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Enseñanzas para Chile de la elección en Madrid

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POR Cristián Rodríguez |

“Cuando me preguntan si el paralelismo entre la política española y la chilena se mantiene, sostengo que ya no es posible decir eso”, asegura John Müller.

Desde hace muchos años hay quienes sostienen que la evolución de la política chilena puede adivinarse en la política española. Se argumenta la afinidad lingüística y cultural, y, sobre todo, la similitud entre el modelo bipartidista español y el binominal chileno. Curiosamente, ambos sistemas murieron el mismo año -2015-, el primero con unas elecciones que fragmentaron el Parlamento español y, el segundo, con la promulgación en abril de una nueva ley electoral.

Esta semejanza también puede asentarse en el grado de tutela política que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ejerció sobre la Concertación. Todavía hay políticos que recuerdan cómo, a comienzos de la década de 1990, el PSOE instruyó a las empresas españolas, especialmente constructoras, para que apostaran por invertir en Chile y asegurarse de que su transición fuera un éxito. El pragmático “socialismo mediterráneo” de Felipe González se exportó sin disimulo y la cooperación política se mantuvo con José María Aznar con quien Ricardo Lagos selló el tratado comercial de Chile con la Unión Europea en 2002.

Por esta razón, los resultados electorales en la región de Madrid, con la rotunda victoria de la derechista Isabel Díaz Ayuso (Madrid, 1978) han sido seguidos con gran interés en Chile.

La Comunidad de Madrid, el territorio que rodea la capital de España, consta de 179 municipios y 6,7 millones de habitantes. Creada en 1983, tiene un sistema de gobierno parlamentario con una Asamblea de 136 escaños. El primer presidente madrileño fue el socialista Joaquín Leguina, un experto en estadística que trabajó para Cepal en Chile durante el gobierno de la Unidad Popular y que ha relatado varias veces la peripecia que vivió junto al abogado Joan Garcés (el mismo que logró la detención de Augusto Pinochet en Londres) atravesando Santiago el 11 de septiembre de 1973.

Casado (izquierda) y Díaz Ayuso (derecha). Foto: PP

Madrid, territorio propicio

Desde 1995, Madrid ha sido un territorio extraordinariamente propicio para la derecha que ha gobernado 26 de los 38 años de su existencia. El Partido Popular (PP) ha dominado con mayoría absoluta ocho de las 12 legislaturas. Pero en la de 2019-2021 solo logró el segundo puesto, lo que lo obligó a pactar con Ciudadanos y con Vox. Su desplome electoral se debió a los numerosos casos de corrupción del partido y a la estrepitosa caída de su última presidenta electa, Cristina Cifuentes, acusada de falsificar un título universitario y hurtar unas cremas de belleza en un supermercado.

Díaz Ayuso, una joven y desconocida política, fue una apuesta personal de Pablo Casado, nuevo líder del PP elegido por las bases tras la caída del gobierno de Mariano Rajoy (1 de junio de 2018). Obtuvo 30 escaños en las elecciones de 2019 y ahora tiene 65, más del doble, a solo cuatro de la mayoría absoluta. Es una proeza electoral porque el PP, que consiguió muchas mayorías absolutas en Madrid, nunca había logrado un resultado parecido compitiendo con un rival a su derecha, el partido Vox que obtuvo 13 diputados. El bloque de derecha suma así 78 parlamentarios (antes tenía 68) y casi 2 millones de votos frente a los 58 diputados (antes 64) y 1,5 millones de votos de la izquierda.

La presidenta madrileña nunca ocultó su incomodidad con el gobierno de coalición con Ciudadanos pactado en 2019. La ruptura de la coalición de gobierno en Murcia entre el PP y Ciudadanos, en marzo pasado, le brindó la excusa para adelantar las elecciones. Su decisión fue controvertida porque la tomó cuando faltaban horas para aprobar los primeros presupuestos de su gobierno, trabajosamente negociados con Ciudadanos. En segundo lugar, suponía llamar traidores a los de Ciudadanos y, eventualmente, enajenarse a sus votantes (629.000 en 2019).

Además, se trataba de votar en medio de una pandemia, con una evolución epidemiológica incierta debido a las vacaciones de Semana Santa y al hecho de que Madrid mantiene restricciones menos duras que otras comunidades autónomas, lo que ha provocado enfrentamientos entre el gobierno local y el nacional de Pedro Sánchez.

Sánchez, presidente del gobierno español. Foto: La Moncloa.

Un precedente clave

En octubre de 2020, y este es un antecedente esencial, Sánchez impuso el confinamiento total de Madrid recurriendo a los poderes que le confiere el Estado de Alarma. Lo hizo porque el gobierno de Díaz Ayuso recurrió -ya que estimó que causaba un daño innecesario- una orden de menor rango del ministro de Salud de España ordenando el cierre. Los tribunales de Madrid dieron la razón a Ayuso y Sánchez se vio obligado a invocar el estado de excepción constitucional para someter a Madrid a sus designios.

