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Carta a mi querido Negro

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PAUTA
POR Eduardo Olivares |

“La socarronería chilena es mucho más astuta que el tontogravismo de los inquisidores buenistas”, dice Cristián Warnken tras el cambio de la marca “Negrita” de Nestlé: “No está lejano el día en que a Kramer lo pasen a control de cuadros”.

Mi querido Negro:

Tal vez esta sea la última vez que, por lo menos públicamente, te diga “negro”. Tú sabes cómo están las cosas, es mejor andarse con cuidado. No es agradable exponerse a una “funa” y prefiero andar tranquilo por la vida. Pero va a ser imposible que deje de pensar en ti como el “negro” y tú en mí como el “flaco”; por lo menos hasta ahora, no hay nadie que se arrogue la representación de la minoría de los “flacos” (aunque estamos en vías de convertirnos en minoría) y que enarbole la causa de los “delgados”, por considerar que “flaco” podría ser discriminatorio. Tal vez no esté lejano el día en que ello ocurra.

Qué fatigoso esto de andar cuidando las palabras que uno debe usar para no herir la hipersensibilidad de todo tipo de “minorías”: vamos a terminar usando una “neolengua” (como en la novela de Orwell, ¿te acuerdas?) en la que nadie se sienta ofendido, discriminado, una lengua neutra, sin apodos, sin dobles sentido, sin connotaciones de ningún tipo, una lengua higienizada que deje tranquilo a los “buenistas” convertidos en comisarios de la palabra. Es muy duro enfrentarse a un “buenista” de esos: son muy agresivos y no tienen sentido del humor. Y eso es lo más grave: que el sentido del humor es cada día más escaso en el debate, en las conversaciones. Y cuando el humor se retira, es muy peligroso para la tolerancia y la libertad. Nietzsche tenía razón: sospecho de toda verdad que no vaya acompañada de una carcajada.

Si alguien no es capaz de reírse de sí mismo y además se siente dueño de la verdad, estamos ante un peligro. El día que dejemos de reírnos de nosotros mismos y de nuestras convicciones, sería el fin de la civilización tal como la hemos conocido. La risa es lo que nos hace humanos. Siempre es sano que haya un Chaplín riéndose de un Hitler o un Kramer de un Jadue. Pero no está lejano el día en que a Kramer lo pasen a “control de cuadros”. Si hay algo que caracteriza a nuestra cultura popular, una de sus riquezas más profundas es la risa. Por eso en Chile se da mejor la comedia que cualquier otro género, por eso surgió un poeta como Nicanor Parra que bajó a los poetas del “paraíso del tonto solemne” y por eso el circo es nuestro verdadero carnaval.

Yo espero que ese humor popular, que es una forma atávica que tenemos de defendernos de la gravedad y peso del poder, sea más fuerte que esta marejada de tontería, nueva beatería y puritanismo. Todos estos delirios, como el de hablar de “las cuerpas” (en vez de los “cuerpos”) son invenciones de gente de la academia, de una élite intelectual que quiere adaptar la realidad humana a sus teorías. El papel lo resiste todo. Pero la vida se rebela contra cualquier intento de purismo o pureza; es la vieja rebelión de la vida contra la moral. Y esta oleada tiene mucho de moralismo de signo inverso al moralismo conservador, pero es finalmente moralismo. Es “moralismo progresista” (aunque esto sea, en principio, un oxímoron). Un nuevo puritanismo que ha nacido en universidades norteamericanas o francesas viene a tratar de imponernos su “neolengua”, pero en el pueblo esto no encontrará recepción sino resistencia. La socarronería chilena es mucho más astuta que el tontogravismo de los inquisidores buenistas. Pienso en nuestros payadores chilenos, improvisadores geniales y espontáneos: ¿te los imaginas en un duelo verbal como los que cultivan, autorreprimiéndose para no usar la palabra “negrita” u otra? Uno tiene que hablar como respira o camina: cuando se hace un esfuerzo voluntarista para usar ciertas palabras y no otras, hablar y conversar va a terminar siendo una tortura, un martirio. Ellos quieren apoderarse de la lengua, así como se han ido apoderando de las universidades, del poder político, pero la resistencia comienza aquí, con el arma más poderosa de todas, esas que no resisten los dictadores, el humor, el sagrado humor.

