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Adiós a Delia Domínguez

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PAUTA
POR Andres Sepúlveda |

La muerte de la poetisa de Osorno vuelve a poner sobre la mesa la cuestión de si este país es capaz de reconocer a los artistas que no tienen a la capital como referencia.

La desaparición de Delia Domínguez Mohr -el domingo 6 de noviembre- es una gran pérdida para la literatura chilena, pero, sobre todo, una vez más, su partida deja sobre la mesa la cuestión de si Chile es un país que es capaz de ofrecer un reconocimiento justo a las aportaciones de sus intelectuales.

Esta vez no soy ecuánime. Delia fue una amiga a la que heredé de las amistades de mis padres. Nos queríamos desde hace varias generaciones. Peregriné a Tacamó, su campo a la salida de Osorno en el camino a Puerto Octay, como muchos que deseábamos ver sus gallinas castellanas y me regaló un poema que sirvió de prólogo de mi libro ‘Huasos en la Aldea Global’ en 2004.

Perdí la cuenta de las buenas ocasiones que se esfumaron para que Chile brindara un reconocimiento colectivo a Delia. Ahí está el amargo episodio del premio nacional que le fue negado en el año 2000, a pesar de que su candidatura contaba con un gran apoyo, en favor de un candidato que era el predilecto del presidente de la República.

En ese tiempo no había triunfado la ola de nuevo feminismo y ser mujer no daba puntos extra para entrar en un directorio. Delia era precisamente una de esas chilenas que saltó por encima de la brecha de género cuando la gente no sabía que eso existía.

Delia tenía una obra que parecía simple porque tocaba temas sencillos. Hablaba de las gallinas, de los huevos, de la niebla, de los caminos, de la humedad… Pero no era una artista banal, sino una mujer comprometida con su entorno, telúrica, poderosa, y extraordinariamente libre pese a que tenía unas raíces tan largas que llegaban al fondo de la tierra. Esto, muchas veces, el mundo cultural de Santiago no lo aprecia o lo considera anticuado y despreciable. 

Ya es tarde para un premio nacional o para otro reconocimiento. Sé que ella no lo buscaba y que era infinitamente feliz con el cariño que le teníamos sus vecinos. Los que hemos quedado en deuda somos nosotros.