Díaz Ayuso tuvo la ventaja de fijar el marco conceptual de la campaña. Al convocar la elección dijo que ésta sería entre “socialismo o libertad”. Su provocación fue atendida cinco días después cuando Pablo Iglesias renunció a la vicepresidencia del gobierno central para capitanear a Podemos en un intento de “frenar a la ultraderecha”. Ayuso dobló la apuesta y dijo entonces que cambiaba su lema, que este sería “comunismo o libertad”. Parecía una repetición de la Guerra Civil española por la vía electoral.

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Pero, una vez establecido el marco, Ayuso se retiró del mismo. Iglesias, en cambio, acaparó el protagonismo y siguió azuzando el “guerracivilismo” en la campaña, presionando a los otros candidatos de la izquierda (Ángel Gabilondo del PSOE y Mónica García de Más Madrid) para que se definieran en sus términos. Un oscuro episodio de amenazas por carta le permitió victimizarse y exigir solidaridad a todo el mundo. La candidata de Vox, Rocío Monasterio, lo confrontó con dureza. Ayuso, hábilmente, ni siquiera estaba presente. La candidata se olvidó de la Guerra Civil que había evocado como terreno de juego y centró su campaña en la recuperación de las libertades y de la economía, en la defensa de la apertura, aunque fuera limitada, de comercios, bares, restaurantes y hoteles. El choque con Sánchez ocurrido en octubre le daba credibilidad.

La derecha madrileña, en realidad, eran dos derechas: una dura y seca, dispuesta a pelear en un escenario de Guerra Civil, y la otra, con vocación de seducir al centro y con ganas de fiesta (“¡Madrid, la caña de España!”).

El votante de centro, clave del triunfo

La polarización de la campaña, la baja movilidad impuesta por la pandemia, el descenso del número de contagios y el hecho de que se votara en un día laboral (martes) y no en domingo, pueden haber facilitado una elevada participación (76,2% frente a 64,2% en 2019). Y eso permitió acabar con otro mito que manejaba la izquierda y temía la derecha: que una alta participación favorecía naturalmente a la izquierda. 

La disputa real estuvo, como siempre, en el votante de centro. El desenlace de la crisis de Murcia favoreció a Ayuso. La nueva dirección de Ciudadanos, el partido con el que Albert Rivera había intentado hegemonizar a la derecha en 2019, quiso demostrarle a Sánchez que podía ser un buen partido-bisagra y que ahora le tocaba pactar con los socialistas en Murcia y echar a los ‘populares’ del gobierno. Pero la moción de censura fracasó y Ciudadanos acabó dividido.

Ayuso sabía que muchos de esos 629.000 votos que habían ido a Ciudadanos en Madrid en 2019 eran desencantados del PP. Pero lo que le permitió atraerlos no fue la traición política murciana o el cacareado desgaste natural que sufre el socio minoritario de un gobierno de coalición, sino la enorme torpeza de su moción de censura. Si hay algo que no toleran los votantes de esta formación de centro reformista, es ser un partido que no sabe hacer política. Como afirmaba Juan Claudio de Ramón, uno de los mejores analistas españoles, en el verano (boreal) de 2019 cuando Albert Rivera se encaminaba a su juicio final: “El problema (de Ciudadanos) no ha sido derechizarse, sino esterilizar la propia posición”.

El PSOE de Madrid también planeó, equivocadamente, quedarse con los votos de Ciudadanos. Eso los llevó a confirmar como abanderado a Ángel Gabilondo, un filósofo y exrector de universidad, que en 2019 ganó las elecciones de Madrid, pero que no pudo formar gobierno. Cuando restaban dos semanas, los socialistas se dieron cuenta de que el exvotante de Ciudadanos estaba yéndose en masa al PP. Entonces obligaron a Gabilondo, el hombre tranquilo que había dicho que nunca pactaría con Pablo Iglesias, a rectificarse a sí mismo y decirle al líder de Podemos que “nos quedan 12 días para ganar las elecciones”. Ahí, su candidatura acabó de hundirse. El hecho de que Sánchez prometiera lo mismo en 2019 (“no dormiría tranquilo” si fuera presidente con votos de Podemos) y que terminara pactando con Iglesias, desacreditó a los socialistas.

La revalorización de Íñigo Errejón

De hecho, se calcula que unos 100.000 votantes del PSOE decidieron apostar por Ayuso. Molestos con el estilo oportunista de Sánchez, con su política de pactos y concesiones a la izquierda separatista catalana y a los nacionalistas vascos, sobre todo a Bildu (brazo político de la banda terrorista ETA), y la poco comprometida gestión de la pandemia por parte de su gobierno.

Lo que pocos se esperaban es que el PSOE dejara de ser el líder de la oposición madrileña. Al final del escrutinio, Más Madrid le sobrepasó con 4.470 votos.

Más Madrid es un partido primo hermano de Podemos. Ambos son hijos del movimiento de protesta del 15 de mayo de 2011 que ocupó la Puerta del Sol y son el fruto de la lucha fratricida entre dos de los fundadores de Podemos: Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Ambos remaron juntos hasta que sus visiones chocaron. La concepción leninista del partido de Pablo Iglesias le llevó a purgar (y a humillar) dos veces al sector “errejonista”, una en 2017 y otra en 2018.

