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Mundial 2030: soñar es gratis

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Agencia Uno
POR Andres Sepúlveda |

“La candidatura de Sudamérica podría ser una buena oportunidad de redimirse, de demostrar en los hechos que no siempre las razones económicas están por sobre las deportivas”, dice Fernando A. Tapia.

Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay lanzaron oficialmente esta semana la candidatura conjunta de Sudamérica para ser sede del mundial de fútbol del año 2030. Suena bonito. De inmediato la noticia hizo explotar los sueños de los millones de hinchas en todo el continente. Pero también se levantaron las dudas de los escépticos, de aquéllos de los que piensan que el anuncio no es más que una maniobra comunicacional que permite elevar los bonos de los gobiernos involucrados, y construir una gran cortina de humo que ayuda a dejar en segundo plano los graves problemas económicos y sociales que afectan a nuestros países.

La seriedad de la puesta en escena efectuada en Buenos Aires, la capital de Argentina, el país flamante campeón del mundo, tuvo su primer revés en la misma jornada en que se oficializó la postulación.

El presidente trasandino, siguiendo su propio libreto, propuso sumar un quinto país a la lista de cuatro. Alberto Fernández dijo que Bolivia debiera ser parte de la postulación conjunta. Un autogol de entrada que le restó credibilidad a la idea de traer de vuelta la Copa del Mundo a Sudamérica. Se trataba de poner sobre la mesa una candidatura en serio, pero el Presidente de Argentina dejó en el ambiente una sensación de improvisación que muy poco ayuda a los que en verdad creen que el sueño es posible. Porque, digamos las cosas como son, organizar un mundial en esta parte del mundo es más bien la expresión de un deseo, cuyo principal argumento tiene que ver más bien con elementos sentimentales y nostálgicos.

Se pretende convencer a las 201 federaciones restantes que componen la FIFA que Sudamérica tiene el derecho adquirido de ser sede de la Copa del Mundo, aprovechando que en 2030 se cumplirán 100 años del primer mundial de la historia, efectuado precisamente en esta parte del planeta. El primer centenario del evento máximo del fútbol debiese celebrarse, según la Confederación Sudamericana, precisamente donde nació la máxima cita de este deporte. En rigor es una razón poderosa, la que se ve potenciada con el título del mundo conseguido por Argentina, además de la ratificación de que nuestro continente sigue siendo el principal productor de talentos futbolísticos que nutren a las principales ligas del mundo.

Por ese lado se podrían conquistar simpatías. Pero no debemos olvidar que el fútbol es hoy una industria que se mueve por otros intereses: los económicos y geopolíticos. La FIFA, es bueno recordarlo, aún no se sacude del escándalo de corrupción que derribó a una generación completa de dirigentes, y que profundizó el descrédito de sus acciones. En este sentido la candidatura de Sudamérica podría ser una buena oportunidad de redimirse, de demostrar en los hechos que no siempre las razones económicas están por sobre las deportivas. Sin embargo, todo apunta que el máximo organismo del fútbol mundial aún tiene deudas por pagar o, en su defecto, todavía no es capaz de resistir la enorme tentación de los petrodólares que alimentan su voraz hambre por el negocio.

Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay competirán por ahora con otras tres candidaturas que amenazan el sueño. La postulación conjunta de España y Portugal, a la que podrían sumar simbólicamente a Ucrania, aparece como la más competitiva. No sólo por la fortaleza de sus economías y la infraestructura ya disponible para enfrentar el desafío con apenas 6 años por delante -la decisión se tomará el próximo año-. También porque españoles y portugueses fueron perjudicados en la polémica elección de la sede del mundial 2018, ganada por Rusia, en medio de denuncias por sobornos en la votación en el seno del Comité Ejecutivo.

En el mundo directivo no son pocos los que creen que la FIFA saldará esa deuda, tal como lo hizo con Estados Unidos, potencia perjudicada en la elección de la sede del mundial 2022, y a quien le entregó prácticamente sin discusión la organización de la próxima Copa del 2026, a las que se sumaron Canadá y México, como para que no se note tanto. El tercer candidato es Marruecos, en el papel el más débil. Sin embargo su gran actuación en el mundial de Qatar, donde se transformó en el primer semifinalista africano de la historia, además de representar a un continente que cuenta con la no despreciable suma de 54 federaciones afiliadas, teniendo apenas un voto menos que la UEFA en el Congreso de la FIFA, lo transforma en un postulante con opciones.

Finalmente está la candidatura de Arabia Saudita, que pretende sumar a Egipto y Grecia, con el objetivo de dividir los votos de Africa y Europa. Sus petrodólares ya le han permitido llevar grandes eventos deportivos a su territorio, como las Supercopas de España e Italia, una fecha de la Fórmula Uno y el Rally Dakar, además de crear el LIV Golf, con el que amenaza al PGA Tour y comprar el Newcastle United, transformando al club inglés en el equipo más millonario del mundo. Allí el dinero sobra. Incluso Messi, la principal figura del fútbol sudamericano, firmó un contrato con Arabia Saudita para promocionar el turismo de ese país, iniciativa llamada “Visión 2030”. Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay no la tienen fácil. Pero, como dicen por ahí, soñar es gratis.