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Diego fue Maradona por mucho más que la estadística

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El Confidencial - HBO
POR Francisca Vargas |

Su lugar en la historia no se debe a la cantidad de goles o títulos, sino a otras dimensiones del juego: liderazgo, carisma, competitividad, genialidad, clase y espectáculo.

Diego Armando Maradona no deja indiferente a nadie. No hay un futbolero en el mundo que no tenga una opinión, un juicio, una visión o un recuerdo del argentino, que esta semana murió a los 60 años en Buenos Aires.

Todas las voces especialistas lo ubican como uno de los jugadores más grandes de todos los tiempos. La mayoría de ellas lo ponen en la quina de la historia. Un porcentaje importante en la terna. Y hay muchos que lo ponen por encima de todos. Incluso de Pelé.

¿Cómo medirlo? ¿Cómo hacer justicia a percepciones que, por definición, son subjetivas? ¿Cómo evitar el teñido de lo emocional, lo generacional o de la misma cercanía geográfica de dónde nació o dónde jugó?

Un primer acercamiento es el estadístico: establecer una línea paralela con Pelé y Johan Cruyff, dos de los jugadores más influyentes de todos los tiempos. Los tres marcaron épocas. Los tres fueron pilares en sus selecciones. Los tres cambiaron la forma de ver, jugar y sentir el fútbol.

Una primera dimensión es la capacidad goleadora. En 724 instancias oficiales, Maradona convirtió un total de 358 goles, con una media de 0,49 por encuentro). Cruyff tuvo 392 anotaciones en 704 juegos (0,55). Pero Pelé se escapa de toda medición, con 774 goles en 834 partidos (0,92).

En cuanto a los títulos alcanzados, el “Pibe de Oro” llegó a nueve a nivel de clubes y dos en Mundiales (uno juvenil y otro adulto), siendo ampliamente superado por los 26 en equipos y tres Copas del Mundo de Pelé, y los 22 de Cruyff (ligas y continentales, pero nunca en mundiales).

Una de las pocas métricas en las que no tienen mayores diferencias es en sus años de profesionalismo.

Desde el debut del oriundo de Villa Fiorito hasta su retiro, pasaron 21 años. Los mismos que corrieron desde la primera entrada y la última salida de Pelé de una cancha de fútbol, y solo uno más que las dos décadas del holandés jugando a este deporte.

En todos estos números -y en muchos otros- el capitán de la albiceleste palidece frente a los mejores jugadores de la última década: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. ¿Por qué, entonces, su leyenda es tan grande? ¿Por qué tanta gente lo ubica, sino como el mejor, a la misma altura, o casi, de Pelé?

El fútbol, como tantas otras cosas, no es mera estadística. El resultado puede terminar 3-3. Pero es radicalmente diferente ir ganando y que el otro equipo lo empate que realizar una remontada cuando se está tres goles abajo.

Y en la medición de Maradona no caben solo los números, sino también los contextos y los valores propios del deporte: liderazgo, competitividad, genialidad, clase y espectáculo.

El hombre que nació líder

“Para Carlos, Diego era el hijo varón que nunca tuvo. El día que le dijo que iba a ser capitán, se lo dijo como al pasar en la calle y se fue. Diego se quedó llorando de emoción”, dijo Jorge Bilardo, hermano del exdirector técnico campeón del Mundo en 1986 y subcampeón en 1990.

Hasta hoy, quien fuera fundamental para el 10 en la parte más alta de su carrera, y que hoy por precaución (sufre una enfermedad neurodegenerativa) no se ha enterado de su muerte, es recordado por los hinchas como “uno de los pocos que realmente cuidó al Diego”. En Argentina, quienes hacían guardia a las afueras de la Casa Rosada, así lo señalaban.

Quien derramaba lágrimas al recibir la jineta era idolatrado por eso: por su amor incondicional a la selección. Pero también por el hándicap que le generaba al resto de los equipos. Y la confianza que despertaba en los propios. En la albiceleste, tener a Maradona en cancha era sinónimo de seguridad. Era sinónimo de respirar tranquilos, porque había una garantía. En su recuerdo, minutos después de conocer de su partida, Oscar Ruggeri lo retrataba de la siguiente manera: “Yo he hablado con Diego y no hablaba con Diego Maradona de 60 años, hablaba con el tipo que era mi capitán. Estaba esperando que me dijera ‘hay que ganar, este es el que hay que ganar’. No me desprendo de todo eso que hemos vivido”.

Un dato que grafica esto es que las selecciones de Maradona eliminaron en fases finales de Copas del Mundo a todos los campeones de ese torneo (hasta que el argentino jugó, en 1994): Uruguay, Italia, Inglaterra, Brasil y Alemania.

Un aspecto adicional es la pasión que despertaba. Quizás por su temperamento, o tal vez por su genialidad con la pelota (es probable que no haya nacido alguien más hábil que él), o por su liderazgo, o por su carisma… En el sur de Italia es considerado un verdadero dios.  

