Columna de John Müller: “Trump contra la Reserva Federal”
“La experiencia ha demostrado que contar con un banco central independiente no es un capricho tecnocrático, pero para el presidente es el último contrapeso”, escribe Müller en su columna para Radio Pauta, “La Acera de los Tontos”.
Donald Trump ha intensificado sus ataques contra la Reserva Federal (Fed). Sus críticas públicas al presidente Jerome Powell y su intento de influir en las decisiones de política monetaria han reavivado un viejo temor: que el poder político busque domesticar al banco central más influyente del mundo.
La idea de separar la política monetaria del ciclo político no es reciente. Tras la Primera Guerra Mundial, en la Conferencia Financiera Internacional de Bruselas (1920), surgió la noción de que los bancos centrales debían operar sin interferencias gubernamentales. La hiperinflación alemana de 1923 reforzó este consenso. El Reichsbank, reorganizado en 1924 con independencia legal, logró estabilizar el marco alemán. Pero esa autonomía fue borrada en los años 30, cuando Hitler subordinó al banco a su política de rearme. El caso alemán dejó una lección clara: sin independencia, la política monetaria puede convertirse en un arma de poder con consecuencias desastrosas.
Tan clara fue la lección que los alemanes están convencidos de que Estados Unidos les impuso que su Ley Fundamental, la constitución de posguerra, contemplara la independencia de los bancos centrales como un contrapeso institucional. No es así, no había un artículo fijando tal cualidad, pero el jurista Klaus Stern argumentó a favor de una interpretación objetiva de la Ley Fundamental que resultó en la aceptación de la autonomía del Bundesbank.
En Estados Unidos, el concepto moderno de independencia monetaria se consolidó en 1951 con el Acuerdo Tesoro-Fed. Durante la guerra, la Fed mantuvo las tasas bajas para financiar el esfuerzo bélico. Tras la inflación desatada por la Guerra de Corea, el banco central quiso recuperar el control de la política monetaria. El presidente Harry Truman se resistió, incluso convocando a toda la junta de la Fed a la Casa Blanca. El pacto que siguió -el “Treasury-Fed Accord”- le dio a la institución libertad para fijar tasas sin supervisión directa del Ejecutivo.
Truman pensó que el nuevo presidente de la Fed, William McChesney Martin Jr., sería complaciente. Pero Martin se convirtió en un férreo defensor de la independencia del banco. Resistió a Lyndon Johnson en los años 60, cuando este lo presionó para mantener las tasas bajas mientras financiaba simultáneamente la Guerra de Vietnam y su agenda social. Johnson llegó a increparlo físicamente en su rancho de Texas en 1965, acusándolo de “exprimir la sangre del trabajador estadounidense en beneficio de Wall Street”.
No todos los presidentes respetaron esa independencia. Richard Nixon encontró en Arthur Burns un aliado dispuesto a subordinar la Fed a sus intereses electorales, lo que alimentó la inflación de los años 70. Paul Volcker tuvo luego que tomar medidas drásticas, elevando las tasas a niveles inéditos para restaurar la estabilidad. Ese sacrificio cimentó la reputación de la Fed como guardiana de la credibilidad antiinflacionaria.
Trump, en su primer mandato, ya había mostrado escaso respeto por esa tradición. Nombró a Jerome Powell en 2018 y pronto se arrepintió, presionándolo para bajar las tasas. Incluso barajó destituirlo, aunque la ley protege al presidente de la Fed de ese tipo de decisiones arbitrarias. Powell resistió, recordando que su mandato termina en 2026 y que no renunciaría bajo ninguna circunstancia.
En este segundo mandato, Trump ha redoblado la ofensiva. Ha buscado influir en los nombramientos de la junta de gobernadores por todas las vías. Recientemente aprovechó la marcha de Adriana Kugler para incluir a su asesor económico, Stephen Miran, en el organismo. Ahora quiere remover a la gobernadora Lisa Cook, acusándola de fraude hipotecario en un gesto que muchos interpretan como una amenaza directa a la autonomía institucional. La señal a los mercados no puede ser ignorada: si el poder político doblega al banco central, la confianza en el dólar y en la estabilidad financiera global quedará en entredicho.
La experiencia histórica muestra que debilitar a la Fed no es gratis. Cuando los mercados perciben que la política monetaria responde a intereses electorales, las tasas de largo plazo suben, el crédito se encarece y la inflación se vuelve más difícil de controlar. “La credibilidad sobre la inflación lo es todo”, ha repetido Powell en sus intervenciones.
Para Chile, que desde los años 90 ha hecho de la autonomía del Banco Central una de sus instituciones mejor valoradas, lo que ocurre en Washington tiene valor de advertencia. La independencia monetaria no es un capricho tecnocrático, sino un blindaje frente a los vaivenes de la política. Allí donde ese blindaje se ha debilitado -desde la Alemania de Weimar al Estados Unidos de Nixon- las consecuencias siempre han sido costosas.