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Autores de la Carta de Harper’s revelan el origen de la polémica

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POR Fernanda Valiente |

PAUTA conversó con varios de los signatarios de la misiva. Ahondan en cómo la intolerancia discursiva afecta tanto a las instituciones culturales, como a las relaciones sociales.

“En una república democrática, ‘Nosotros el pueblo’, citando las palabras iniciales de la Constitución de los Estados Unidos, tiene poder soberano, lo que significa que los funcionarios del gobierno son elegidos por nosotros y responsables ante nosotros. Pero no podemos ejercer ese poder de manera efectiva a menos que ejercitemos libertades de pensamiento sólidas”, señala a PAUTA la académica Nadine Strossenprofesora de derecho constitucional en la New York Law School.

La docente emérita es una de las más de 150 personalidades que firmaron la carta en la prestigiosa revista estadounidense Harper’s (versión en español aquí) para criticar la falta de tolerancia en un entorno que debería promover el diálogo: las instituciones culturales.


Extracto de la Carta publicada en la revista Harper’s. Versión en español: AQUÍ.


Stossen recuerda las palabras de James Madison, uno de los “padres fundadores” de Estados Unidos: “Un gobierno popular, sin información popular o los medios para obtenerla, no es más que un prólogo a una farsa o una tragedia; o quizás ambos. El conocimiento gobernará para siempre ignorancia: y un pueblo que pretende ser su propio gobernador, debe armarse con el poder que le otorga el conocimiento”.

PAUTA conversó por correo con varios de los signatarios de esta epístola abierta. Abundan sus reflexiones sobre el contexto de polarización entre los llamados académicos privilegiados y aquellas minorías que luchan por llegar a puestos de trabajo más altos, mantener sus empleos o incluso ser aceptados.

La mente maestra

La Carta de Harper’s reunió a intelectuales del amplio espectro ideológico, pero sobre todo progresista, que apuntó su preocupación sobre todo a un nuevo tipo de autoritarismo de ideas proveniente de la izquierda radical. Entre los firmantes están Noam Chomsky, Margaret Atwood y la escocesa J.K. Rowling; la autora de la saga de Harry Potter ha sido blanco reciente de críticas destempladas por su defensa del concepto de mujer.

Varios personajes del mundo cultural exigen una mayor libertad para desarrollar sus ideas en sectores como el periodismo, la filantropía y las artes. Esta petición surge en un contexto en el que acusan que “líderes están usando castigos apresurados, los editores están siendo despedidos por piezas controvertidas, los periodistas tienen prohibido escribir sobre ciertos temas y los profesores son investigados por citar trabajos de literatura en clase”. 

El columnista de Harper’s y organizador de la carta, Thomas Chatertton Williams, comentó en NPR el objetivo del mensaje: “Alguien tiene que mirar alrededor y decir ‘bueno, todavía quiero trabajar con mucha gente de esa lista. Aún quiero hacer adaptaciones de Netflix de sus trabajos. Aún quiero hacer pódcast o que sean reporteros en The New York Times o The New Yorker. Y también tengo que tomar en consideración su punto de vista, no solo la de monstruos en línea que no tienen rostro y con los que nunca voy a interactuar”.

El que habla, pierde

Roger Berkowitz, de Bard College, destaca que, si bien la misiva de Harper’s propone casos específicos de intolerancia, hay cientos más. “Hay una preocupación de que, si las personas publican un artículo, o tuitean el artículo equivocado o algo en lo que creen, van a perder su trabajo. Y eso lleva a que nos autocensuremos”, comenta. Hasta cierto punto el académico del Centro para la Política Hannah Arendt está de acuerdo con este comportamiento en la vida social, “pero si en los mundos de la literatura y de la política tienes a un grupo pequeño encargado de definir lo que es aceptable vas a crear una cultura pública desconsiderada y conformista”. 

Uno de los ambientes que se ve afectado por nuevas sensibilidades son los que en primer lugar deberían ofrecer un espacio respetuoso de posturas contrarias que dialoguen: las universidades.

Para Berkowitz, el problema de la falta de debate no se ha dado con sus estudiantes, sino con el cuerpo docente. 

“Algunos de los que han sufrido intolerancia en el mundo académico no son privilegiados”, puntualiza Joy Ladin. La docente de Inglés de la Universidad Yeshiva, ubicada en Nueva York, agrega que a veces quienes son ‘cancelados’ son “profesores adjuntos luchando por el trabajo, o maestros sin seguro que pueden ser despedidos si sus evaluaciones no son positivas”.

La polarización universitaria

Y también están los estudiantes que deciden no intervenir por no ser juzgados. “Cuando hago charlas de temas Lgbtq, algunas personas no se atreven a hacer preguntas respetuosas, porque temen ser vistos como malos si utilizan los términos incorrectos. Con este impedimento se dañan los procesos de aprendizaje, crecimiento y descubrimiento”, indica Ladin.

