Columna de John Müller: “Las avenidas vuelven a tener dos puntas”
“La decisión de terminar con la reversibilidad del tráfico en Cardenal Caro y Andrés Bello pone fin a una discriminación aberrante”, dice John Müller.
Hay ocasiones en que, para bien o para mal, Santiago es Chile. El fin de la reversibilidad del tráfico en las avenidas Cardenal Caro y Andrés Bello, anunciada para enero de 2024, es una de estas ocasiones.
Desde que se impuso en 1985, esta medida siempre me pareció aberrante, por una sencilla razón: todos sabemos que “dos puntas tiene el camino y en las dos alguien me aguarda“, como dice la samba de Los Chalchaleros.
Se pone fin así a la expropiación horaria de la bidireccionalidad de los caminos destinada a satisfacer a la población más pudiente y educada de Santiago que extraía sus recursos en el barrio cívico y los disfrutaba en el sector Oriente.
A medida que ese sector ha dejado de ser exclusivamente residencial y que se ha democratizado el perfil de quienes extraen sus recursos del Estado, los flujos han cambiado. Al margen de que la medida fuera injusta y discriminatoria desde el principio, esta decisión hoy nos dice mucho de que la sociedad chilena ha cambiado y se ha vuelto mucho más compleja.
En vez de facilitar el tráfico, la reversibilidad convertía las avenidas en autopistas, donde se han medido automóviles circulando a 133 km/h, velocidad más propia de una vía de alta velocidad que de una avenida urbana.
Esto tenía como consecuencias que Andrés Bello se haya convertido en la segunda vía con más siniestralidad del municipio de Providencia. La norma de la reversibilidad tampoco tenía mucho sentido una vez que se dispone de vías rápidas de fácil acceso al sector Oriente como la autopista costanera.
Santiago y su alcaldesa deben tomar nota del cambio. Es imprescindible generar un plan que evite la decadencia del centro de la ciudad, origen de la república y centro de servicios único, que se ha agudizado desde el estallido de octubre de 2019.
Pero hay que hacerlo desde una visión con sentido práctico, no ideológico, porque ya hemos visto que el intervencionismo sólo echa a los habitantes del centro de las ciudades.