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La historia del nieto

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Casa Azul de Corea del Sur
POR jorge Román |

El fundador, el protector y el reformista en potencia: las tres generaciones de la dinastía Kim han moldeado Corea del Norte con la misma mano de hierro, pero respondiendo a los desafíos de sus eras.

Cuando Kim Jong-Il falleció de un ataque cardíaco en diciembre de 2011 y se anunció que Kim Jong-Un sería su sucesor, en Occidente se especuló que un joven de veintitantos sería prontamente sobrepasado por la desconfianza de las élites, el aislamiento y la pobreza de su país.

Siete años después, pareciera que el padre no erró en su decisión. El régimen totalitario norcoreano no ha colapsado y su programa nuclear llegó a tal nivel de desarrollo que se ha convertido en la moneda con la que el líder supremo negociará el levantamiento de las sanciones económicas directamente con el Presidente de los Estados Unidos.

Pero, ¿de dónde proviene Kim Jong-Un? ¿Por qué fue él el elegido para continuar la dinastía de los Kim en lugar de sus hermanos mayores?

Tres líderes para tres épocas

Kim Il-Sung, el “Presidente Eterno” de Corea del Norte fue un héroe de guerra. Luchó durante la Segunda Guerra Mundial contra los invasores japoneses como mayor del ejército soviético. En 1950, lideró una invasión a Corea del Sur con la intención de unificar la península. Aunque fracasó en su intento, gracias al apoyo de China el ejército de Kim Il-Sung consiguió repeler una contrainvasión de las fuerzas estadounidenses y de las Naciones Unidas, lo que concluyó con el armisticio de 1953 y la división de las dos Coreas en el paralelo 38.

Los cimientos del régimen autocrático y totalitario que hoy conocemos fueron levantados por Kim Il-Sung, quien lideró Corea del Norte durante toda la Guerra Fría y hasta su muerte, en 1994. Su hijo, Kim Jong-Il, un cinéfilo obsesionado con la mejora de los sistemas de propaganda, lideró el país en uno de sus momentos más difíciles: no solo perdieron el apoyo de la Unión Soviética después de su colapso, también vivieron una hambruna que, hasta fines de la década de 1990, se estima que cobró millones de víctimas.

No obstante, el “Amado Líder” perduró hasta su muerte: las purgas, su endiosamiento y, sobre todo, el apoyo de China, le ayudaron a mantener a flote un país empobrecido e incluso a realizar los dos primeros ensayos nucleares que pusieron en alerta a Occidente. Y, según el testimonio de quien fuera su chef de sushi, Kenji Fujimoto, Kim Jong-Il ya había elegido a su sucesor en 1992, cuando ese príncipe, su hijo Jong-Un, tenía nueve años.

Ilustración oficial de Kim Il-Sung y Kim Jong-Il, abuelo y padre, respectivamente, del actual líder Kim Jong-Un.
Crédito de la imagen: Yeowatzup (CC BY 2.0)

La tradición dictaba que el primogénito Kim Jong-Nam debió haber sido el sucesor, pero su fascinación por la cultura occidental (que lo llevó a ser detenido en Japón portando un pasaporte falso cuando quiso visitar Disneylandia Tokio) le hizo perder el favor de su padre. El segundo hijo, Kim Jong-Chul, era considerado muy débil e incapaz de tomar las duras decisiones que implican liderar un régimen autocrático.

El perfil que construye Jung H. Park (quien fue analista de la CIA) sobre Kim Jong-Un nos da luces sobre cómo se educó el actual líder supremo. Se le enseñó desde pequeño que tenía un gran destino por delante: a diferencia de sus hermanos mayores, fue educado desde su infancia para ser un líder. Como recuerda su tía materna, Ko Yong-Suk, para su octavo cumpleaños el niño recibió un uniforme de general decorado con estrellas reales y un grupo de generales verdaderos se inclinaron ante él para rendirle respeto; a los 11 años le dieron una pistola Colt .45. “Era imposible para él crecer como una persona normal cuando la gente a su alrededor lo trataba de esa forma”, relata Ko.

Mientras millones de norcoreanos fallecían por la gran hambruna en la segunda mitad de la década de 1990, Kim Jong-Un estaba en Suiza, educándose en una escuela privada, jugando básquetbol, esquiando en Los Alpes, nadando en la Riviera Francesa, conduciendo vehículos de lujo adaptados para su tamaño desde los siete años. Los veranos descansaba en el resort privado de la familia. Aunque no estaba entre los peores estudiantes, tampoco destacaba: su interés radicaba más en los deportes como el fútbol y, sobre todo, el básquetbol.

El nieto del fundador de Corea del Norte recibió un país con sanciones económicas internacionales, con un solo aliado firme (China), pero con un programa nuclear que le daba una cierta protección ante la tan temida invasión estadounidense.

Ni temerario ni suicida

La estructura fundamental de Corea del Norte no ha cambiado bajo el régimen de Kim Jong-Un: sigue habiendo persecución a los opositores (reales o imaginarios), los medios de comunicación solo son estatales, siguen existiendo de campos de prisioneros donde se estima que hay unos 200 mil norcoreanos encerrados y torturados. Los derechos humanos universales son violentados a diario.

Sin embargo, el joven líder supremo se ha mostrado muy distinto a su padre: hace discursos públicos (Kim Jong-Il no hizo ninguno), alimenta la nostalgia por la era de su abuelo y destaca el legado de su padre, se muestra en público, abraza a la gente y hasta admitió el fracaso del lanzamiento de un satélite en 2012 (el régimen nunca había admitido algo así en el pasado).

Kim ha tratado de convencer no solo a su pueblo, sino a todo el mundo, de que puede traer prosperidad a su nación. Habla de impulsar la industria norcoreana, de hacerla competitiva a nivel mundial, de una forma similar a como Kim Jong-Il quiso elevar el nivel del cine norcoreano. Y si su padre estuvo dispuesto a secuestrar a un cineasta para conseguir su objetivo, Kim Jong-Un aceleró el desarrollo de un programa armamentista (que incluye armas nucleares, químicas y biológicas, además de ciberataques) para luego negociar una apertura económica bajo la promesa de que respetarían su gobierno.

Pese a las caricaturas que se hacen de él, Kim Jong-Un ha demostrado que no es un loco ni menos un suicida. Como dice Park, “aunque Kim es agresivo, no es temerario ni ‘demente’. De hecho, ha estado aprendiendo cómo y cuándo recalibrar. Y es esta habilidad para recalibrar, cambiar de curso y modificar tácticas lo que nos exige […] desafiar continuamente nuestras presunciones y percepciones sobre los ‘patrones de expectativas’ en el análisis de Corea del Norte”.