Columna de Constanza Hube: “El espejismo del FES”
La abogada y profesora de Derecho Constitucional UC escribe sobre el reemplazo del CAE: “Como es costumbre durante esta administración, la letra chica se come el titular”.
La Cámara de Diputados aprobó, hace unos días, el proyecto de Financiamiento de Educación Superior (FES). El Gobierno lo presenta como una reforma justa, fiscalmente responsable y capaz de aliviar a las familias. Pero como es costumbre durante esta administración, la letra chica se come el titular.
La primera afirmación oficial es que el FES “ahorra recursos al Estado”. La evidencia apunta en sentido contrario. Hoy la gratuidad cuesta alrededor de 2.500 millones de dólares anuales. El Consejo Fiscal Autónomo ya ha advertido sobre el maquillaje contable detrás de esta fórmula. Más que ahorro, lo que enfrentamos es un pasivo de alto riesgo.
La segunda promesa es que “el FES no elimina becas”. Lo cierto es que con su implementación desaparecen la Bicentenario, la Juan Gómez Millas y la Nuevo Milenio. Estas becas han sido un canal de acceso para más de 100 mil estudiantes vulnerables que ingresaban a la universidad gracias a su mérito académico.
Tercero: se insiste en que “el FES es más barato que el CAE”. Los números demuestran lo contrario. Cerca de un 30% de los alumnos terminará pagando más de 1,5 veces el costo real de su carrera. En programas técnicos, la carga puede superar el 50%. Para muchos, no habrá alivio, sino un encarecimiento significativo de su educación.
Cuarta afirmación: “el FES no es un impuesto”. Sin embargo, su diseño cumple con la definición clásica de tributo. Si un egresado recibe $100 y paga exactamente lo mismo, no hay discusión. Pero si recibe $100 y debe devolver $300, la diferencia carece de contraprestación y constituye, en los hechos, un impuesto disfrazado de solidaridad.
La quinta promesa es que “el FES alivia a las familias”. Tampoco se sostiene. Hoy siete de cada diez estudiantes acceden a gratuidad o a becas. El FES elimina esos beneficios y transfiere el costo principalmente a la clase media. Lo que se anuncia como justicia social se traduce, en realidad, en una redistribución regresiva de la carga.
Por último, se afirma que “el FES fortalece a las universidades”. En rigor, reproduce y profundiza las limitaciones de la gratuidad: mayor dependencia del Estado, restricciones financieras y debilitamiento de la autonomía institucional.
En suma, el FES no surge para responder a las necesidades de los jóvenes ni de sus familias. No está orientado a proteger a las universidades ni a dar certezas financieras al país. Se trata de un proyecto impulsado desde una lógica ideológica: centralizar, homogeneizar y llamar “solidaridad” a lo que en los hechos es un impuesto encubierto, en desmedro de los jóvenes y sus familias.