La discrepancia de fondo puede resumirse en que mientras Iglesias, exmilitante comunista, creía en un Podemos radical y sin concesiones, llamado a sustituir al PSOE en el lugar que ocupa en la sociedad española, Errejón siempre se ha mostrado abierto a acudir al “mestizaje” para pactar y construir mayorías. “Tenemos que dejar de dar miedo, Pablo”, le decía Errejón a su compadre. Eso le llevó a acentuar su perfil feminista y ecologista, y a integrarse con el sector de la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que representaba una izquierda menos fanática que Podemos, y a coquetear con los socialistas.

Errejón (hablando) junto a Iglesias (al fondo) en 2014.

Una sociedad polarizada

El tiempo le ha ido dando la razón a Errejón, cuyo rol es mucho menos protagónico que el de Iglesias. De hecho, prefirió ocupar un puesto secundario y dejar la campaña en manos de Mónica García, una médico anestesista con indudable tirón en la izquierda. Es cierto que Iglesias evitó que su marca, Podemos, desapareciera políticamente en Madrid como ya ocurrió en Galicia, al lograr tres escaños más que en 2019. Pero es tanto el rechazo que presenta como figura pública que su retirada política solo podía evitarla la posibilidad de que se formara un gran gobierno de izquierda en Madrid.

Que la elección haya sido decidida por los votantes de centro no significa que Madrid no sea hoy una sociedad polarizada. Por primera vez, la izquierda no socialista en Madrid (Más Madrid y Podemos) suma más votos y escaños que el PSOE. Esto es particularmente duro para Pedro Sánchez. Madrid pasa a ser el único territorio donde no ha podido cumplir la misión que se le encargó en 2014 cuando fue nombrado secretario general socialista: evitar la sangría de votos por la izquierda que causaba el recién creado Podemos. Hasta ahora, se apostaba a que Podemos y Más Madrid acabarían convirtiéndose en las juventudes del PSOE y ahora parece que los socialistas madrileños serán “los viejos cracks” de Más Madrid, mientras que Podemos será la nueva marca del Partido Comunista cuya militancia ha absorbido.

El crecimiento de Vox, que ha pasado de 12 a 13 diputados y ganado 42.000 votos, también confirma la polarización extrema. Santiago Abascal no ha dudado un segundo en ofrecer su apoyo a Ayuso, “como no puede ser de otra manera”. En Vox sostienen que han resistido muy bien ante “el huracán Ayuso” y que su influencia ha crecido con la desaparición de Ciudadanos. La cuestión ahora es si Madrid puede ser el primer territorio donde la derecha vuelva a unificarse en torno al PP.

Esta gran victoria, sin embargo, puede tener una vigencia muy corta. El cuarto domingo de mayo de 2023, Madrid elegirá nuevamente gobierno. El adelanto electoral de Ayuso disolvió la legislatura, pero mantuvo el periodo de tiempo para el que fue elegida la original (2019-2023).

Díaz Ayuso y Casado en la celebración del triunfo. Foto: PP

Lecciones y mitos

Hay muchas lecciones que sacar de lo ocurrido en Madrid y varios mitos que quedaron por los suelos. Sin embargo, cuando me preguntan si el paralelismo entre la política española y la chilena se mantiene, sostengo que ya no es posible decir eso. Es válido pensar que las similitudes sociales y culturales siguen, pero los caminos políticos se bifurcaron entre 2017 y 2018. Mientras Chile escogió un gobierno de derecha a finales de 2017, que no ha resuelto ninguno de los problemas que se habían acumulado a esa fecha, España optó por uno de izquierdas en 2018, debido a los errores del PP y a la convulsión que supuso el golpe institucional en Cataluña. De no haber gobernado primero Sánchez y después Sánchez con Iglesias en España, es muy probable que hoy los españoles también estuvieran discutiendo una nueva Constitución después de un estallido social como están haciendo los chilenos.

En cuanto al Frente Amplio, al que se considera el Podemos chileno, también hace mucho tiempo que está escribiendo su propia historia. Nunca ha podido superar el lastre de su falta de institucionalización (que el leninismo de Iglesias resolvió rápidamente en España) ni sumar más allá que los personajes que lo integran. Sin embargo, preso de sus propios atavismos acabará tan fusionado al Partido Comunista como lo está hoy el Podemos de España, donde Pablo Iglesias acaba de designar como sucesora precisamente a Yolanda Díaz, vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, una mujer que ha militado toda su vida en el Partido Comunista.

Las sociedades cambian rápidamente y quienes no las saben interpretar, quedan en la orilla de la historia. Pablo Iglesias ha decidido apartarse. Errejón ha visto coronada su alternativa. Ayuso disfruta de las mieles del triunfo y Sánchez se lame las heridas, sin saber muy bien si esto es el comienzo o el final de algo. Debería tomar nota de que el socialista Joaquín Leguina, el primero en ocupar el puesto que hoy ostenta Díaz Ayuso, acaba de publicar un libro muy crítico sobre él (Pedro Sánchez, historia de una ambición) y que cuando le preguntaron sobre ambos líderes dijo: “Prefiero a Ayuso antes que a Sánchez”.