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El sueño de Zaki Anwari

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POR Matias Bobadilla |

“Tengo la certeza de que muy pocos de nuestros jóvenes conocen la dramática historia del adolescente afgano muerto en tan horribles circunstancias”, escribe Fernando A. Tapia.

Ocurrió el pasado lunes 16 de agosto en el convulsionado Afganistán. Las imágenes retrataron la desesperación de la gente intentando escapar por cualquier medio del asedio de los talibanes. El aeropuerto de la capital Kabul era un hormiguero de gente, aferrándose a la posibilidad de subirse a cualquiera de los aviones estacionados en la pista. Una de las más impactantes secuencias grabadas por las cámaras de los celulares fue la de un grupo de personas aferrándose a una última esperanza para huir: literalmente con las manos de sujetaban de parte del fuselaje de un avión C17 del ejército de los Estados Unidos. Una locura, un acto suicida, o más bien una acción desesperada por mantener con vida el sueño de libertad. Tras el despegue se pudo observar el momento más dramático. Las imágenes mostraron dos pequeños puntos cayendo al vacío. La escena fue surrealista, difícil de creer. Impactante.

La vorágine informativa nos lleva habitualmente de un lugar a otro con una velocidad que muchas veces nos impide procesar lo que vemos. En esos días, también, éramos testigos de las consecuencias de un nuevo terremoto en Haití, el país más pobre de Latinoamérica. Imágenes tras imágenes de dolor y desgracia. Pero durante varios días me fue imposible dejar de pensar en las historias de vida de esas personas que cayeron al vacío desde el avión militar en Kabul. ¿Quiénes eran? ¿a qué se dedicaban? ¿por qué cometieron ese acto irreflexivo? El diario El Mundo de España contó sus historias. Tres personas personas fallecieron en ese despegue del terror. Dos eran profesionales de la salud: un médico y un dentista. Gente con preparación, que vieron que empeñarse en un viaje imposible era mucho mejor que quedarse en un país que parecía retroceder en el tiempo con la toma del poder por parte de un grupo fundamentalista islámico.

Ellos eran aquellos puntos negros que se observan cayendo desde el cielo. El tercero murió atrapado entre los fierros del tren de aterrizaje. Literalmente partido en dos. Sus restos fueron descubiertos por el personal militar estadounidense una vez que el avión aterrizó en Doha, Catar. La dirección general de educación física y deportes de Afganistán confirmó posteriormente que el infortunado era Zaki Anwari, de 19 años,  integrante de la selección de fútbol sub-20 de su país. Un talento prometedor, que en sus redes sociales no ocultaba su sueño de llegar al profesionalismo y defender al equipo adulto en las competencias asiáticas y quizás, algún día, contribuir a que su selección llegase por primera vez a un mundial.

El joven Zaki seguro pensó que su preparación física le otorgaría una posibilidad de resistir, y se abrazó fuertemente a una de las gigantescas ruedas del aparato. Algo le hizo imaginar que podría resistir las tres horas de vuelo que hay desde la capital de Afganistán hasta Doha. Con los días, su nombre circuló en los medios de comunicación, generando profundo pesar en el mundo del deporte. Un futbolista entre las víctimas del desesperado vuelo, decían los titulares. Su acto fue insensato, imprudente y, tal vez, inconsciente. Motivado por el temor de la amenaza talibana en su entorno y su país y, también creo, por el deseo incontrolable de no renunciar a sus anhelos de vida, a esos sueños que quedaron registrados en sus redes sociales.

Kabul, la ciudad donde vivía Zaki Anwari, está a más de 16 mil kilómetros de nuestro país. En Chile, como en el resto del mundo, la noticia ha sido abordada fundamentalmente por expertos en política internacional, cuyos análisis, por razones obvias, apenas describen las historias personales de quienes sufren la crisis en carne propia. Nada de lo que pasa acá, aún con nuestro problemas y divisiones, es comparable con lo que sucede en Afganistán. Vivimos un mundo convulsionado en la era de la hiperinformación, donde paradojalmente cada vez estamos menos conectados con la vida real del prójimo.

Tengo la certeza de que muy pocos de nuestros jóvenes conocen la dramática historia del adolescente afgano muerto en tan horribles circunstancias. Y dudo, sobre todo, si de Zaki supieron algo quienes como él, aspiran a transformarse en futbolistas profesionales. Al final no es culpa de ellos, sino de una sociedad que va demasiado a prisa, que no se detiene en los detalles,  y que nos empuja a concentrarnos solo en lo que pasa a nuestro alrededor. La obsesión por alcanzar las metas materiales, por conseguir un estatus económico, o simplemente por responder a la expectativa familiar, nos ha alejado de lo importante.

No se trata de arriesgar la vida por cumplir los sueños, mucho menos de acometer actos precipitados e ilógicos, porque aquí no cabe el ejemplo, ya que afortunadamente nuestro país no sufre con una guerra ni está amenazado por una fuerza militar que intente cambiar nuestra forma de vida. Pero sí se trata de aprender a valorar lo que tenemos.

Hace un tiempo escuché una reflexión de Marcelo Salas, para mí el mejor delantero en la historia del fútbol chileno, quien se mostró decepcionado de las nuevas generaciones de aspirantes a futbolistas. “Algunos chicos parecen no tener ganas, y varios de los pocos que llegan se conforman con el sueldo, el primer auto y los tatuajes”, decía el exdelantero de nuestra selección.

Generalizar siempre será injusto, pero lo dicho por el “Matador” tiene mucho de verdad. Falta hambre de gloria. Menos consolas de videojuegos y celulares, y más cancha. De tierra, cemento o pasto. Da lo mismo. Más barrio. Volver a disfrutar con lo esencial, con el juego de la pelota. Apreciar el maravilloso sonido del balón tocando la red, del placer de regresar a casa con la camiseta embarrada por la refriega e ilusionarse con jugar a estadio lleno en el equipo del que somos hinchas. Soñar, como lo hacía el joven Zaki Anwari.

Fernando A. Tapia participa en Pauta de Juego, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 12:30 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en PAUTA.cl.