¿Te acuerdas de la novela El nombre de la rosa, sobre el libro de Aristóteles acerca de la risa que había desaparecido en la biblioteca de un monasterio? Así van a empezar a desaparecer los poemas eróticos o sensuales de Neruda, Gonzalo Rojas y algún día los poemas de amor de los trovadores y la Divina Comedia de Dante, por ser expresiones del “patriarcado” opresor (sic). Nos quieren quitar el humor, el amor ¿y qué más? Porque todavía falta que se manifiesten muchas minorías e “identidades”. ¿Y quiénes son? Minorías que se autoproclaman -supuestamente- representantes de una mayoría: siempre es así en los totalitarismos. Se apoderan de la palabra “pueblo”, se apoderan del lenguaje y se convierten en censores y comisarios de nuestras vidas. Son los nuevos fariseos y fariseas, los y las nuevas Savonarolas de estos tiempos de peligrosa unanimidad. La vida es imperfecta, el lenguaje es imperfecto, somos imperfectos, unos “embutidos de ángel y de bestia“.

Claro, tenemos que tratar de refinarnos, de evolucionar, todos los días. Todos somos abusadores o abusadoras de alguna manera, todos los días matamos a alguien -como decía Oscar Wilde– con un gesto, una mirada, una palabra, pero la utopía de un mundo donde todos de la noche a la mañana nos convirtamos en “puros” y limpios de palabra, en “perfectos” (como decían los miembros de la secta de los cátaros) me parece aterrador. Por eso, a todos los predicadores de cualquier signo que  nos hablen desde púlpitos de superioridad moral debemos tenerlos “en capilla” o bajo sospecha. Generalmente aquellos que se creen “buenos” o “puros” son los que esconden más basura debajo de la alfombra (así ocurrió con la Iglesia), y lo que hacen cuando juzgan a los “impuros” o “malos” (que son siempre los otros) no es sino proyectar su propia sombra. Al mundo le costó mucho liberarse del puritanismo represivo y victoriano, siglos: ahora disfrazado de “progresismo” esa misma pulsión puritana regresa.

No podemos retroceder pensando que estamos avanzando, involucionar creyendo que estamos evolucionando. Nos acaban de quitar la entrañable “Negrita” de la infancia: seguramente la transnacional que la fabrica tendrá algún sentimiento de culpa que quiere atenuar. Es probable que algún asesor, un comisario de la cultura de la cancelación, haya propuesto desde su escritorio en Londres o Suiza cambiarle el nombre a nuestra galleta morocha, sin saber nada del país donde esta se consume ni de las connotaciones que la palabra “negrita” tiene en el uso popular. No hay palabra más cariñosa que “negrita”. Te escuché tantas veces decírselo a tu mujer, y ella a ti “negro”. ¿Qué va a entender de eso un posgraduado gringo o suizo con mirada paternalista, cuyo cerebro fue lavado en alguna facultad de humanidades (hoy se llaman facultades de “estudios culturales”), intoxicado de teorías identitarias ramplonas y dogmáticas?, ¿qué va a entender de nuestros códigos, nuestras bromas, nuestros dichos, nuestra cultura, nuestros modos de vivir? ¿No han pensado en el rechazo que esto puede provocar y como este violento secuestro de nuestro idioma puede afectar, incluso, a las mismas causas que dicen defender?

Pensar que el lenguaje es el duplicado de la realidad es un error conceptual: no es deformando el lenguaje cómo se van a terminar las discriminaciones de cualquier tipo, sino mejorando nuestro trato, con gestos concretos de inclusión y cuidado. Es una tarea educativa de largo plazo. Al final los excesos de lo políticamente correcto (y lo que están haciendo con el lenguaje es un exceso)  favorecen la irrupción de corrientes reaccionarias.  Bueno, hasta aquí llego no más. Creo que esto es la “cueca arriba del piano”, están llegando muy lejos, mi negro. Qué paciencia hay que tener, por Dios, para soportar a los, las y les comisaries: ¡están “subidos por el chorro”! Pero el humor es más fuerte. No creo que triunfen en las calles, los mercados, el boca a boca, los dichos, los chistes: ahí van a ser derrotados por la sabiduría popular, donde abunda el sentido común, que tanto les falta a los iluminados de cualquier signo. Esa es mi esperanza.

Y si no, ¡que Dios nos pille confesados! ¿O confesades?

Un abrazo, mi Negro y otro a la Negra, con el cariño de siempre.

Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl