Los secuestros de Pyongyang
El destino de japoneses, surcoreanos y ciudadanos de otros países que el régimen de Kim quisiera borrar.
En septiembre de 2002, por primera vez en la historia de Corea del Norte, un primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, visitó Pyongyang. La cita fue relevante no solo porque se alcanzaron varios acuerdos en materia de seguridad, sino también porque Kim Jong-Il, el líder supremo norcoreano, admitió el secuestro de ciudadanos japoneses durante las décadas de 1970 y 1980, y pidió disculpas por ello.
La razón de los secuestros parece sacada de una película de James Bond: el régimen norcoreano buscaba que los japoneses les enseñaran el idioma y las costumbres de su país para entrenar a sus espías. Jóvenes estudiantes y profesionales, una madre, una pareja de novios y una niña de 13 años son algunos de los 17 japoneses que, según las cifras oficiales, fueron llevados a la fuerza hasta las costas norcoreanas. Algunos de ellos murieron allí sin volver a contactarse nunca más con sus familias, otros pudieron reencontrarse con sus familiares décadas después. En la emotiva reunión, los japoneses secuestrados pedían disculpas por las preocupaciones que habían causado a sus familias: algunos eran estudiantes cuando desaparecieron, y regresaron con más de cuarenta años y con hijos (que permanecieron en Corea del Norte porque, supuestamente, no deseaban viajar).
Pero las cifras no coinciden: el gobierno de Pyongyang insistió en que fueron solo 13 secuestros (y ocho de esas personas fallecieron antes de 2002), mientras que los familiares afirman que podrían ser más de 50. Y Corea del Norte nunca entregó los cuerpos de los fallecidos o alguna evidencia concluyente que secundara su versión oficial de las muertes: dijeron, por ejemplo, que Megumi Yokota, secuestrada cuando tenía 13 años en 1977, se suicidó en 1994. Los supuestos restos de Yokota fueron enviados a Japón, pero el análisis de ADN no permitió demostrar que se tratara efectivamente de ella. La desaparición de Megumi impactó tanto a la sociedad japonesa, que crearon un documental animado de 25 minutos donde se cuenta su historia: el cortometraje está disponible gratuitamente en internet, en japonés con subtítulos en castellano. También existe un documental de una hora y media, a la venta en DVD a través de Amazon.
Estos secuestros también han sido ampliamente documentados en el libro The Invitation-Only Zone: The True Story of North Korea’s Abduction Project de Robert S. Boynton (disponible solo en inglés). Boyton revela, por ejemplo, que cuando el programa de entrenamiento y reeducación empezó a declinar, las personas abducidas fueron trasladadas a comunidades bajo estricta vigilancia conocidas como “zonas solo para invitados“. De ahí el nombre del libro.
Como si esta trama de novela de espionaje no bastara, también hubo implicación de un grupo terrorista japonés, el Ejército Rojo de Japón, que participó en atentados en Oriente Medio, en numerosos secuestros de aviones en las décadas de 1970 y también contribuyó en el rapto de ciudadanos japoneses que llevaban al régimen de Pyongyang. El objetivo del Ejército Rojo era impulsar una revolución en su país para que se convirtiera en un miembro más del bloque comunista.
Pero Japón no es el único país que ha sufrido abducciones de sus ciudadanos por parte de agentes norcoreanos: también les ha ocurrido a Tailanda, Rumania e Italia, entre otros países. Pero ninguno de ellos alcanza los números de Corea del Sur: se estima que más de 3 mil ciudadanos de ese país fueron raptados por su vecino para extraer información sobre las condiciones de vida en su nación o para usarlos con fines propagandísticos. Aunque la mayoría fueron liberados o escaparon, más de 500 no regresaron nunca y, según sus familiares, no ha habido voluntad por parte de las autoridades surcoreanas o estadounidenses por aclarar su destino.
Uno de los casos más emblemáticos fueron los secuestros de la actriz surcoreana Choi Eun-Hee y de su exmarido, el aclamado cineasta de la misma nacionalidad Shin Sang-Ok, en 1977. El objetivo de Kim Jong-Il era usarlos para desarrollar la industria cinematográfica norcoreana y, de hecho, Shin alcanzó a filmar siete películas antes de escapar junto a Choi en 1986.
La gran mayoría de los surcoreanos secuestrados no tuvieron tanta notoriedad como Choi y Shin, y sus familiares siguen pidiendo hasta hoy que se haga justicia. Según declaró Choi Sung Yong, presidente de la Unión Surcoreana de Familias de Secuestrados por Corea del Norte, entrevistado por El País de España: “El Gobierno surcoreano no tiene interés en plantear este tema. Cada vez quedamos menos. Y a los jóvenes este asunto les va quedando muy lejos”.
La sensación de abandono y desesperanza también embarga a los familiares de los japoneses raptados. Se han reunido con George W. Bush en 2006, con Barack Obama en 2014 y con Donald Trump en noviembre de 2017 -quien se ha comprometido a trabajar en el tema-. Todos ellos se han mostrado impresionados y compasivos, pero algunos secuestros tienen ya más de cuatro décadas y siempre ocupan un lugar muy secundario en la agenda con Corea del Norte. Los familiares de las personas abducidas son ya muy mayores, aunque la posibilidad de que el Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe, se reúna con Kim Jong-Un ha reavivado su esperanza. Pero, como dijo Sakie Yokota, la madre de Megumi: “Las familias pueden hacer muy poco. Esto es una cuestión política, diplomática”.