En Italia 1990, las ironías de la vida lo llevaron a enfrentar a Italia en semifinales. Y las tribunas se dividieron por completo. Ese día, en el estadio San Paolo (que ahora llevará su nombre) Italia vivió una completa tragedia: quedó eliminada de su propio Mundial pese a que, antes de ese partido, no había recibido ni un gol en contra. Y Argentina pavimentó otro camino a su segunda final consecutiva. Otra con Maradona como figura estelar. 

En Napoli fue figura consular. Siete años, 259 partidos oficiales y 115 goles no bastan para dimensionar su significado en el club y en toda la región de la Campania. Su presencia tuvo un inevitable significado político: el sur contra el norte, el pobre contra el rico, el débil contra el poderoso. 

Con Diego el club ganó los Scudettos 1986/87 y 1989/90, la Copa de Italia 1986/87, la Copa UEFA 1988/89 y Supercopa italiana 1990/91. Pero más que eso, su legado trasciende lo deportivo: es de rebeldía, de emancipación y de éxtasis. Los poderosos Juventus de Platini, Internazionale de la terna alemana (Mathäus, Brehme y Klinsmann) y el Milan de Berlusconi derrotados con una arma única: talento. 

En esa misma tecla política, y aprovechando su enorme influencia, en 1987 decidió encabezar la formación de la Asociación Internacional de Futbolistas Profesionales, para enfrentarse al poder de la FIFA que entonces tenía como presidente a Joao Havelange, y figuras como Joseph Blatter y Julio Grondona

¿Qué es la calidad sin el 10?

La clase se define como hacer lo indicado en el momento indicado. Acción y tiempo. Y en eso Maradona era un exponente inmenso. Siempre fue determinante, estuvo donde se requería y cuando se le necesitaba.

En los 91 partidos con la Selección Argentina, entre 1977 y 1994, marcó en 34 ocasiones. Y si bien su carrera estuvo marcada por la Copa América 1979 (2 partidos y 1 gol), Argentina en 1987 de local (4 partidos y 3 tantos) y en Brasil dos años más tarde (6 encuentros disputados), la verdadera gloria de los números llegó con la máxima competencia a nivel de selecciones.

Para aquella generación que vivió México 1986, ese equipo argentino era una pandilla, pero de héroes, encabeza por el capitán. Sus dos tantos icónicos contra Inglaterra fueron pilar de la copa que terminó con cinco anotaciones suyas (otro a Italia y dos a Bélgica en semifinales). Pero cuatro años antes, en España 1982 había comenzado a cimentar la historia con cinco partidos y dos goles. Italia 1990 (7 enfrentamientos) y Estados Unidos 1994 (1 gol y dos partidos) fueron el cierre de un futbolista que estuvo siempre, sin importar el momento, bien posicionado.

“El Diego de la gente”

“Qué me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”

Fontanarrosa alguna vez ocupó 18 palabras para definir, en una crítica a quienes criticaban, lo que simboliza Maradona para el pueblo argentino. 

Lo que algunos definen como carisma, esa capacidad de (sin forzarlo) atraer a las personas por la sola presencia, por la personalidad, por tal vez una, dos o tres palabras, es lo que el 10 generaba en la gente. Si hoy encontrar fotografías de los emblemas del fútbol mundial con hinchas no es fácil, con Diego Armando era todo lo contrario. Y no solo eran periodistas; eran hinchas, era la persona del barrio. Eran todos. 

Esa relación estrecha con los argentinos se amarró de manera definitiva en los cuartos de final de México 1986, disputados el 22 de junio de ese año en el estadio Azteca. Habían pasado cuatro años y nueve días del inapelable triunfo británico en las Islas Falkland. Y Maradona se hizo notar esa mañana: uno de los dos goles más polémicos de la historia mundialera (el otro es el gol inglés en la final de 1966) y el tanto más extraordinario de todos los tiempos.

Dos jugadas que simbolizaron la revancha de un país entero. 

Serían millones quienes luego le agradecerían la hazaña, y que incluso hasta el último de sus días valorarían lo realizado. “Sueño con poderle marcar otro gol a los ingleses, ¡esta vez con la mano derecha!”, comentó Maradona en vísperas de su último cumpleaños en una entrevista con France Football.

Otro atributo: la humidad

“No creo ser el mejor”, respondió una infinidad de veces. Y lo creía a firme. Esa humildad reflejaba una confianza enorme en todo lo que hacía en la cancha.

“Diego es el deportista más grande de la historia a nivel del mundo, porque hizo que cada vez que estuvo en un lugar, ese lugar se acondicionara de una forma muy grande, en el sentido de que no se trataba solamente de un partido de fútbol. Se trataba de que iba Diego”, recordó en Pauta de Juego, de Radio PAUTA, Sergio Fabián Vásquez, exseleccionado argentino y exjugador de Universidad Católica. 

Y si el lugar no se acondicionaba, lo acondicionaba él mismo. Sin escatimar ni medirse. Si la ocasión lo requería, ahí estaba el 10. En 1985, y ante la oposición del presidente del Napoli, Corrado Ferlaino, de jugar en el estadio, Maradona jugó un amistoso en una cancha de barro para costear la operación que le podría salvar la vida a un niño en Acerra.

El jugador de fútbol que murió a los 60 años no cabe en el concepto Maradona. Porque más que un jugador, es una evocación, un estado mental, una disposición al juego.