Entretención

Luis Miguel, la serie: placer sin culpas

Imagen principal
Netflix
POR Isabel Plant |

La producción revive el mito del ídolo latino, según lo que el mismo artista quiere contarnos. Y es irresistible.

Sería muy fácil, en estos tiempos de series de alta alcurnia, adaptaciones literarias y guiones como novelas, describir a Luis Miguel, la serie como un “placer culpable”. Pero si el concepto de que algo que uno disfruta debe dar pudor siempre ha sido nefasto -¿quién decide qué música, cine o series son los correctos o los taquilleros y cuáles deben dar vergüenza?-, en este caso sería además un tremendo error y un gran esnobismo. Porque claro, es Luis Miguel, un ídolo más cercano a la Quinta Vergara que a Hollywood (aunque su éxito llega hasta allá), y tras décadas de dominación norteamericana en la narrativa, lo latino se considera insólitamente de menor calidad que lo anglosajón.

Bueno, esta serie nos recuerda que Luis Miguel es una superestrella, más allá de los últimos años de desencuentros con el público y prensa y problemas de oído o lo que sea que reportan los tabloides. Nos vuelve al esplendor de Micky, como se le llama a lo amigo en la producción, y crea esa sensación de efervescencia que genera una buena teleserie, cuando los villanos son adversarios dignos y el héroe es uno que vale la pena. Es cursi, por supuesto, pero en el mejor sentido de la palabra, y el hecho de que sea entregada semana a semana, como producción de Telemundo con Netflix, sólo hace más fácil su consumo. Luis Miguel, la serie no es material de maratones, porque alimenta una parte de nuestra memoria colectiva que no necesita de suspenso, ni de giros estrepitosos.

La historia es por supuesto la del niño súper talentoso, empujado por su padre cruel al mundo de las luces. Convertido luego en adolescente superventas, Micky (Diego Boneta) comienza a ver a su progenitor por lo que realmente es, y viene el quiebre. La serie también aborda la desaparición de la madre italiana de Luis Miguel, su eterno dolor, y la lucha por encontrar su propia voz y estilo en una industria que sólo quiere explotarlo. Está basada en un libro que, al igual que el producto televisivo, ha sido aprobado por el cantante mexicano, lo que lo convierte en un documento oficialista sobre su estrellato. Es una genialidad de relaciones públicas para una estrella que ya no da entrevistas, adueñarse de su propio mito. Claro, el joven cantante es bueno con sus hermanos y su madre y con quienes no le mienten, es un novio ingenuo y entregado, es un cantante lleno de sueños y amor. Todo conflicto de la trama recae entonces en Luisito Rey, su padre español y también cantante, quien sigue una tradición “joancrawfordiana” de progenitores del terror cuya única misión en la vida pareciera ser la miseria de su descendencia.

Así, el tema que recorre la historia, por lo menos en los tres capítulos ya estrenados, no tiene tanto que ver con cómo un ídolo de la canción latinoamericano -que ha vendido más de cien millones de discos en su carrera- lidia con la fama a temprana edad. Sí, esta ahí, pero esta es la historia que un hijo cuenta sobre el porqué odia a su padre, y lo odió hasta el último de sus días. Luis Miguel, al producir esta historia, quiere sangre, y quiere vengar a su madre, a sus hermanos y a su misma infancia. A través de esta historia quiere explicarnos por qué es así, recluido y misterioso en la actualidad, un rey sol lejano de su gente y de los flashes, cansado ya de los embates que alguna vez le dio la persona en la que más confiaba. Una movida fascinante, la de vivir para contar la historia y elegir lo más freudiano del catálogo posible de argumentos.

El resto del encanto está todo ahí: los peinados ochenteros, los pedazos de canciones que están en el disco duro latino desde siempre, el espacio entre los dientes, las dificultades de la industria musical cuando todos quieren un pedazo de ti. Luis Miguel, la serie aprovecha los clichés y los pone al servicio de la tradición latina de narrativa televisiva, y sale victoriosa. Puede, de hecho, que alguien como quien escribe que en la infancia era más pro Chayanne, ahora se comience a volver una luismiguelina. Esto no es The Wire, ni Mad Men, ni menos El cuento de la criada, sino que es la historia de Luis Miguel, cantada y gozada como se debe. Y como él quiere.