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Columna de John Müller: “El nuevo oscurantismo progresista”

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POR Equipo Radio Pauta |

El ministro de Educación y el alcalde de Recoleta son dos ejemplos de que el progresismo chileno tiene hasta cinco marchas atrás.

Durante años se asumió que la transparencia y el libre acceso a la información eran una bandera del progresismo. La transparencia, el derecho a la información, eran fundamentales para contar con ciudadanos maduros y responsables, aunque la privacidad y la intimidad sufrieran. En Chile, incluso, se llegó tan lejos que datos claves de los chilenos, como su número de RUT o su domicilio, andan dispersos por los sitios de internet y no hay que bucear muy a fondo (ahí está el Servel) para encontrarlos.

Ahora, el gobierno progresista ha cambiado de bando y le preocupa mucho la privacidad de los estudiantes, sobre todo si les va mal por la desidia de la clase política. El ministro de Educación ha reconvenido a las universidades si se hacen públicos los datos de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES).

Así como la política de transparencia pudo incurrir en excesos, el nuevo oscurantismo que alienta el ministro y sus adláteres es claramente un retroceso. En todo el mundo las políticas públicas se basan en datos como los resultados de la PAES, convenientemente anonimizados. Sin datos no se pueden formular y evaluar políticas que tienen costos elevados para los contribuyentes.

Lo que en el fondo le rechina al ministro es el mercado educacional, el punto de encuentro entre la oferta educativa y las demandas de alumnos y familias. Y el mercado se alimenta de información y datos que son necesarios para tomar decisiones, y se perfecciona por la competencia, que es sana y saludable.

El mercado, además, está en permanente evaluación y para eso necesita datos. El ministro puede intentar ponerle puertas al campo o podría, de manera inteligente, defender la anonimización de los datos, que es lo importante, y no dedicarse a cegar a las familias.

Otro debate donde asoma el oscurantismo progre es en el debate que ha provocado Daniel Jadue en el Partido Comunista sobre si un judío puede ser de izquierdas o no. El alcalde, de origen palestino, que reclama para sí la condición de “pensador racional”, no es capaz de deslindar lo que es una religión de lo que es un grupo étnico.

Es cierto que en el caso de los judíos diferenciar el grupo humano de la religión es muy complejo, porque la historia casi los ha fusionado, pero Jadue debe saber que hay hebreos que no profesan el judaísmo. De hecho, la matriz ideológica del Estado de Israel es el laborismo inglés, de raíz marxista. Y cuando habla del “supremacismo del pueblo elegido” está introduciendo una noción religiosa en un debate de carácter político.

Jadue demuestra consistentemente su ignorancia y mala fe cuando tilda de nazis a los judíos. Ignorancia, porque la historia ofrece hechos incómodos para todo el mundo. El alcalde olvida que el gran mufti de Jerusalén, el jeque Amin Al Husseini, reclutó en 1941 a un montón de jóvenes palestinos para integrar la Legión Árabe que luchó del lado de Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

Al Husseini, además, pese a su rango religioso, era un conspicuo cliente del Salón Kitty, el burdel más famoso de Berlín en la época nazi. Y mala fe, porque el Holocausto no fue una broma y nadie tildaría de pinochetista a un detenido-desaparecido en Chile.