Columna de John Müller: “Por qué Nicolás Maduro no es un pato”
El Presidente Boric acierta al no dejarse enredar como los países europeos en el juego de la doble legitimidad que les ha planteado Maduro al robarse las elecciones.
El mundo se precipita inexorablemente a repetir el “error Guaidó” en Venezuela. Este se produjo en 2019 cuando Juan Guaidó, presidente del Parlamento venezolano, se autoproclamó “presidente encargado” del país frente a Nicolás Maduro.
La estrategia de la doble legitimidad que llevó a Venezuela a tener dos presidentes no era una idea de la oposición, sino del chavismo. Fue diseñada cuando el movimiento bolivariano perdió las legislativas de 2015 y el Congreso quedó en manos de la oposición. Para erosionar su poder, Maduro convocó en 2017 una Asamblea Constituyente que nunca presentó un texto constitucional, pero acabó usurpando los poderes del Legislativo.
Ahora, tras el robo electoral del 28 de julio, otra vez el chavismo juega la carta de la doble legitimidad. El candidato opositor Edmundo González Urrutia ganó ampliamente las elecciones, según demuestran las actas electorales conseguidas por la oposición. Pero el presidente proclamado (sin pruebas) por las instituciones chavistas es Nicolás Maduro.
El mundo se ha dividido, como ya ocurrió con Guaidó. China, Rusia, Catar, Irán, Cuba, Siria, Bolivia, Nicaragua y Honduras reconocen a Maduro. Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Ecuador, Perú, Panamá y Costa Rica han legitimado a Edmundo González como presidente. En una posición intermedia, la Unión Europea (UE), ha decidido no reconocer a Maduro como presidente, pero no ha respaldado a González. Por otro lado, Brasil, Colombia y México no se han pronunciado y alientan a las partes a que negocien.
Tanto el grupo que lidera EE.UU. como la UE, son los principales candidatos a caer en el ‘error Guaidó’ que es como se conoce en el mundo diplomático la competencia de legitimidades que se produjo en 2019. Entonces, a instancias del presidente colombiano Iván Duque, una serie de países creyeron que el reconocimiento diplomático haría que el poder cayera en manos de la oposición. Incluso se organizó en Cúcuta un gran encuentro al que asistió Sebastián Piñera, entonces presidente de Chile.
En Venezuela tanto con Guaidó como con González no hay realmente dos presidentes, sólo hay uno: Maduro. Lo absurdo de este baile de máscaras es no querer entender que Venezuela es una dictadura militar cada vez peor disimulada. Es un error pensar que el verdadero jefe es Nicolás Maduro, un conductor de autobuses que se ganó el favor de Hugo Chávez, pero que sólo representa la cara civil de un régimen de base castrense. Su verdadero hombre fuerte es Diosdado Cabello Rondón, compañero de primera hora del teniente coronel Chávez en el intento de golpe de 1992.
Al mando de un escuadrón de cuatro tanques, el teniente Cabello debía tomar el Palacio de Miraflores y asegurar las comunicaciones de los golpistas. No lo consiguió y eso frustró el golpe. Chávez admitiría el fracaso, subrayando la expresión “por ahora”. Los dos fueron indultados por el presidente democristiano Rafael Caldera tras dos años en prisión.
Ambos se fueron a Cuba y planearon su regreso para las elecciones de 1998 que ganó Chávez por el 56% de los votos. Cabello asumió la misión de implantar en Venezuela los ‘círculos bolivarianos’, una copia de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) de Cuba.
Nombrado vicepresidente por Chávez, Diosdado se reivindicaría en abril de 2002, durante el fallido golpe de los empresarios venezolanos. No se dejó capturar, cosa que sí ocurrió con Chávez. Pasó a la clandestinidad y desde ahí, liberó a Chávez y recuperaron el poder.
El Movimiento Bolivariano 2000, donde se forjaron Hugo Chávez y Cabello, no era una cofradía militar que se reunía para beber, sino un grupo que en la década de 1990 estaba bastante extendido entre los oficiales de bajo rango y suboficiales de las Fuerzas Armadas venezolanas. Diosdado se ha encargado ahora no sólo de articular el poder popular, sino de extender la religión chavista entre los militares.
La dictadura venezolana, por tanto, es una coalición de intereses entre políticos de ultraizquierda y militares. Una vez que accedieron al poder, la argamasa que mantiene unido a este régimen es la corrupción del dinero y la complicidad sobre las arbitrariedades y crímenes cometidos.
Pensar que esta estructura de poder iba a entregarlo en unas elecciones limpias era un pretensión ingenua. Pero también lo es creer que las formalidades diplomáticas van a permitir ganarle la mano a Maduro en el juego de las dos legitimidades. Por eso, las sanciones personalizadas ya están tardando.
Me parece que la posición del presidente Boric en esta crisis es particularmente acertada. Es la única que asume que si Maduro habla como un dictador, camina como un dictador y actúa como un dictador, pues no es un pato de izquierdas, es un dictador.