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Carta a un amigo colombiano

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PAUTA
POR Andres Sepúlveda |

“Hemos visto como nuestra izquierda latinoamericana ha sido capaz de llevar a muchos países al abismo o al infierno”, dice Cristián Warnken.

Querido amigo:

Cada cierto tiempo me viene la nostalgia de Colombia. No existe una palabra para designar esa emoción. Los brasileños sí tienen una “saudade”. Debiera existir una palabra para cada tipo de nostalgia. ¿Cómo se llamaría la nostalgia de Chile? Yo la llamaría el “cuando y cuando de Chile”, recordando esos versos de Neruda. “Ay Chile, cuando me encontraré contigo/ ay cuando y cuando”.

Ustedes debieran inventar una palabra para la nostalgia de la bella Colombia, aunque habría que tener una para la nostalgia costeña, otra para la sierra y la selva, en fin, para todos los mundos que forman esa Colombia que es imposible no amar y no hacerse adicto de ella. Pero hoy me vino nostalgia un tanto angustiada, al escuchar las noticias que llegan de allá.

No puedo dejar de preocuparme, querido amigo, a pesar de que me insistes que al final no pasará nada grave, que Colombia no es Venezuela, etc. Pero ver al presidente Petro en pleno centro de Bogotá lanzando una arenga lírica en la que llama al pueblo a una marcha permanente, a defender las reformas (que no tienen mayoría en el Congreso), tuve un mal pálpito. A eso súmale los audios que revelara un semanario en que se habla de financiamiento ilegal en la campaña presidencial de quien hoy es presidente, todo eso junto puede ser explosivo, no puede dejar de levantar alarmas. Habría que ser ingenuo para minimizarlas.

Hemos visto como nuestra izquierda latinoamericana ha sido capaz de llevar a muchos países al abismo o al infierno. Presidentes chamanes, presidentes delirantes, presidentes que usando el dolor y las carencias de pueblos que se sienten abandonados por las élites políticas, se convierten en verdaderos monarcas, en autócratas apegados a sus cargos, dispuestos a sacrificar la democracia, porque nunca, en el fondo, la han valorado de verdad, porque sienten que casi es un “mal menor”.

Nuestra América, querido amigo, no lo olvides, es el país de los grandes sueños, de las bellas utopías, pero también de las grandes pesadillas. Piensa en Venezuela, en Nicaragua, en el Ecuador de Correa, en Bolivia, en Perú. El realismo mágico -que tanto disfrutamos en literatura y que nació de las manos de un narrador colombiano, por lo demás- aplicado a la realidad, sólo produce desastres, más pobreza, más retrocesos para los más vulnerables. No es como decía Goya que los “sueños de la razón engendren monstruos”, en estas tierras son los sueños del pensamiento mágico los que los despiertan desde el fondo del pozo de la historia.

Un compatriota tuyo, el ensayista Carlos Granés, habla del “delirio americano” y muestra muy bien como lo que nos emociona en la poesía, la literatura latinoamericana, se ha convertido, al traspasarse a la política, en error y horror. La retórica de nuestros caudillos es una arma envenenada. Los grandes discursos iluminados de Chávez asomado a un balcón en Caracas, los monólogos interminables, de horas, de Fidel Castro a su paciente pueblo, son sólo el anticipo de las pesadillas. Con ese lenguaje desaforado, lírico, carismático se encubre las peores mentiras, se niega la realidad, se hace nacer una realidad psicótica que termina por devorarse y devastar la vida de los pueblos.

Pienso en Enrique Lihn -el poeta que más desconfió de la palabra- escuchando en La Habana un largo discurso de Castro, tratando de no dejarse embaucar por el canto de las sirenas caribeñas y repitiendo en silencio para sí mismo ese verso suyo “qué exceso de retórica hasta en la última hormiga!”. Hay una izquierda radical que se caracteriza el exceso de retórica, una izquierda que se ha apoderado del lenguaje, que no ha dejado espacio para que broten otras palabras disidentes, heterodoxas. Mal usando a José Martí, esa es la “izquierda sirena” que ha embaucado a millones con bellos y melifluos cantos y los ha llevado al naufragio. Todo esto pensé, amigo que estarás leyendo esta carta en Bogotá cuando te llegue, al ver las imágenes de miles de funcionarios públicos llevados a los desfiles en todos las ciudades y al ver al exguerrillero Petro embriagado por sus propias palabras invitando a la “marcha permanente”.

Es el pensamiento mágico en marcha… Aquí también alcanzamos a respirarlo cuando el delirio americano cruzó la cordillera y encendió las hogueras y desató la locura refundacional que casi nos lleva al mismo abismo… Pero nos salvó nuestra atávica “pasión por el orden”. ¿Sabías que fue un venezolano ilustre- Andrés Bello, amigo de Bolívar- que acuñó ese término, un venezolano que huyó del caos americano y terminó refugiándose aquí en el fin del mundo? ¿Hay algo así como una pasión por el orden allá en Colombia? Amigo: cuídense mucho, te noté demasiado tranquilo cuando te llamé después de escuchar las alarmantes noticias que llegan desde tu tierra. Hay que ver hasta donde llega Petro. Hay que resistir el delirio, Colombia ya ha vivido en demasía tiempos delirantes. Me encanta la pasión colombiana (en su música, sus fiestas, su creatividad) pero me da miedo cuando se desboca….

Un abrazo desde el fin del mundo.