Columna de Tatiana Klima: “Cuando una coalición deja de querer a su candidato/a”
“Si la lealtad es tan frágil, ¿qué mensaje se entrega a la ciudadanía sobre la naturaleza del compromiso político? ¿Qué incentivo tiene un liderazgo de largo aliento si el apoyo desaparece a la primera señal de debilidad?”, escribe en su columna para Pauta la periodista y asesora de estrategia comunicacional.
La política tiene códigos no escritos que, cuando se rompen, dejan al descubierto lo más descarnado de su práctica. Y aunque esto es transversal a todos los sectores políticos, hoy la oposición vuelve a dar una muestra de ello con Evelyn Matthei. No es la primera vez que ocurre y probablemente no será la última.
La historia reciente ofrece varios ejemplos. En 2013 la derecha retiró su apoyo a Laurence Golborne, entonces su carta más competitiva, en medio de cuestionamientos internos y conflictos personales expuestos en la prensa. En su reemplazo, la UDI apostó por Pablo Longueira como candidato presidencial. Sin embargo, su campaña se desplomó rápidamente por motivos de salud y, en ese contexto adverso, fue la propia Evelyn Matthei quien aceptó tomar la posta y enfrentar una elección prácticamente imposible contra una Michelle Bachelet que ya tenía la victoria asegurada.
Ocho años más tarde, en 2021, fue Sebastián Sichel quien sufrió un abandono masivo. Hasta ese momento era la promesa renovadora, el independiente capaz de atraer votantes jóvenes y moderados. Pero cuando sus números empezaron a caer, los mismos candidatos parlamentarios de Chile Vamos que lo habían usado en sus campañas comenzaron a borrar su rostro de su material de campaña y a buscar cercanía con José Antonio Kast, que emergía con fuerza en las encuestas.
Hoy la historia parece repetirse con Evelyn Matthei. En plena campaña presidencial —que también define parlamentarios— varios legisladores de RN ya deslizan públicamente que Kast podría ser un mejor abanderado para el sector y se multiplican las señales de frialdad hacia Matthei. No se trata de diferencias ideológicas profundas con ella, quien ha sido consecuente con su coalición, ya sea como ministra, alcaldesa o parlamentaria. Se trata, más bien, de la lógica de poder pura y dura: “te apoyamos mientras seas útil para ganar una elección; cuando no, te dejamos sola”.
Si bien esto es parte de la política desde que ésta existe, y puede ocurrir en todos los conglomerados (le pasó al Presidente Lagos en 2017 cuando el PS optó por Alejandro Guillier), en la derecha parece ser una práctica más explícita y ruda. Matthei no es una improvisada: ha estado por años en el servicio público, ha enfrentado momentos de crisis, ha representado al sector en espacios difíciles. Pese a ello, el respaldo se diluye cuando el viento electoral no sopla a favor.
Lo que aquí se observa es una lógica compleja: partidos y coaliciones que actúan no desde proyectos colectivos, sino desde cálculos cortoplacistas y utilitarios. Ese es un problema, no solo para los candidatos de turno, sino para la política misma. Si la lealtad es tan frágil, ¿qué mensaje se entrega a la ciudadanía sobre la naturaleza del compromiso político? ¿Qué incentivo tiene un liderazgo de largo aliento si el apoyo desaparece a la primera señal de debilidad?
Matthei no es de mi línea política, pero es una figura de capacidades probadas y que merece respeto político transversal. En ese sentido, el trato que recibe dice más de quienes la abandonan que de ella. Y abre una pregunta incómoda: ¿puede una coalición que trata así a sus propios liderazgos aspirar a gobernar con estabilidad y visión de futuro?