La columna de Fernando Tapia: “Una brecha que se agiganta”
“Europa no tiene rivales a nivel de clubes, y los equipos sudamericanos ven cómo la diferencia se ha hecho cada vez más grande”, escribe el periodista a propósito de la final que disputarán Chelsea y PSG.
PSG de Francia y Chelsea de Inglaterra disputarán la gran final del nuevo campeonato mundial de clubes. De esta manera, por decimotercer año consecutivo, el título planetario quedará en manos de un equipo europeo. La última vez que Sudamérica pudo alzar la Copa fue de la mano de Corinthians de Brasil en el año 2012. La estadística es rotunda: el viejo continente no sólo ha roto el histórico dominio que los equipos de Conmebol establecieron desde que se comenzó a disputar la antigua Copa Intercontinental en 1960, sino que también, en poco más de una década, establecieron un desequilibrio sin contrapeso.
Europa no tiene rivales a nivel de clubes, y los equipos sudamericanos ven cómo la diferencia se ha hecho cada vez más grande. Sin duda que el factor económico es clave para entender el fenómeno. Pero también un caso judicial que cambió para siempre el fútbol en Europa y que ha hecho agigantar la brecha con Sudamérica. En 1995 el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, estableció como principio que no se podía limitar la libertad de trabajo de los futbolistas comunitarios a partir de las restricciones por nacionalidad, es decir, calificó de ilegales las cuotas de extranjeros en las ligas que forman parte de la Comunidad Económica Europea (CEE).
Conocida como Ley Bosman, por el apellido del jugador belga que pedía su libertad de acción para fichar por un equipo en Francia, esta norma amplió las opciones de fichajes dentro del viejo continente y a la vez aumentó considerablemente el número de compras de pases de futbolistas de otras latitudes, especialmente de Sudamérica, cuna histórica de los grandes talentos.
Si además de la calidad del jugador se puede encontrar algún ancestro europeo, mejor, porque así se puede evitar ocupar la cuota de extranjero, amparándose en el principio que estableció el famoso fallo judicial.
Si bien esto ha significado millonarias ganancias para los cuadros de nuestro continente, y también para miles de jugadores que han cruzado el Atlántico alcanzando mucho mejores condiciones económicas y deportivas, a la larga se ha transformado también en una fuga permanente de talentos que ha debilitado la capacidad competitiva de los sudamericanos. La lógica del mercado ha llevado además a que los europeos compren cada vez más en verde, para controlar mejor los precios y maximizar las ganancias futuras.
El poder económico manda. Así por ejemplo, mientras el Real Madrid tiene una plantilla valorada en 1.500 millones de dólares, Palmeiras de Brasil, el club más caro de Sudamerica, tiene un plantel tasado en 290 millones de dólares, es decir, cinco veces menos.
Lo preocupante para nosotros en Chile, que vemos esto desde muy lejos, es que la desigualdad también se ha instalado con fuerza en nuestro propio patio. Así como Sudamérica ha perdido competitividad en relación con Europa, Brasil, el gigante continental, también ha establecido una diferencia casi inalcanzable para todo el resto de los países de la Conmebol. Es cosa de ver lo que ha sucedido en la Copa Libertadores de América. Los últimos seis títulos corresponden a equipos de Brasil, incluyendo cuatro finales entre equipos de ese mismo país.
El poderío económico, además del talento innato de sus jugadores, hace casi imposible competir contra ellos, cuestión que incluso ya preocupa a sus históricos rivales de Argentina. Y todo indica que los multimillonarios ingresos que reparte el nuevo Mundial de clubes, en los que por la misma lógica los cuadros brasileños asistirán con más regularidad, terminará agigantado cada vez más esa brecha.