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La columna de Fernando Tapia: “El horror y la esperanza”

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POR Equipo Radio Pauta |

Fernando Agustín Tapia destaca que, después de los hechos de violencia en Argentina entre barristas de Independiente y Universidad de Chile, en Santiago el Claro Arena otorga esperanza para el regreso del fútbol como espectáculo familiar. Al nuevo coloso de Universidad Católica lo califica como “un recinto de lujo para Chile y el continente (…) que parece ser traído mágicamente desde la Premier League”.

Una semana pasó desde los gravísimos incidentes ocurridos en Avellaneda. Es aún imposible sacarse de la cabeza las imágenes de la barbarie ocurrida en el estadio de Independiente. Sólo de milagro no hubo víctimas fatales, y los hechos estuvieron a un paso de ser una gran tragedia.

La justicia argentina investiga diversos delitos, incluyendo la tentativa de homicidio por parte de la barra brava local en contra de hinchas chilenos que quedaron atrapados ante la nula y sospechosa ausencia de la policía. Las escenas de extrema violencia recorrieron el mundo constatando una vez más que en Sudamérica, para un grupo de energúmenos, el fútbol es una guerra.

Poco duró el análisis de las causas de este fenómeno, de por qué un deporte tan hermoso sigue capturado por una minoría que se siente más importante que el club propio. Ciertamente el poder que da el ser parte de esas agrupaciones de choque que manejan las hinchadas más radicales, alimentadas por dirigencias que se nutren y potencian de ellas para su validación en los cargos, convirtiéndose en verdaderas mafias, han transformado a varios estadios del continente en territorios de nadie, peligrosos, donde abunda el delito y, peor aún, la impunidad.

Hoy la atención está puesta en la decisión que deberá adoptar la Comisión Disciplinaria de la Conmebol. Castigos ejemplares, exigió el Presidente de la FIFA. Universidad de Chile e Independiente, que deberían haber resuelto la llave de octavos de final en la cancha, resolverán su suerte deportiva en los tribunales del fútbol, utilizando todos sus recursos legales para minimizar un castigo que se anuncia durísimo, como debe ser.

El club argentino deberá asumir su mayor cuota de responsabilidad como organizador del evento. Autorizar la presencia de 3.500 hinchas de la “U” en la tribuna alta, teniendo abajo a parte de la barra brava de Independiente, sin bolsones de seguridad ni guardias privados o funcionarios de la policía, fue una invitación tácita a la batalla. Peor todavía, lo hizo a pesar de la instrucción de la propia Conmebol, que en el informe previo puso acento en esta notable falla del operativo. También del escaso control al ingreso, constatándose a sujetos con armas blancas y la presencia de bombas de estruendo utilizadas como armas de artillería.

La “U”, por su parte, deberá hacerse cargo por el criminal comportamiento de parte de sus barristas, que junto con la destrucción de instalaciones, utilizaron los escombros como proyectiles lanzados al vacío, o de tribuna a tribuna, hiriendo a inocentes y poniendo en peligro también la vida de personas.

El argumento de quién empezó primero es una anécdota, por lo demás muy difícil de establecer con precisión, aunque en el informe del oficial de Conmebol se lo atribuye a los chilenos, y eso también será un agravante a la hora de la sentencia. Lo peor es que no es seguro que los castigos puedan cambiar los comportamientos de quienes se empeñan en ejercer la violencia en los estadios. Para eso es necesario un esfuerzo mucho mayor, que parte por la responsabilidad de los clubes de desligarse y apartar a los violentos.

Por eso fue un bálsamo constatar lo que ocurrió apenas tres días después del terror de Avellaneda con la reinauguración del estadio de la Universidad Católica, el Claro Arena. Un recinto de lujo para Chile y el continente. Moderno, con una inversión millonaria, con especial atención en la seguridad.

Torniquetes electrónicos de ingreso, sistemas de identificación biométrica, más de 200 cámaras de alta resolución y una eficiente comunicación para advertir las duras sanciones para quienes no se comporten al interior del recinto, no sólo reducen la opción de impunidad para los que se empeñen en la violencia, sino que también es una forma de empujar un cambio cultural urgente y necesario para los espectáculos deportivos en Chile.

Cruzados, ciertamente, no puede asegurar que por sí solo puede eliminar a los violentos, que también existen en su barra, pero su millonaria inversión en infraestructura ayuda al menos a alejarlos o, en su defecto, aislarlos. Más allá de las comodidades del nuevo recinto, que parece ser traído mágicamente desde la Premier League a Chile, lo más relevante es que promete recuperar el fútbol para las familias, en un ambiente seguro, elevando el estándar de los estadios del país y poniendo una vara alta para todo el resto, incluyendo al Estado, y que ojalá se contagie. Así, en apenas tres días, pasamos del horror a la esperanza.