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Miedo a salir

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Pewels
POR Fernanda Valiente |

El apoyo mutuo y la contención entre personas que padecen agorafobia se han vuelto claves en la pandemia, en medio del recrudecimiento de los síntomas. PAUTA habla con especialistas para entender esta fobia y cómo abordarla.

“Tengo 19 años y una agorafobia severa. Aún vivo en el sótano de mi papá con mi novio, quien ayuda a mi papá con las cuentas. Pero a mí me aterra encontrar un trabajo. Me siento inútil. Odio estar sentada todo el día. Mi familia no entiende que miedo extremo de trabajar no se basa en una simple ansiedad. Trabajé en una pizzería y fue un infierno. Lloraba todo el día”, expresa Lindsay Crowley en un grupo de apoyo para la agorafobia en Facebook, que cuenta con 5.700 participantes. 

Como explica el doctor en sicoterapia de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) Cristóbal Hernández, de acuerdo con el manual CIE-11 de la OMS, la agorafobia consiste en “un miedo excesivo que ocurre en situaciones donde escapar puede ser difícil o la ayuda puede no estar disponible. Lo que teme una persona que padece agorafobia es una situación potencialmente incapacitante o embarazosa. Por ejemplo, estar en un espacio público y tener miedo a que te dé un ataque de pánico y que nadie pueda ayudarte. O estar en el cine y tener miedo que si te sientes mal no vas a poder salir porque vas a molestar a las personas”.

De acuerdo con cifras del Ministerio de Salud, los trastornos ansiosos más prevalentes durante los 12 meses previos fueron las fobias simples (8%), seguidas de las fobias sociales (6,4%), las agorafobias (6,3%) y el trastorno de estrés postraumático (4,4%). Son números que ya están en alza.

Tal como afirma a PAUTA la sicóloga clínica Ruth Weinstein, de la UAI, “estamos viendo un aumento en los casos de agorafobia, debido al aumento de la ansiedad producto de las preocupaciones de salud y el encierro”.

Weinstein cuenta que la agorafobia puede surgir frente a “distintas circunstancias, asociadas a la vida previa que hicieron que una persona se sintiera amenazada en el mundo exterior. Puede que ese individuo no tenga claro qué le produjo la conducta fóbica, pues los síntomas pueden irrumpir bruscamente sin que haya alcanzado a relacionarlos con algo“.

Los efectos de la agorafobia

Algunos logran recordar los primeros ataques de este trastorno. Franco Arratia padece agorafobia desde hace nueve años. Casi no puede acceder a lugares nuevos: si comienza a sentir ansiedad, debe retirarse. Relata a PAUTA: “Estaba en una fila de autos en Monterrey y me empezaron a sudar las manos. Sentía que me ahogaba. En el trayecto fui acompañado de palpitaciones. Pasó un tiempo y después volví a sentir lo mismo. Escaló a tal grado que desarrollé un miedo a salir, por los síntomas que tenía cada vez que hacía una fila en un semáforo”.

Arratia es administrador del grupo de Facebook “Agorafobia” que cuenta con 3.800 participantes. “El número de gente que quiere entrar ha aumentado un poco. Muchas personas se han quejado de lo poco que salían, ya no lo pueden hacer por la contingencia. Y eso les ha generado mucha ansiedad”.

Además, vio afectadas su vida social y laboral. “Tenía un taller de reparación de lavadoras y secadores que tuve que cerrar. Perdí amigos porque dejé de asistir a reuniones, y a veces tampoco quieres que vayan a tu casa porque no sabes cómo te sentirás. Me pasó con una visita de amigos que me empezó a dar mucha ansiedad. Tuve que subir a mi recámara a tomar gotas y esperar a que se me pasara, pero al principio ellos no entendían y lo mismo pasó como mi familia. No te creen. Piensan que eres flojo y que no quieres hacer nada”, cuenta.

Cuidado con el uso de palabras

Arratia no quiere transmitirles su miedo a sus hijos. 

La doctora en sicoterapia Josefina Escobar de la UAI, especialista en menores de edad, señala a PAUTA que es muy importante lo que un adulto comunica a los niños.

“Somos nosotros quienes podemos catalizar el estrés y los miedos de ellos. Por ejemplo, se recomienda que no hablemos de ‘nueva normalidad’, porque no es normal no tocarnos ni abrazarnos. Tampoco lo es no poder tocar las cosas cuando salimos al parque, considerando que el tacto es uno de los sentidos por los cuales los niños descubren el mundo”, dice. En ese sentido, se debería hablar de “tiempo de pandemia” y se debería incentivar a los menores “a cuidarse sin ser aprensivos”.

Entre las nuevas rutinas que los adultos son responsables de difundir están las recomendaciones habituales de protección frente al nuevo coronavirus. 