El profesor de Sociología de la Universidad de Harvard Adaner Usmani detecta una aversión generalizada a la falta de diálogo de la izquierda progresista estadounidense. “En mis estudiantes he observado una tendencia a disolver el desacuerdo en enfrentamientos de lo bueno versus lo malo, donde aquellos que no están de acuerdo con creencias aceptadas por mayorías no solo se les considera que tienen una postura correcta, sino que también se les tilda de malévolos”.

El docente de origen paquistaní afirma que siempre ha asociado esa actitud con la derecha religiosa. Sin embargo, su preocupación hoy es otra. “Los jóvenes de izquierda tienen tan poca exposición a aquellos que están en desacuerdo con ellos que sus argumentos acerca de temas importantes como la vigilancia, el encarcelamiento, el racismo, etcétera, son lamentablemente subdesarrollados”, acusa. 

El miedo a opinar

La llamada “cultura de la cancelación” ha creado roces entre las distintas esferas de la sociedad, pero no es un concepto nuevo. 

Como explica el profesor de Inglés de la Universidad de Yale David Bromwich, “la ‘cultura de la cancelación’ representa una especie de publicidad organizada que genera escándalos morales repentinos para arruinar carreras”.

El académico, quien enseña las obras políticas de Shakespeare y prosa del siglo XVIII, advierte que las redes sociales aceleraron el proceso, debido a la capacidad que tienen para reunir a un número considerable de personas para respaldar una acusación. “Por lo tanto, la opinión pública puede parecer totalmente formada antes de que se produzca cualquier selección de evidencia”, dice. De esta forma, a su juicio “la cura tendrá que venir de una repulsión general de este patrón de control social, humillación masiva y castigo”.

La intolerancia hacia pensamientos que desafían la ortodoxia ideológica, de acuerdo con el profesor de Urbanismo de la Universidad de Columbia Kian Tajbakhsh, está ocurriendo dentro de la izquierda. Una situación que se ve en las universidades constantemente. En este sentido recuerda el libro Illiberal Education: The Politics of Race and Sex on campus (1998) de Dinesh D’Souza como uno de los primeros atisbos que era necesario un cambio en la cultura universitaria.

Hoy, el sector alberga un resentimiento que no parece tener una justificación apropiada.

“Irónicamente, esta nueva ascendencia es en parte el resultado del hecho de que los intelectuales izquierdistas no fueron cancelados por el establishment o la derecha. Han tenido una fuerte presencia en la academia durante los últimos 40 años y ahora sus implicancias iliberales se extendieron desde el campus e influyeron a una generación de activistas e intelectuales”, sostiene.

Conversaciones y casos puntuales

Varios fueron los factores que gatillaron que estos docentes decidieran firmar a favor de un debate abierto. 

Deirdre McCloskeyhistoriadora y economista de la Escuela de Artes liberales y Ciencias de la Universidad de Illinois en Chicago— sintió una “creciente preocupación de que especialmente la gente joven se está volviendo demasiado delicada sicológicamente para participar en un debate abierto. Es un aspecto esencial para cambiar las mentalidades”.

Lo que ocultan estos malestares que no permiten el diálogo libre, a juicio de McCloskey, radica en que “enfrentamos una corriente de opinión potencialmente peligrosa sobre lo políticamente correcto”. 

En ese sentido, el politólogo Udhay Singh Mehtadel Centro CUNY de Nueva York, piensa que el asesinato de George Floyd y otros casos de brutalidad policial no justifican la reducción del espacio de debate libre o abierto.

La respuesta a la Carta de Harper’s

Se puede decir que la misiva cumplió su objetivo, cuando días después surgió una respuesta firmada por más de 160 contradictores (periodistas en su mayoría), quienes acusaron una falta de empatía en torno a las minorías. “Sus palabras reflejan una testarudez para dejar ir el elitismo que aún impregna la industria de los medios, una falta de voluntad para desmantelar los sistemas que mantienen a las personas como ellos dentro y al resto de nosotros fuera”, señala “Una carta más específica acerca de la justicia y el debate abierto” publicada en The Objetive.


-Extracto de la respuesta a la Carta publicada en la revista Harper’s


Consultado por dicha respuesta, Hussein Ibish, investigador del Instituto de los Estudios del Golfo Árabe en Washington y signatario de la Carta de Harper’s, expresa su desacuerdo.

“Se habla de ‘libertades burguesas’ que solo aplican a los privilegiados, que solo sirve para perpetuar desigualdades existentes. Obviamente hay algo de verdad en eso. Pero lo que esta observación tiende a eludir son las consecuencias inevitables de una agenda que prescinde de estos principios básicos. Y eso casi inevitablemente significa que un grupo mucho más pequeño comienza a tomar decisiones para todos en base a agendas políticas”, comenta.