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¡Es la hora de cultivar el jardín!

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POR Eduardo Olivares |

“Ellos formaron parte de la ‘revuelta’ (así llama al ‘estallido’ del 2019). ¿No serviría ese tipo de argumentación para amnistiar a los que entraron en el Capitolio?”, dice Cristián Warnken en esta nueva carta en PAUTA.

Escribo estas divagaciones desde mi jardín. Normalmente las comparto en el espacio Desde el Jardín, que se transmite por Radio Pauta todos los días. Hoy necesité ponerlas por escrito y compartirlas con mis fieles radiovidentes (así llamo a mis auditores ). Y lo hice porque uno de ellos me dijo: “¿Por qué no escribe algunas reflexiones que lanza al aire?” Todos sabemos que verbum volar, scriptum manem (lo dicho se vuela, lo escrito permanece).

En estos meses de confinamiento, mi jardín ha sido mi refugio en tiempos de incertidumbre y angustia. Quizás inspirado en la frase final del Cándido de Voltaire: “Hay que cultivar el propio jardín”. Vale la pena recordar el argumento del libro de Voltaire: el protagonista Cándido que adhiere al optimismo de la filosofía de Liebnitz de que “todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles”. Voltaire se encarga de satirizar ese ingenuo optimismo; basta con mostrar algunos de los horrores del mundo del siglo XVIII, incluyendo catástrofes naturales que conmovieron a los hombres de ese tiempo.

Nuestros tiempos parecieran darle la razón a Voltaire. Al mirar el asalto de las hordas del Capitolio, símbolo sagrado de la democracia más antigua del mundo, tuve la sensación de que ser optimista hoy es casi un imposible. La globalización, que parecía traer un mundo mejor, un nuevo orden mundial, hoy está zarandeada por una pandemia, una crisis de la democracia liberal sin precedentes, un cambio climático que no se detiene. ¿Cómo sostener, entonces, la esperanza?

Hay que volver al propio jardín, hay que cultivarlo. No para alimentar ingenuos optimismos a lo Liebnitz, pero sí para darle tiempo al pensar, tan escaso en las conversaciones apresuradas y furiosas de las redes sociales. Necesitamos un pensar para un tiempo nuevo, una nueva época que ya está aquí, pero tardará tiempo en asentarse: nuestra caja de herramientas parece obsoleta par resolver los desafíos y preguntas que hoy nos acosan.

El asalto del Capitolio es un símbolo muy poderoso, que va más allá de la situación de Estados Unidos, de su política interna. Ver a miles de personas encaramándose y rompiendo los cercos da cuenta de que el sistema inmune de la democracia se desplomó. Y no sirve para los peligros que la acechan. Se necesita un nueva inmunidad. Los virus nuevos (muchos circulando por el panóptico virtual, como virus de una infodemia) pueden fácilmente destruir el tejido político de la democracia liberal. El filósofo alemán Sloterdijk, que estuvo en Chile hace unos años invitado por el CEP, y al que tuve el privilegio de entrevistar, habla de la necesaria construcción de una nueva co-inmunidad (comunidad) mundial. Hay que leer  a ese provocador Nietzsche del siglo XXI. Por ahí puede haber pistas para un pensar esta nueva era.

Por supuesto que hay que condenar los “asaltos” al palacio de Invierno, las quemas de las Bastillas, las insurrecciones anárquicas de alto poder destructivo. Condenarlas allá y aquí. Preocupa, por ejemplo, que haya diputados de nuestra República pidiendo amnistiar a quienes quemaron iglesias, destruyeron el espacio público, se apoderaron de él, privatizándolo. El argumento, y lo decía un joven diputado, es que ellos formaron parte de la “revuelta” (así llama al “estallido” del 2019). Es muy peligrosa esa línea de argumentación: ¿No serviría ese tipo de argumentación para amnistiar a los que entraron en el Capitolio interrumpiendo un rito democrático solemne? Para muchos en Estados Unidos ellos son héroes de una “revuelta”. Son los blancos indignados por todo lo que perdieron desde la crisis subprime del 2008: empleos, dignidad, protección social, etcétera. Fueron desamparados por el Estado. Su indignación tiene razones profundas: pero ¿eso justifica el aquelarre, la piromanía y la anarquía?

Dicho todo esto, sin embargo, hay que reconocer que no se soluciona la gran crisis inmunitaria de la democracia solo con el restablecimiento del orden público, necesario para que la vida pública (y la vía pública) sea posible. Hay que ir a las causas profundas, hay que entender por qué la inmunidad democrática norteamericana falló tanto como para permitir la emergencia de un demente narcisista que tiene el apoyo de casi la mitad del país.

Tal vez el virus que sigue su curso es solo un símbolo de un acontecimiento más profundo, el de la enfermedad de nuestra forma de pensar y vivir la política en Occidente. “Todas las cosas quieren hacerse símbolos”, decía Nietzsche. Necesitamos virólogos políticos, inmunólogos para la democracia hoy enferma.

Y no digo más. No soy un experto en estas lides, solo el jardinero de este jardín que aspiro a cultivar. Y a veces divago… Estoy leyendo un libro a punto de ser lanzado por el IES (Instituto de Estudios de la Sociedad) en Chile: 1943: La crisis del humanismo cristiano, de Alan Jacobs, profesor de humanidades de la Universidad de Baylor, Texas. A mediados del siglo XX, en medio de la devastación de Occidente en medio de dos guerras, un grupo de intelectuales cristianos se pusieron a pensar como reconstruir la civilización de posguerra. C. S. Lewis, Jacques Maritain, Simone Weil, el poeta Auden, gente de ese calibre.

Es justamente en estas crisis tan colosales (la nuestra lo es, aunque no haya una Gran Guerra todavía en ciernes), cuando necesitamos a los intelectuales, a los humanistas. Nuestro humanismo está en crisis desde hace tiempo, el tema del sentido es una herida abierta de nuestra modernidad. La democracia liberal -gran conquista civilizadora- no parece estar sanando esa herida profunda. Necesitamos construir, refundar una esperanza, no en utopías salvadoras (que solo son falso remedio a la crisis de sentido), sino en una nueva co-inmunidad compartida, una Comunidad que se reconoce en la fragilidad y finitud. Cuando la Muerte golpea nuestra puertas (la pandemia es eso), debemos dar una respuesta de Vida. “Quien piensa lo más hondo, ama lo más vivo”, decía Hölderlin.

Es la hora del pensar más hondo, no de la farándula que alienta a las hordas, que alimenta la furia y la intolerancia. Que le da una mala deriva al dolor de las mayorías que sienten la herida abierta.

¡Es la hora de cultivar el jardín!

Me despido mientras veo caer la tarde en mi jardín, se escucha el canto de los zorzales y la naturaleza entera nos enseña que existe un orden y que debemos y podemos sanarnos. ¿Biden no habló de “sanar” Estados Unidos? Buen verbo eso para los nuevos gobernantes de este tiempo en todo el mundo, en estos lares también: el gobernante es también un terapeuta, un médico de almas. 

Desde mi jardín, enero 2020.-