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El error de Cumsille

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POR Andres Sepúlveda |

Justo cuando estamos tratando de enseñar a una generación que si se pierden las formas se pierde la convivencia pacífica, el histórico dirigente decide aplicar la técnica inversa.

Nada de lo que pasó en el evento de Conapyme que se celebró en Santiago el 20 de octubre es positivo para el país o para ponerse a aplaudir. Ni el ejercicio de calistenia colectivo que Rafael Cumsille tenía preparado, ni la emboscada con el himno de Carabineros, ni la forma espontánea en que un asistente interpeló, tuteándolo, al presidente de la República.

La primera consecuencia es que probablemente el anillo pretoriano del presidente se va a cerrar y habrá menos exposición de su figura en actos genuinos y no controlados. Es posible que el sectarismo, que hasta ahora ciertas figuras del gobierno, particularmente Boric, trataban de evitar en público, hará presa en el Ejecutivo y los detectores de FOF (Friend or Foe), amigos y enemigos, van a estar encendidos todo el tiempo.

Cuando se pierden las formas y el respeto, la que pierde es la convivencia democrática. Precisamente cuando una gran parte del país está tratando de enseñarle esto a una generación que no sabemos por qué no lo ha traído incrustado en su ADN y ha creído que se podían saltar los torniquetes de la amistad cívica, reaparece el inefable Rafael Cumsille para aplicar la técnica inversa: él y su gremio se pueden dar el gustito de saltarse las formas para darles a estos jóvenes su merecido.

Los desafíos que tiene el gobierno de Gabriel Boric por delante son tan grandes y numerosos para el país que más vale que los que crean que pueden ganar algo instalando un clima de guerra civil tomen consciencia de que los atajos sólo van a empeorar la situación. Ni que sean jóvenes, inexpertos, incompetentes o que les cueste asumir que han estado equivocados, nada justifica que se pierda el respeto a la investidura democrática que Boric ha recibido.

Desgraciadamente, encerrarse en el sectarismo es más fácil que mantener abiertas las vías de comunicación.

También asoma un viejo conocido de la política chilena, el oportunismo. Reina el mismo aroma que se esparció después del estallido de 2019 que decía que Sebastián Piñera no acabaría su mandato. Puede confundirse con el miedo, la deslealtad institucional, pero sobre todo es esa sensación de que nadie quiere dar un paso al frente para sacar adelante el país si no es bajo sus propias condiciones.  

Criticar las acciones del presidente en un marco de respeto es una actitud cívica y republicana que se puede defender en cualquier democracia. Y para los periodistas, la actitud crítica es una obligación. La mía me dice que, en este caso, Cumsille y los suyos se equivocaron.

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