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FIFA y Qatar: nunca más

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PAUTA / Andrés Sepúlveda
POR Andres Sepúlveda |

“Hoy, a muchos, la pasión nos empuja a observar con entusiasmo culposo lo que sucede en la cancha”, dice Fernando A. Tapia: “Que gane el mejor, pero no olvidemos la penosa lección que fuera de la cancha dejará Qatar”.

El Mundial de Qatar ya está en marcha. Tal como se preveía, las primeras emociones del juego, incluyendo la inesperada y sorpresiva derrota de Argentina en el debut ante Arabia Saudita, y la de Alemania ante Japón, han desplazado a un segundo plano las críticas que marcaron la previa del campeonato del mundo.

Nadie como la monarquía Qatarí y la FIFA respiran por ahora más aliviados, aun cuando el costo de la mala imagen pública internacional será difícil de borrar. Las escenas del público local, abandonando el estadio en la mitad del partido inaugural, confirmaron que el mundial se está disputando en un país poco futbolizado. Las imágenes de butacas vacías en pleno partido entre Qatar y Ecuador, así como en otros escenarios en estos primeros encuentros, también lo ratifican.

Con seguridad al Emir de Qatar esto poco y nada le importa, porque en realidad su interés nunca fue conseguir la sede del mundial para promover el desarrollo del fútbol en su nación. Más preocupado puede estar porque su estrategia de utilizar la Copa del Mundo como una gran instancia de lavado de imagen y de propaganda de su régimen autoritario, ha quedado en entredicho.

Porque éste, sin duda, fue el propósito de tamaña inversión. Sin embargo, sólo el tiempo dirá cuán exitoso resultó el plan, porque ciertamente hay también otros objetivos de más largo plazo, y que se relacionan por ejemplo con la intención del emirato de profundizar su acercamiento con occidente.

Aunque sea a la fuerza, alguna ganancia quedará para el país organizador. Más dañada ha quedado la reputación de la FIFA, especialmente la de su presidente, Gianni Infantino. Sus declaraciones el día antes del puntapié inicial fueron simplemente vergonzosas. Sin la cintura de Messi o el regate de Mbappé, el máximo dirigente del fútbol mundial quiso eludir las críticas, y lo que pretendió ser un discurso de unidad, terminó siendo una lamentable puesta de escena en la que quedó como quien justifica lo injustificable.

Su autoridad ha quedado seriamente lesionada, porque pese a que solicitó a todas las federaciones participantes evitar toda manifestación política, ideológica o referencias a la igualdad de género y de las diversidades sexuales, debió recurrir a la amenaza del castigo deportivo para impedirlo.

Su argumento es el mismo que han utilizado los partidarios de no mezclar la política con el fútbol, y que inocentemente llaman a disfrutar el espectáculo dejando de lado las polémicas. Utilizando la figura del invitado a la fiesta, ha reiterado que los visitantes de Qatar deben comportarse según las reglas del dueño de casa, haciendo todo lo posible para no incomodarlo. Esto como regla general tiene sentido. Pero lo que olvida Infantino, o más bien se niega a reconocer, es que la voluntad de ir específicamente a esta fiesta, en este lugar, es relativa. Cuando se resolvió que la cita de este año iba a ser en Qatar, quienes lo decidieron fueron apenas 22 dirigentes, encerrados en un lujoso cuarto en Zurich, con el agravante que tras el FIFA Gate ,16 de ellos debieron enfrentar cargos por corrupción y denuncias por graves faltas a la ética.

Los futbolistas, que compiten años buscando la clasificación a una Copa del Mundo, fueron obligados a ir a esta fiesta, en esta casa, pese a lo indeseado del anfitrión. Como sabemos, asistir a un mundial es el máximo sueño de todo jugador. No parece justo apuntar la principal responsabilidad de protagonizar la crítica al evento a ellos, aún cuando sean los principales invitados.

La FIFA, ya encabezada por Infantino, tuvo la posibilidad de cambiar la historia cuando se hicieron públicas las acusaciones por sobornos y coimas en la designación de la sede de Qatar. Pero había demasiado dinero en juego. El negocio hace rato trastocó los valores del fútbol. Por eso es la propia FIFA la máxima responsable de cambiar de una buena vez esta vieja, mala y corrupta costumbre de no establecer parámetros mínimos para los futuros eventos. No fue aceptable antes, y menos en los tiempos que corren, que este deporte que amamos, que mueve masas, millones de millones de personas en todo el planeta, sea utilizado como propaganda o de lavado de imagen de dictaduras o regímenes autoritarios, o por gobiernos que no respetan los derechos humanos.

Hoy, a muchos, la pasión nos empuja a observar con entusiasmo culposo lo que sucede en la cancha. Porque la belleza estética del juego, el talento de los mejores jugadores del mundo y la emoción por el resultado en un mundial es un imán casi incontrarrestable. Que gane el mejor, pero no olvidemos la penosa lección que fuera de la cancha dejará Catar. Nunca más.