Carta de Cristián Warnken a un desconsolado votante moderado

“Los moderados estamos huérfanos y casi debemos callar nuestra condición de tales, porque los que vociferan más están ahí, preparados para denostarnos, cancelarnos o funarnos”, escribe Warnken en su carta.
Entiendo tu descorazonamiento, que, a veces, transita hacia la angustia. Todo parece indicar que nos encaminamos a una elección presidencial en que tendremos que optar entre dos extremos. La moderación, la voluntad de lograr y articular acuerdos, la prudencia parecen no prender entre los ciudadanos. Aquí y en muchas partes del mundo.
Mi amigo José Rodríguez Elizondo, premio nacional de Humanidades se define a sí mismo como un “extremista de centro”. Este sabio local viene de vuelta de las viejas euforias, desmadres, borracheras ideológicas que llevaron a nuestro pueblo al fracaso y al sufrimiento. Pero hoy son otros extremismos los que generan épica, no el de centro.
Lo moderado aburre, no entusiasma, no apasiona. Genera bostezos y no aplausos. Como la razón están en retirada en nuestro tiempo, los argumentos racionales no convencen, lo que prima es lo impulsivo, lo irracional, las emociones, lo tribal.
Las redes sociales, además, expulsan a la moderación de ellas como un virus indeseado; ellas tienen que alimentarse de las declaraciones rimbombantes, de las declaraciones de odio, de la simplificación, la caricatura, incluso la mentira. Las ideologías (grandes abstracciones que tanto daño han hecho a la humanidad) ofrecen una nueva fe, que llena el vacío que han dejado las religiones. Ahí se refugian los jóvenes idealistas y tantos otros, no sabiendo que están buscando refugio en edificios que pronto estarán en ruinas.
¿Cómo no desconsolarse de ver que, después de todos los experimentos que como país hemos vivido (constitucionales y otros), que sólo han ahondado en nuestras viejas divisiones a las que parecemos condenados, volvemos al mismo punto, a tener que escoger entre extremos?
Extremos -hay que decirlo- que ahora se disfrazan de simpatía y moderación, pero que no han hecho de verdad ninguna autocrítica ni revisión de sí mismos, que siguen creyendo en “su” Verdad y que no están dispuestos a ceder, ni negociar, ni conversar ni acordar nada, aunque ese esfuerzo sea por el bien del país.
¿Qué pasa con los políticos moderados de este país que no logran construir un relato convocante que sea capaz de enfrentar la tentación de lo imposible que se aloja en el corazón de toda postura extrema? Aparecen por ahí algunos precandidatos que dicen ser de “centro”, pero que no tienen ni el carisma ni el espesor político para ofrecer un horizonte atractivo a una ciudadanía extraviada o confundida.
Los moderados estamos huérfanos y casi debemos callar nuestra condición de tales, porque los que vociferan más están ahí, preparados para denostarnos, cancelarnos o funarnos.
Sentimos casi vergüenza de ser “moderados”. A la candidata de centroizquierda derrotada en la primaria, cuando fue a dar su saludo a su rival victoriosa, le gritaban “amarilla”.
A la candidata moderada de la derecha, desde su propio sector la acusan de ser “la derechita cobarde”. La moderación es ahora cobardía. Cuando, en verdad, para serlo, hay que tener mucha valentía.
¡Qué más coraje que el cruzar a la otra vereda para ir a encontrarse con el adversario! Por esa distorsión alimentada de sofismas y cantos de sirena, estamos aquí, en este punto dramático de inflexión: condenados a escoger el “mal menor”.
Cuantas veces hemos visto en la historia a “males menores” convertirse después en monstruos mayores. ¡No quiero resignarme a escoger el “mal menor”, me rebelo a quedar condenado a esa deplorable disyuntiva! Mientras el país sigue estancado, agobiado por la inseguridad y el miedo, resignado a las ofertas de una clase política mediocre, sin visión, oportunista, esclava del “·meme”, el TikTok y de sus propias tribus.
Entiendo y comparto tu descorazonamiento y no sé qué decirte ni aconsejarte. Los países a veces se acercan el abismo sin tomar conciencia de ello. Van como rebaño, embebidos en las redes sociales, hechizados por ellas y se caen al precipicio por no mirar a tiempo la realidad que tienen enfrente.
Así han comenzado las dictaduras y autocracias en el mundo: cuando la moderación no tiene rostro, ni voz ni temple, ni menos coraje o energía para ir a enfrentar a los extremos, extremos disfrazados o travestidos, pero extremos al fin de cuentas.
He escuchado muchas declaraciones de gente de la “élite” política y cultural, hacer declaraciones en estos días. Gente que hasta ahora uno consideraba sensata, dispuesta a caer en los brazos de los “salvadores” o “salvadoras”, autoengañándose, mintiéndose a sí mismos para justificar su abdicación ante los extremos.
Mientras las candidaturas más sensatas de izquierda o derecha, o son derrotadas en su propio sector por paliza o se desfondan en las encuestas, la locura prende, enciende, hechiza.
Esa misma locura después se vuelve imparable y así los países se incendian o se hunden. “¿Qué hacer?” -me preguntas, querido amigo de la inmensa minoría de los moderados, pero invisibilizados hoy, reducidos a la inexistencia.
No hay respuestas fáciles, sobre todo porque los moderados rehuimos de las respuestas fáciles y de las verdades con mayúscula. Debemos estar en alerta en estos días. Y preparar, tal vez, una forma de resistencia. “¿Cuál?”-me preguntarás. Eso ya sería tema para desarrollar en otra carta. Por ahora, sólo un abrazo. Hay que cruzar este invierno…
Cristián Warnken