La columna de Luis Ruz: “La decisión de la DC y la vigencia de sus postulados”
“En este interesante y vigente debate, algunos seguimos pensando que los postulados de la Democracia Cristiana tienen plena vigencia más allá de decisiones políticas que se explican por la coyuntura y las circunstancias”, escribe en su columna el presidente del directorio del Centro Democracia y Comunidad.
El sábado 26 de julio, la Democracia Cristiana tomó una decisión relevante. Tan así que, para muchos, se trata de una decisión con implicancias históricas. Y como la vida está llena simbolismos, lo hizo en medio de un nuevo aniversario partidario. El PDC es un partido que nació a la vida política el 28 de julio de 1957.
Partamos por señalar que esta Junta Nacional se hizo precedida de una fuerte tensión. Se trataba de un debate complejo porque tenía una dimensión electoral, pero también histórica y de vigencia de sus postulados. Por ello, la discusión previa tuvo de todo. Así, en las aproximaciones previas estuvo presente la tentación maniquea de hacer un debate entre “buenos” y “malos”, de “procomunistas” y “anticomunistas”, de “doctrinarios” y “pragmáticos”.
Lo anterior, por cierto, se comprende porque la disyuntiva no era cualquiera. Sin embargo, no era la primera vez que la DC se enfrentaba a un dilema similar. La historia de este partido nos recuerda cómo en 1973, siendo la DC opositora al Gobierno de la Unidad Popular, los dirigentes de la época acordaron pactar con partidos de la derecha para enfrentar juntos las elecciones parlamentarias de ese año. Es el recordado CODE. Una disyuntiva similar, pero más reciente, en el año 2013, donde la dirigencia de la Democracia Cristiana aceptó formar parte de una coalición de gobierno junto al Partido Comunista que permitió ganar el gobierno a la Nueva Mayoría. Dos decisiones políticas que parecen contradictorias desde los ojos doctrinarios, pero que se pueden comprender desde la realidad sobre la cual se hace la política.
Pero ¿qué resolvió la Junta Nacional de la DC? Se podría decir que varias cosas a la vez.
Primero, la DC ratificó su domicilio político en la centroizquierda. Segundo, confirmó la voluntad de converger con los partidos del oficialismo para construir una alianza política que ofrezca gobernabilidad al país. Tercero, manifestó el interés de ser parte de una discusión programática para abordar los problemas actuales de los chilenos, principalmente en desarrollo económico, seguridad y deudas sociales pendientes, por ejemplo, en salud y vivienda. Y, cuarto, aprobó el apoyo a la candidatura presidencial del oficialismo y formar parte de un acuerdo parlamentario que sostenga el proyecto que se está construyendo. El resultado de la deliberación de casi 300 delegados de Arica a Magallanes fue claro. No quedó duda de la posición del Partido en el cuadro político actual y esto marca el rumbo hacia los próximos años.
Pero también, en paralelo, se dio otro debate que tiene que ver con la vigencia de las ideas de la Democracia Cristiana a propósito de apoyar a una candidatura que proviene del PC. Este diálogo tiene otra dimensión por su profundidad e implicancias históricas y doctrinarias.
Es cierto que la Democracia Cristiana nació a la vida política como una alternativa al capitalismo y al marxismo. Fue en una época donde estos dos modelos se disputaban la hegemonía en el mundo entero. La historia nos recuerda que fueron décadas de una disputa sin cuartel que tuvo impactos concretos en muchos países, incluido el nuestro. Pero ese proceso histórico terminó con la caída del muro de Berlín y de los socialismos reales a finales de la década del ochenta.
El resultado de esta disputa ideológica nos dice que el marxismo, como un conjunto de ideas y como modelo de desarrollo, sucumbió a la lógica del capitalismo. Por ello, y a pesar de las críticas posteriores, en 1992, el politólogo norteamericano Francis Fukuyama escribió un famoso ensayo denominado “El fin de la historia y el último hombre” para describir que esta lucha ideológica había concluido y que, finalmente, se había impuesto la democracia liberal y el capitalismo como herramientas conceptuales y prácticas del orden social en occidente.
Bajo este contexto de fin de la Guerra Fría, para algunos intelectuales, la DC como alternativa política, ha perdido relevancia. Tal como lo explicó el profesor Carlos Peña en una entrevista, se sostiene que el problema de la DC es cultural porque sus postulados corresponden a otra época que ya concluyó. Y, por lo tanto, concepciones como las de la “Nueva Cristiandad” o el comunitarismo, como corrientes de ideas y acción práctica, no tienen cabida en la actualidad.
En parte, esta tesis se puede aceptar en el sentido que las ideas liberales han tenido predominio en las sociedades occidentales y que el individualismo, como expresión cultural, se ha validado frente a otras expresiones que prevalecen en la vida social. Sin embargo, la vigencia de las ideas de la Democracia Cristiana radica precisamente en la confrontación con estas ideas. De ahí que la discrepancia sustantiva con las ideas liberales más ortodoxas tenga sentido.
La DC basa su actuar en la mirada humanista de inspiración cristiana. Su validez permanece porque centra toda su reflexión y quehacer político en el valor de la persona y su dignidad. Por ello, reivindica la libertad y la autonomía de las personas, pero sin perder de vista su vínculo inexorable con las comunidades de referencia. Es la defensa de una idea capital, esta es que la persona es por su individualidad, pero también por la comunidad que la conforma. En simple, esta concepción es opuesta a la mirada liberal que pone su atención sólo en la lógica de la individualidad.
En ese marco de referencia, la DC sigue reivindicando la noción de Santo Tomás al referirse a ella de la siguiente manera: “la persona es lo más noble y perfecto que hay en la naturaleza dotada de razón y voluntad”. En la misma dirección, Jacques Maritain, en una conferencia en Buenos Aires a fines de la década del cuarenta, relevó la enorme equivocación de confundir “la individualidad con la personalidad”. Por lo tanto, reducir a la persona sólo a su individualidad es no reconocer su naturaleza social y su vínculo con la comunidad de la cual forma parte.
En consecuencia, los preceptos doctrinarios de la DC se reflejan completamente en los postulados de Maritain cuando definió a la “la ciudad de las personas” para explicar que la sociedad “ideal” es donde la persona, con su dignidad y derechos fundamentales, termina siendo el centro de la organización política. Como se ha dicho, se trata de una “democracia de personas”. Para decirlo de otro modo, es la lógica de comprender que somos seres gregarios, que vivimos con otros y para otros. Y nunca solamente como individuos.
Sin duda, este debate tiene mucho de abstracción, pero es necesario porque permite comprender, en parte, las “externalidades” del capitalismo individualista. Y también permite comprender las ideas que defienden algunos intelectuales y actores políticos en nuestro país que aspiran a gobernar la sociedad.
La política requiere más que nunca un debate honesto. Que no esté atrapado en agendas con segundos intereses porque son tiempos donde los partidos políticos y sus líderes están desafiados por representar un mundo complejo, con realidades heterogéneas, con una economía inestable y situaciones sociales pendientes de resolver.
En este interesante y vigente debate, algunos seguimos pensando que los postulados de la Democracia Cristiana tienen plena vigencia más allá de decisiones políticas que se explican por la coyuntura y las circunstancias. Tal como lo decía el escritor Carlos Fuentes: “la política está hecha de momentos”.