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Cronista Leila Guerriero: “Miramos los muertos como si miráramos la temperatura”

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POR Fernanda Valiente |

Desde su casa en Argentina, la escritora expresa en PAUTA el peligro de la virtualidad impuesta y de las reacciones de los gobiernos frente al contagio del Covid-19.

“Me aterran las posibilidades que manejan los gobiernos para salir de la pandemia. Tener que circular con un certificado de salud para ir a tomar el metro. Me parece que ni a [George] Orwell se le ocurrió”, ríe Leila Guerriero, columnista de El País, de la revista Sábado de El Mercurio y autora de numerosos libros de perfiles y crónicas.

“No. Esto superó a Orwell, superó a [Aldous] Huxley. Superó a todas las distopías. Estamos viviendo dentro de una distopía prácticamente”, responde Cristián Warnken, anfitrión de Desde El Jardín de Radio PAUTA.

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Guerriero se encantó con la crónica cuando en 1991 le pidieron que cubriera un tema exhaustivamente para la revista Página/30. Tenía un mes para investigar y escribir. No estudió periodismo, sin embargo, el camino como narradora de historias de la marginalidad la acercó a esta profesión. Siempre desde una mirada disruptivamente literaria

Luego recibiría una oferta del diario argentino La Nación para ingresar a la sección de crónica informativa. Pero, como dice la autora, su mirada es lenta. No puede escribir rápido. De esta forma, tuvo que rechazarla y continuar su camino como freelance, que le exigía mucho trabajo sin tener la estabilidad de un sueldo fijo.

Últimamente, está trabajando en “un proyecto largo” que explora a la clase alta. “Están tan marginadas, como una comunidad religiosa muy cerrada a la que no podés entrar. Sin embargo, ellas tienen mucho poder y del cual terminamos dependiendo todos nosotros en un punto u otro”, sostiene.

La desaparición del cuerpo en la era digital

La virtualidad sin duda amplió el espectro de relaciones personales, y hasta laborales. Una herramienta que hoy es casi una necesidad en tiempos de pandemia.  

Sin embargo, a la autora de Plano Americano (2013) siempre le incomodó cómo lo digital parecía comérselo todo. 

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“Siempre la desaparición del cuerpo de la esfera física bajo la forma de la apropiación del espacio público por máquinas, drones, robots, me pareció una barbarie”, dice la escritora argentina. En primer lugar, por la pérdida de trabajos y, en segundo, por el aumento de las plataformas virtuales. A su juicio, ellas “conspiraban contra esto básico que es el contacto humano. Lo que nos gusta a todos. Encontrarnos con un amigo, ir a un bar o salir a cenar”. Guerriero lo ejemplificó con una escena de restorán, donde las personas están sentadas frente a frente, pero viendo el celular.

“Ese sobreuso que había de la tecnología me parecía siniestro, porque saca al cuerpo de la esfera pública. Por ejemplo, Twitter es una plataforma súper agresiva. La gente dice cosas que no le diría a otro en la cara nunca. Es el odio desatado. Y cuando uno llega al extremo en un punto se transforma en lo único que hay. Ahora siento que el cuerpo está tachado de la esfera pública y va a estar tachado por mucho tiempo”, advierte.

Las muertes, un simple número

Pero “qué ocurre cuando la transparencia se convierte en la sociedad del control”, pregunta Warnken.

“Me parece que en esta situación de emergencia es cuando más tendríamos que propiciar que esos debates se amplíen, porque ya vamos en tal punto el borramiento del cuerpo del otro, que los muertos ya no tienen ni historia. Son como cifras de un termómetro siniestro. […] Miramos los muertos como si miráramos la temperatura“, acusa.

El confinamiento y la violencia

Dentro de esta nueva realidad virtual, existe otra preocupación para Guerriero. Se trata de los niños maltratados, de los adultos mayores con problemas cognitivos y de las mujeres que son golpeadas.

