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La nueva Guerra Fría instala su miedo

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Kremlin
POR voz |

En su estrategia de seguridad, la actual administración en Washington vistió a China y Rusia como “competidores” políticos, económicos y militares.

Anuncios de proteccionismo comercial, alardes militares y ofensivas diplomáticas anticuadas. No han pasado 30 años desde el fin de la Guerra Fría cuando ya las viejas prácticas de esa fase histórica han regresado ahora al siglo XXI. Con el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, encumbrado en su papel de provocador internacional, otras dos superpotencias clásicas —Rusia y China— prometen la eternización de líderes fuertes y ambiciosos. Así, el mundo parece de pronto de vuelta a fines de la década del 40 cuando la única Guerra Fría, la original, comenzó.

La llegada de Trump a la Casa Blanca en enero de 2017 hizo temer un nuevo período de belicosidad global. Analistas de publicaciones como The New Yorker y de los principales medios de Estados Unidos, desde The National Interest hasta The Washington Post, apuntaron a la misma pregunta: ¿Se está incubando una nueva Guerra Fría?

En diciembre de 2017, la administración estadounidense presentó lo más parecido a una doctrina —la doctrina Trump— a través de su Estrategia de Seguridad Nacional, firmada por el propio Presidente. En menos de 60 páginas, el documento establece que hay una “competencia” con los rivales de la Guerra Fría: “China y Rusia desafían el poder, influencia e intereses estadounidenses, en un intento por erosionar la seguridad y prosperidad de Estados Unidos”, dice.  Poco después, el propio secretario de Defensa, James Mattis, declararía que “la competencia entre superpotencias, no el terrorismo, es ahora el principal foco de la seguridad nacional de Estados Unidos”.

Los roces con esas superpotencias ya se han hecho más regulares.

EE.UU. – China

Hay una relación pendular entre los gobiernos en Washington y Beijing. Donald Trump y su colega chino, Xi Jinping, han realizado sendas visitas oficiales en condiciones poco usuales. Se han agasajado con cenas de lujo, en ambientes de alta sofisticación simbólica, y se han dedicado profusos elogios. Todo ello ha sido una cadena de gestos públicos.

Sin embargo, igualmente públicas han sido sus desavenencias: Trump ha acusado desde su campaña presidencial que China abusa del comercio bilateral con Estados Unidos, debido a los menores costos con que se produce en la economía asiática. Los chinos han respondido con una política de apertura comercial con el mundo mientras Trump va en la dirección proteccionista. De hecho, la más reciente grieta surgió a fines de febrero, cuando en forma sorpresiva la Casa Blanca comunicó que estudia aumentar los aranceles a la importación de acero y aluminio. La justificación estaría en lo que denominaron “razones de seguridad”, aunque las cifras indican que la industria armamentista de ese país se nutre en su totalidad de la producción acerera norteamericana.

En la dimensión militar, el gobierno chino anunció el 5 de marzo que el gasto en defensa aumentará en 8,1% este año, el mayor incremento desde 2015. “Es necesario mejorar el entrenamiento militar y la preparación para una guerra”, declaró el Primer Ministro, Li Keqiang, cuando anunció esta decisión. Con dos portaaviones en los mares y una Armada proyectada hacia sus intereses en el Mar del Sur, Beijing representa un desafío inequívoco a la hegemonía estadounidense en esa misma zona.

Quizás como parte de esa estrategia de largo plazo, que busca que el país cuente con Fuerzas Armadas de primer nivel para cuando se celebre el centenario de la República Popular en 2047, el gobierno declaró que el período de Xi Jinping no tiene fecha de término. Es decir, con esto se rompe la regla no oficial establecida en los dos mandatos que le antecedieron (Jiang Zemin y Hu Jintao), cuyos períodos duraron, en total, 10 años cada uno.

EE.UU. – Rusia

La vereda más polémica de Estados Unidos está domiciliada en Moscú. El presidente ruso, Vladimir Putin, alardeó en su discurso anual ante la nación que el país cuenta con un nuevo misil crucero que es “invencible”. Agregó que el arsenal incluye otros dispositivos que pueden alcanzar cualquier objetivo en el planeta, en una clara alusión al sistema de defensa antimisiles tan destacado por Estados Unidos. De hecho, responsabiliza a este país de estos desarrollos balísticos luego de que se saliera en forma unilateral del tratado de defensa antimisiles.

La supuesta intromisión rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, que habrían ayudado a la popularidad de Trump para alcanzar su presidencia, ha perseguido a la Casa Blanca desde que se instaló esta administración. Por ello, buena parte de la demostración de fuerzas se relaciona con la necesidad de separar cualquier vínculo entre Trump y Putin, por más que se envíen mensajes de mutua admiración.

Putin, además, enfrentará elecciones el 18 de marzo. Son comicios en los que correrá prácticamente sin riesgos y le permitirá otros seis años en el Kremlin.

Para Bruce Jones, director del programa de política exterior del instituto Brookings —basado en Washington—, Putin observa al resto del mundo, y en especial a Occidente, como una amenaza directa a los intereses de su país. Eso explica su aversión a la Organización del Atlántico Norte (OTAN), cuya existencia se explica por la Guerra Fría y no desapareció cuando ese conflicto terminó en 1991 (con el fin de la Unión Soviética).

Las nuevas armas

La Guerra Fría se sostuvo sobre un miedo permanente a que cualquier conflicto, por pequeño que fuese, podría derivar en un conflicto nuclear en que todas las partes perderían. Por eso fue ‘fría’: no hubo choques directos entre las fuerzas de Estados Unidos y la Unión Soviética, ni tampoco con China (salvo que se cuenten las batallas entre Naciones Unidas y China en la Guerra de Corea).

La frialdad de esta conflagración no significó, sin embargo, que no hubiese enfrentamientos en otros niveles: espionaje y contraespionaje fue un elemento clásico que además ha quedado estampado en la literatura y el cine. Otro mecanismo son los conflictos en países satélites, incluidos derrocamientos de gobiernos ideológicamente opositores. La repetición de esa lógica periférica ocurre regularmente hoy, con Siria y Corea del Norte como ejemplos evidentes.

Un tercer elemento básico de la Guerra Fría fue el financiamiento de acciones disruptivas en las metrópolis. De hecho, los soviéticos invirtieron recursos para impedir la reelección de Ronald Reagan en 1983 y antes y después realizaron otras “medidas activas” para esparcir rumores que afectaran a Washington. Ninguna pareció funcionar bien. Hoy el juego frío ocurre con otras tecnologías: redes sociales manipuladas con bots, personajes falsos, videos falsificados y otra serie de herramientas, especialmente digitales, que permitan minar las instituciones del país rival.

La Guerra Fría comenzó, según los historiadores, en 1947, apenas dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. No hay ningún conflicto de esa dimensión que puede preceder a esta nueva versión de la Guerra Fría. La Guerra Fría, de hecho, nunca se descongeló. Sin embargo, hubo otro período histórico de tono parecido en el siglo XX, denominado Paz Armada, en que las grandes potencias de la época se armaron sin parar mientras sus sociedades prosperaban con nuevas tecnologías y bienestar. El final de ese período sí terminó mal. Aparece en los manuales de historia como Primera Guerra Mundial.