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Carta de Cristián Warnken: al niño que fui (hace 50 años)

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Radio Pauta
POR Equipo Radio Pauta |

“Crees que tu padre te va a retar, pero él y tu madre están pegados a la radio, sus caras reflejan que algo muy grande ha pasado. No vas a ir al colegio, un golpe militar está en marcha. Se escuchan proclamas y entrecortada la voz de Allende”, escribe Cristián Warnken.

Tienes 12 años. Es temprano en la mañana y te estás vistiendo para ir al colegio. Siempre te demoras más que tu hermana: sueles quedarte en la noche, sin que te vean, leyendo con una linterna debajo de las sábanas. Hay tanto que leer y el colegio no te deja tiempo para buscar esos autores que te están esperando, para abrirte mundos, para cruzar a otras orillas, a mares abiertos que te esperan más allá de tu calle y tu estrecho barrio al fin del mundo.

Una vez te despiertas con sueño… bajas corriendo al comedor a tomar desayuno. Crees que tu padre te va a retar, pero él y tu madre están pegados a la radio, sus caras reflejan que algo muy grande ha pasado. No vas a ir al colegio, un golpe militar está en marcha. Se escuchan proclamas y entrecortada la voz de Allende.

Tu madre llora… se levanta y dice: “voy a ir a La Moneda a defender al Presidente“.

Tu padre la retiene: “Angélica, no tiene sentido; los militares tienen el control del país, nadie va a ir a defender a Allende”.

Te enojas con tu padre… siempre te abanderizas con tu madre, con sus ideales, sus posiciones políticas. Tu padre se define como a-político, eso entonces significa ser “momio”.

No hay espacio para las medias tintas. Pero no lo juzgues ni caricaturices: te escribo desde el futuro, soy tú, pero 50 años después, he aprendido muchas cosas, entre otras entender a mi padre, sus angustias, como la de toda una clase media que tuvo miedo, miedo al caos, a la violencia, a la locura desatada.

El país está loco. Vibrante, sí, pero loco. Tu padre es más racional y práctico, tu madre soñadora y poética. Tú estás con tu madre, claro, y llorarás con ella cuando escuchen juntos más tarde el último discurso de Allende. Es como una pesadilla: todos los sueños, las canciones, las multitudes, todo se empezará a apagar ese día, como se acallarán las radios: Magallanes y Corporación.

Los aviones truenan sobre tu cabeza; La Moneda va a ser bombardeada. ¡Bombardeada! “Y qué paso con el poder popular, mamá, los cordones industriales, los estudiantes, el pueblo, ¿dónde están? Allende está solo en La Moneda… ya no hay gritos, consignas, solo el vibrar tranquilo de mi voz”.

Luego el silencio, la larga noche. El miedo se trasladó de bando, ahora tendremos miedo nosotros, no nuestros adversarios. ¿Adversarios? Enemigos. Tu propio padre, ¿enemigo? Tus vecinos, con los que jugabas todos los días, ¿enemigos? Tu hermana, ¿enemiga? Ella te dice “upeliento”; ¿Tú? “momia”.

¿Te das cuenta, niño que fui, el país quebrado en el que estabas saliendo de la infancia para entrar a la juventud? Estás llorando ahora solo en la pieza… tu padre dice que tienes que quemar todos los diarios de izquierda: tu colección de “El siglo”, “Puro Chile”, “Clarín”, tenías 12 años y los leías ávidamente todos. Tu papá leía “El Mercurio”, ahí verás la cara de Pinochet con gafas oscuras en la edición del día siguiente.

Estás enojado con tu padre, un empleado de clase media, riguroso, trabajador, buena persona, pero lo llegaste a llamar “señor padre”, “burgués”. Él te mira con pena. Te entiende. Tú no lo entiendes. Él representa el orden tradicional, todo lo que había que transformar para que llegara el hombre nuevo. Ese que ahora no llegará. Pero tal vez sí llegará.

Desde el futuro te digo que el Chile en el que estás ahora, ese 11 de septiembre de 1973, es otro país que el de ahora. Y tú serás yo… más amarillo… con los mismos ideales de tu madre [la mía] pero habiendo entendido también a tu padre [el mío]. Nada es tan blanco y negro. No hay buenos ni malos, tan claros, los ideales a veces también pueden terminar en pesadillas, las derrotas sirven para pensar profundo.

No me odies. No me digas traidor. No te he traicionado. Soy el mismo que tú, pero con más heridas y años: puedo mirar hacia atrás y ver que no todo lo que creíamos era verdad, que la verdad absoluta no existe… no te gusta escuchar esto, ¿cierto? Es doloroso, claro, dudar de la propia fe.

Tenemos que conversar mucho. Qué día tan tremendo ese que estás viviendo en mi pasado. Cuántos dolores vendrán. Te faltan muchos dolores y caídas y derrotas todavía. Podemos ser fieles a los ideales nobles y traicionar las ideologías que creíamos nos llevarían a realizarlos: eso he aprendido.

Pero no quiero penarte ni molestarte en esta mañana tan cruenta y brutal en que sientes que junto con el fin de la epopeya colectiva acaba de morir tu infancia. “Lo más difícil se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida: “aprenderás de ese trovador cubano que te acompañará en los años grises que tendrás que vivir“.

Te quiero dar una buena noticia, niño que fui: tu madre sigue viva y sigo conversando sobre eso que vivimos. Tu padre partió, murió en mis brazos, los tuyos y pude conversar también mucho con él, reconciliarme con ese señor “momio” contra el que te rebelaste, pero que estará dentro tuyo, como la voz de la razón y el sentido común para equilibrar los sueños.

Sigue soñando, pero cuidando con que los sueños intenten torcer la realidad. La realidad también importa. Ahora vive tu duelo: acaba de morir un sueño, hermoso, sí, pero en algo irreal. Ya vendrán las preguntas. Así es la historia, entra en nuestras vidas como una tempestad.

Te abrazo desde un futuro que espero no sea tan terrible como pensaste en esos aciagos días, iba a ser. No te he olvidado, sigues dentro mío, algún día me conocerás y espero te reconcilies con el hombre que serás.

Un abrazo, niño que fui (hace 50 años).