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Columna de John Müller: “Otra ocasión perdida, presidente”

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Agencia UNO / Radio Pauta
POR Equipo Radio Pauta |

“Haber convertido el 50º aniversario del golpe en motivo de desinterés o discordia sólo enmascara que Chile no ha hecho una autocrítica sobre lo ocurrido”, dice John Müller.

Estoy convencido de que Augusto Pinochet es el principal responsable del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, de hecho es su cambio de opinión respecto de la actitud que mantenía el Ejército hacia el gobierno de Salvador Allende la que decanta la situación ese día. Pero el principal responsable de la división y el descontento que vive hoy el país, 50 años después de esos hechos, es del gobierno del presidente Gabriel Boric.

La falta de un enfoque transversal, la inmadurez de los planteamientos, el sectarismo que ha vuelto a asomar, son factores achacables al gobierno que han contribuido a alienar a la mayor parte de la ciudadanía de esta conmemoración.

El error de foco del asunto quedó claro con un Ejecutivo que se quedó a medias entre el deseo de un sector de la izquierda de reescribir la historia y convertir a la Unidad Popular en un gran momento de la historia de Chile y los que pensaban que había que consolidar el terreno avanzado por los gobiernos democráticos apelando a la reconciliación y mirando la crisis de 1973 como un fracaso colectivo del que hay que aprender.

Ha sido el resultado de una política esquizofrénica que desea inculcar valores democráticos a la nación, firmando una declaración con los expresidentes, al mismo tiempo que se pone a la cabeza de una manifestación que acaba ensuciando y devaluando los símbolos republicanos.

Desgraciadamente, este 11 de septiembre nos recuerda que Chile no ha desarrollado una autocrítica genuina sobre lo ocurrido en su conversación pública.

La famosa renovación del Partido Socialista de las décadas de 1970 y 1980 es hoy una caja negra donde se sabe lo que entró y lo que salió de ella, pero no lo que ocurrió en el proceso. Por eso el Frente Amplio ha estado lleno de émulos de Carlos Altamirano, porque ni conocen ni participaron de dicha autocrítica.

En cuanto al Partido Comunista, hizo una autocrítica doctrinal y autoexculpatoria, suficiente para justificar los errores nuevos que cometería durante la dictadura. Lo que trascendió a la opinión pública de la reflexión del Mapu y la Izquierda Cristiana fue que habían cometido errores tácticos, pero ni los escritos de Garretón o Moulian fueron best-sellers.

Y en general, la autocrítica de la Unidad Popular giró en torno al grado de deslealtad hacia Salvador Allende mostrado por los partidos de la coalición. Nunca se discutieron públicamente y de manera orgánica, por ejemplo, los graves errores económicos cometidos.

Eso quedó para la historia como una consecuencia de las conspiraciones de la CIA, a semejanza de lo que los comisarios cubanos argumentaban sobre el bloqueo de su isla. El impacto que causó la figura de un Allende suicida terminó por sesgar el análisis.

La derecha, que a lo largo de la transición fue evolucionando hacia posiciones democráticas a la altura de sus congéneres de otros países, tampoco ha hecho una autocrítica real sobre la oposición que hicieron a Allende y su participación en el gobierno militar.

Esto es especialmente cierto en el caso de la UDI, que empieza su trayectoria democrática como ‘partido militar’ y logra transformarse en una fuerza fundamentalmente liberal en lo económico. Sin embargo, hoy es imposible una autocrítica sincera porque el estallido de 2019 resucitó viejos miedos y nadie va a hacer la autocrítica para que tus adversarios la usen para dividirte.

Y la Democracia Cristiana, que tenía el mejor relato democrático posible, pues había estado en la defensa de la democracia contra la UP y contra la dictadura militar, tampoco enfrentó el asunto de manera oficial y se conformó con ponerse de un lado o de otro dependiendo de con quien estuviera hablando.

Hoy, la Democracia Cristina son restos de un naufragio de un partido que vive de espaldas al hombre que mejor encarnaba sus aciertos y errores: el expresidente Patricio Aylwin.

Este panorama nos recuerda que había que haber puesto mucho más talento y recursos en la conmemoración del 50º aniversario del golpe de estado en vez de permitir que se convirtiera en un motivo de discordia. Otra ocasión perdida.