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El descenso de Blanco y Negro

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Agencia Uno
POR Eduardo Olivares |

“El equipo albo no dejará se ser grande si pierde la categoría”, dice Fernando A. Tapia: “Lo que está claro es que Blanco y Negro, la empresa y lo que ella representa, ya descendió”.

Colo Colo juega este miércoles uno de los partidos más importantes de su historia. Y no será precisamente por una copa o un título internacional, como acostumbró a sus hinchas a lo largo de los tiempos. Ante la Universidad de Concepción intentará evitar lo que sería la vergüenza deportiva más humillante de su existencia: caer por primera vez a la división B del fútbol chileno. El momento deportivo del club no tiene parangón, ya que incluso cuando la institución se declaró en quiebra fue capaz de seguir siendo protagonista en cancha llegando a conquistar un heroico campeonato de la mano de su prolífica cantera, la misma que ha dejado de lado en los últimos años.

Nada es casual. Que el club más popular esté cerca de perder la categoría es producto de varios años en los que ha primado el desgobierno, causado por lucha entre empresarios que parecen tironear de la camiseta por quedarse con el poder, intereses políticos cruzados y horrorosas decisiones deportivas. Situaciones que se profundizaron el 2020 en medio de la pandemia, cuando mientras la gran mayoría de los clubes logró acuerdos con sus planteles, en el Monumental optaron por ahorrarse gran parte de los millonarios salarios de sus futbolistas acogiéndose a la Ley de Protección del Empleo. El resultado: cuatro meses en los que el equipo quedó sin supervisión profesional de su departamento físico, con desastrosas consecuencias una vez que volvió el fútbol.

Podría hacer un libro enumerando la cantidad de factores que han influido en este momento institucional. En un año convivieron tres entrenadores (Mario Salas, Gualberto Jara y Gustavo Quinteros); se profundizaron las divisiones internas del directorio entre los bloques representados por sus accionistas mayoritarios Aníbal Mossa y Leonidas Vial, donde cada cual celebra como un triunfo el fracaso del otro; los representantes del Club Social y Deportivo se alinearon con Mossa, perdiendo su capacidad crítica y de fiscalización; se provocó un duro enfrentamiento entre dirigentes y jugadores debido al recorte transitorio de los sueldos; hubo luego divisiones en el plantel ante la decisión del presidente del club de tratar de abuenarse con ellos pagando $550 millones por derechos de imagen –aunque los beneficiados fueron solo seis futbolistas, mientras el resto seguía esperando una señal de restitución de los ingresos suspendidos durante el receso–; se intentó dar un golpe de efecto con la repatriación de ídolos del club como Jorge Valdivia y Matías Fernández, sin que ello estuviese respaldado por destacados rendimientos; se contrató a una agencia de comunicaciones para mejorar la imagen del club, como si el problema de fondo, deportivo y económico, se pudiese tapar con un dedo; se trajo a otro referente como Marcelo Espina para encabezar la influyente gerencia deportiva, pero no se le brindó el poder real de decisión debido a la cultura personalista que ha imperado en Blanco y Negro, hoy con Mossa y antes con Gabriel Ruiz-Tagle. En fin, es una lista larga que da cuenta de que este duro momento no es fruto solo de una mala campaña, el infortunio o una decisión arbitral, sino de una pésima gestión directiva que tarde o temprano se iba a reflejar en la cancha.

Es probable que Colo Colo, por plantel y la jerarquía de sus jugadores habituados a jugar con presión, evite el indeseado descenso. Pero pase lo que pase, quienes están hoy a cargo deberán asumir la responsabilidad de este, el peor momento deportivo en la historia del club.

El equipo albo no dejará se ser grande si pierde la categoría, y hasta podría ser sano para iniciar la necesaria reconstrucción. Lo que está claro es que Blanco y Negro, la empresa y lo que ella representa, ya descendió. Peor aún, ni siquiera ha cumplido con el objetivo más importante que justificó el haberse hecho cargo del gerenciamiento de la institución a partir del 24 de junio de 2005. Ese año el Club Social y Deportivo Colo Colo tenía una deuda acumulada con el fisco de más de $8 mil millones. Se planteó que después de 30 años ByN entregaría un club saneado económicamente, con muchos más títulos, crecimiento de la infraestructura y protagonismo internacional. Transcurrida la mitad de ese periodo el balance es paupérrimo. Su mejor momento deportivo, el tetracampeonato de 2006 y 2007 y la final de la Copa Sudamericana 2006, coincide con los primeros años de administración, de la mano de jugadores formados bajo el alero de la estructura en quiebra. Y en lo económico no solo no ha sido capaz de saldar la deuda, sino que esta ha aumentado. Hoy Colo Colo debe más ($11 mil millones) de lo que debía cuando se produjo el contrato de concesión. En otras palabras, un rotundo fracaso directivo.

Independientemente del resultado en el dramático partido por la permanencia, Aníbal Mossa, Leonidas Vial, los directores de ByN –incluyendo quienes representan al CSD– no tienen otro camino que la renuncia. Colo Colo necesita de nuevos nombres, otro estilo de conducción, un gobierno corporativo profesional, alejado de la lucha de egos y de intereses políticos y económicos. Le urge un proyecto deportivo en la que la institución esté por sobre cualquier personalismo, incluyendo el de sus ídolos del momento, y en el que sus directivos actúen con responsabilidad y sin miedo a ser impopulares, aunque sea una contradicción con lo que representa el club con más seguidores en Chile.