En ese escenario surge la autorregulación parental traspasada a los niños. “Pero si nos autorregulamos en extremo podemos privarnos de algo muy importante. Porque estar separados nos impide conectarnos con eso que nos alimenta en la vida social, emocional para llevar la adversidad”, señaló Roberto Gonzálezacadémico de Sicología UC, en Un Día Perfecto.

Un miedo excesivo

“Me siento muy desesperanzada hoy. Tengo miedo de que nunca podré andar en auto de nuevo y volver a mi trabajo. Por favor díganme que me puedo recuperar de esto”, posteó Lex Ingram en el mismo grupo de Facebook de agorafobia que Crowley.

Intentar con distancias cortas, escuchar música fuerte y evitar grandes avenidas son algunos de los consejos que le entregan desconocidos en la agrupación. Muchos no aguantan ni ocho minutos en el auto. Incluso, algunos se intercambian los números telefónicos para poder llamarse o enviarse mensajes de texto en el caso de que estén pasando por un muy mal momento.  

Uno de los puntos clave para enfrentar los ataques de angustia que pueden invadir a un adulto estando fuera de casa, expuesto a gente desconocida y espacios que generan ansiedad es mantener el contacto con otros que padecen lo mismo. Otro de los consejos han sido las recomendaciones literarias como El libro de ejercicios de ansiedad y fobia (2011), del investigador de la ansiedad Edmund Bourne, y Más ayuda para sus nervios (1989), de la australiana Claire Weekes.

Como agrega Escobar, “si nosotros como adultos tenemos un miedo excesivo a salir, y a enfrentarnos nuevamente a la cotidianidad (de salir de nuestras casas), es factible que este temor se lo transmitamos a nuestros niños y niñas”.

Buscando el equilibrio

Cecilia Aburto tuvo sus primeros síntomas hace dos años. “Estaba un sábado en la tarde con un grupo de amigos en la Iglesia, leyendo la Biblia. Empecé a tener mucha toz. Luego de eso mucha sudoración y calor. Me asusté mucho, porque el corazón me latía muy rápido. Me tuvieron que llevar a urgencias porque no reaccionaba”, le expresa a PAUTA.

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Como apuntó González observando los casos más extremos, “las personas con agorafobia viven cuadros ansiosos brutales y no saben por qué les ocurre. Por ende, evitan toda situación social, el contacto directo con otro“.

Para Aburto, las circunstancias de la pandemia han sido particularmente desafiantes, pese a que cuenta con la ayuda terapéutica. “Los últimos tres meses han sido supercomplejos, porque perdí el olfato, tengo los oídos tapados y la parte torácica cerrada. Tengo respiraciones cortas y estoy drogada todo el tiempo. No tenía recuerdos de lo que hacía durante el día. Solo lloraba mucho. Cuando salgo no uso ascensores y evito mucha gente a mi alrededor. Y cuando estoy en casa siempre tengo una ventana o una puerta abierta. Mi única seguridad y tranquilidad es mi pieza”.

Los dos extremos

En el marco de los trastornos de ansiedad, un concepto que ha saltado a la fama durante los últimos meses ha sido el “síndrome de la cabaña”. A diferencia de la agorafobia, no es un trastorno, comentó el siquiatra Rodrigo Gillibrand, académico de Siquiatría de la Universidad de Chile en Un Día Perfecto, de Radio PAUTA

Gillibrand sostuvo que tal síndrome corresponde “a un nombre romántico que se le da a esta nueva dificultad cotidiana que enfrenta gran parte de la gente de salir de su casa. Pero conversando con mi señora surgió la idea de por qué no existe el síndrome del caballo desbocado. Es alguien que cuando se levanta el desconfinamiento sale rápidamente, sin pensar en los riesgos. Entonces son dos extremos de un mismo espectro”.

Se puede salir

Pese a las distintas reacciones que puede tener cada individuo sobre los pasos de desconfinamiento, González dijo que el temor a salir “es completamente esperable”. Y quizás, no siempre es algo malo.

En ese sentido, Corrinne McMahon cuenta en un grupo de apoyo de agorafobia de Facebook que estar en casa le ha logrado estar más tiempo con sus seres queridos y crear una actitud más empática con otros. “Dentro de lo positivo de la agorafobia rescato poder estar con mi cachorro todo el día. Significa todo para mí. También ahora estoy mucho más sincronizada con las cosas pequeñas de la vida. Ahora tengo más autocompasión y soy más gentil conmigo misma”. 

Entre las reacciones ante las nuevas circunstancias, Gillibrand recalcó que solo una minoría desarrollará fobias o presentará un recrudecimiento en la sintomatización. “Uno espera que la agorafobia o el contacto social puedan generar nuevos cuadros en las personas que puedan ser diagnosticables y deban tratarse”. 

Revise la conversación con los especialistas Rodrigo Gillibrand y Roberto González