“No me sumo en absoluto al discurso optimista de que todos vamos a salir más solidarios. Me parece que esta situación exacerba la individualidad y el egoísmo. […] En algunos edificios de Buenos Aires usan carteles pegados en los ascensores donde viven médicos o enfermeras insultándolos y diciéndoles que se vayan, porque los van a contagiar a todos. En una ciudad pequeña al interior cuando se enteraron de que una persona estaba contagiada, una médica que empezó a hacer cuarentena desde ese día, le apedrearon la casa. Esta idea de que una persona que no sabía que estaba contagiada se fue al cumpleaños de la prima, contagió a 10 personas y se le tacha casi de asesina. Me parece que esas son las cosas con las que deberíamos tener cuidado”, expresa.

De las protestas a la contención

Guerriero es una gran lectora de cómics. Por eso, asegura que si el bien y el mal siempre son representados en estas historias, el Covid-19 no “es bueno ni malo”. Sin embargo, afirma que las sociedades no tardarán en encontrar “al villano perfecto”. Y ella teme eso, porque “un héroe tampoco permite algún tipo de cuestionamiento. Imagínate un salvador perfecto. Bueno, ¿qué peligro gigantesco digamos, no? ¿Qué devoción y qué fenómenos de fe nueva nos va a poder recoger y llevar a su molino? Este, en el fondo, un héroe perfecto también puede ser un villano perfecto”, señala.

Pero de lo social a lo bélico ¿cómo pasó esto?, se pregunta la escritora. Lo detalla en un ejemplo del estallido social chileno, donde, según Guerriero, se pasó de las protestas a un ruego por un líder fuerte y “lo más autoritario posible que diga ‘es por acá, síganme y los llevaré al triunfo'”.

El rol de los libros

En tiempos de pandemia, la escritora argentina ha recordado creaciones literarias que exploran mundos con una humanidad amenazada por un virus, como Soy leyenda (2014) y el cómic El eternauta, que demuestra una realidad bastante parecida a la actual. Los habitantes deben salir cubiertos como astronautas para no contagiarse. Asegura que de ninguna manera está tratando de ocupar el tiempo “haciendo macramé”.

Sin Netflix o libros. Esa es la realidad de muchas familias en Latinoamérica, recuerda Warnken.

Para la columnista, la idea de mantenerse ocupados es un mensaje que está dirigido a las clases medias y altas. “No hay ninguna posibilidad de que una familia hacinada en un barrio pobre utilice algunos de esos conceptos ni que se sienta aliviada, porque la televisión dice ‘ay qué lindo, mire cómo está el país’. O sea, hay gente súper angustiada que no sabe qué va a comer mañana ni hasta cuándo va a continuar esto; mientras en la vereda del frente, tiene una especie de amenaza fantasma. […] Esos programas no le hablan a esa gente y me parece odioso que no estén registrando esa situación”, expresa.

A su juicio esto se explica por la obsesión de la sociedad con la hiperproductividad. En ese sentido, cree que es un momento de quietud, “no de correr a hacer collares con lentejas”.

Una mirada crítica

Iluminar. Pensar. Incomodar. Alzar una voz desobediente.

Para la autora de Los suicidas del fin del mundo (2005) tanto los comunicadores como los escritores tienen un espacio de búsqueda importante en la sociedad, que debe ir más allá de lo que se encuentra en la agenda pública.

“Me gustaría pensar que el periodismo o la literatura pueden ayudar a pensar, a mirar nuevos ángulos. Ayudarnos a armarnos contra ese posible avasallamiento de esta sociedad de control. No dejar que todos los temas caigan detrás del coronavirus”, señala.  

“Y qué hacer para que esa mirada no se duerma”, pregunta Warnken.

“Mi cabeza es un poco el casillero del diablo, porque me paso todo el tiempo mirando o traduciendo la realidad mediante la forma de columnas o de textos. Leo los diarios y veo formas de relacionarlos con otros temas. Creo que eso es una manera de tener la mirada activa”, explica. Llega un punto en se adquiere un ritmo “y uno lamentablemente no puede dejar de mirar sin ese nivel de intensidad que a veces equivocará el camino y será una sobreactuación”, agrega.

Leer lo que a uno le gusta. Leer lo que quizás a uno no le gusta tanto, también. Leer por placer. Leer para aprender del otro. Tampoco olvidar tener conversaciones incómodas. Son las recomendaciones de la escritora en tiempos de encierro. 

Vea el programa de Leila Guerriero: