cauce y merecía ser llamado río, te recuerdo con nostalgia y gratitud, porque sin invierno no hay primavera, tú mismo eres un templo donde todas las fuerzas vitales, los gérmenes se repliegan hacia el interior para juntar fuerzas para estallar después.

Tú eres el Maestro de la interiorización, el que nos dice que volvamos hacia adentro a juntar energía para nacer de nuevo. Tú nos envías cartas de lluvia, cartas que deben ser leídas y escuchadas con atención, porque la lluvia es música y canto y lamento. Jorge Teillier, ese niño de Lautaro, el poeta más invernal de todos, en su poema “Cartas de Lluvia” decía:” ahora te envío esta carta de lluvia/ que te lleva un jinete de lluvia/por caminos acostumbrados a la lluvia/(…) tú, como en mis sueños/ vienes atravesando las estaciones/con la lluvia de la infancia/ en tus manos hechas cántaro/ En el invierno, nos reunirá el fuego/que encenderemos juntos/.

Para eso existes, invierno, para que encendamos juntos la hoguera en torno a la cual broten nuestros relatos y conversaciones, para que nos contemos los sueños. Pero hoy hay otro invierno que nos separa. El invierno de la incomunicación disfrazada, de hipercomunicación, el invierno de la falta de un relato común (nuestro país hace tiempo que no tiene uno), ese otro invierno que es sequía, sin sentido, desertificación interior.

Tú, invierno, eres una escuela: en tus largas noches frías aprendemos de nosotros más que en las otras estaciones. Cuando en el sur, alguien enciende una cocina leña, el presente mismo se enciende y se hace presencia: y compartiendo el mismo mate o té, vemos, sentimos llover. Me despido de ti con esta carta y veo que tú estás despidiendo con estas lluvias que dan miedo. ¿Tienes rabia? ¿Pena? ¿Qué nos estás queriendo decir? ¿Qué nos quieres llover? ¿Cuáles son los signos y donde están las claves para leer esos signos?

La ciudad se ha llenado de paraguas y la radio anuncia temporal. Me acerco a la ventana y sé que estás ahí y vuelvo a ser el niño que te esperaba con miedo y esperanza, porque traías noticias de otra parte, de otros reinos, donde los dioses todavía gobiernan. Aquí los dioses nos han dejado solos, y no hay ya chamanes ni maestros que nos enseñen el lenguaje secreto de la lluvia, sino meteorólogos que nos están diciendo cuanto va a llover. El cuánto de la lluvia, no su qué y por qué. La “lluvia”(qué bella palabra) convertida en “sistema frontal”.

Adiós, invierno tenaz, qué manera de despedirte esta vez. En los veranos de calores apocalípticos que hoy se viven en el mundo, te recordaremos y tendremos que pedir que vuelvas. Rogaremos que vuelvas. ¿Rogar? ¡Pero si ya no sabemos rogar!

Te saludo desde mi jardín.