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Caretas, obediencia y plagios norcoreanos: tres documentales en Netflix

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Roman Harak (CC BY-SA 2.0)
POR jorge Román |

Los vericuetos de la propaganda, la fabricación de una vida y la fascinación de Kim Jong-Il con el cine son algunos temas abordados por estas producciones.

Corea del Norte es quizás uno de los últimos lugares inaccesibles para la curiosidad occidental. Lo que ocurre dentro de las fronteras del a veces llamado “Reino Ermitaño” está celosamente protegido por el gobierno y por sus agentes. Todo extranjero está permanentemente vigilado (incluso se les revisa el historial de navegación), la circulación de personas está restringida y la gran mayoría de la población solo tiene acceso a una intranet nacional (aunque las élites tienen acceso a internet y lo usan como cualquier occidental).

Este hermetismo es campo fértil para la propaganda y las exageraciones. En Occidente abundan historias sobre ejecuciones públicas con perros, que trafican metanfetaminas y falsifican dólares, que solo hay algunos cortes de pelo autorizados… Una rápida búsqueda en Google da cuenta de estas y muchas otras afirmaciones muy difíciles de comprobar porque no hay prensa independiente en el país.

Los documentales serios sobre Corea del Norte brillan en este mar de información de dudosa calidad. Ya lo sabrán los propios norcoreanos, que según algunos reportes tendrán lo más parecido a Netflix, llamado Manbang, con películas sobre sus líderes y relatos del sistema.

Aquí hablaremos de tres documentos que se encuentran disponibles en el muy occidental Netflix. Y las historias que cuentan son tanto o más interesantes que cualquier hipérbole que pueda contarse sobre uno de los países más misteriosos del mundo.

The Propaganda Game (2015)

“Todo el mundo sabe que Corea del Norte es poco usual. Todos saben que hacen las cosas de manera distinta al resto. Lo que ignoramos es que hay vida, que hay 24 millones de personas allí”, dice Simon Cockerell, de Koryo Tours.

Cockerell es uno de los primeros entrevistados en el documental The Propaganda Game, del realizador español Álvaro Longoria. Esta entrevista pone énfasis de inmediato en la tesis del documental: hay un juego de propaganda y contrapropaganda en Occidente y en Corea del Norte. Caricaturas, exageraciones, acusaciones mutuas de maldad y amenazas de destrucción. Y, en medio de ese juego, 24 millones de norcoreanos que trabajan, se ríen, bailan, cantan alabanzas a su líder supremo y sueñan con darle un futuro mejor a su descendencia.

El documental fue rodado en Corea del Norte, bajo la estricta vigilancia de las autoridades norcoreanas y la permanente guía de Alejandro Cao de Benós, un español que ostenta el título de delegado especial del Comité de Relaciones Culturales en el Extranjero de la República Democrática Popular de Corea. La película incluye entrevistas a coreanos, a expertos occidentales en el tema y se dedica a contrastar las distintas versiones sobre un mismo hecho.

Existe la sospecha de que gran parte de lo que se ve en el tour es un montaje: un hospital de última generación con todo su personal disponible, pero sin ningún paciente; un museo reluciente, donde se narra victoria de Corea sobre Estados Unidos en la guerra de 1950-1953, pero donde no hay ningún visitante; un departamento nuevo cuya dueña de casa no quiere mostrar el interior del refrigerador; una misa católica que parece haber sido organizada especialmente para el cineasta… ¿Cuánto de todo eso es teatro? ¿Cómo vive la gente más sencilla en el país?

Lo interesante del documental es que no se queda solo con la crítica clásica contra el gobierno norcoreano. También da cuenta de que en Occidente la sobreinformación y las exageraciones tienen el mismo efecto: construyen discursos sensacionalistas que nos ocultan otras realidades. Y, sobre todo, nos hacen olvidar que detrás de toda esta propaganda y estas declaraciones de guerra, hay millones de personas que desean vivir en paz.

Under the Sun (2015)

No se puede hablar de este documental del director ruso Vitaly Mansky sin hablar de su proceso de producción: Mansky quería filmar el estilo de vida de una familia típica norcoreana y estuvo negociando durante dos años con las autoridades antes de recibir permiso para filmar. Pero las condiciones impuestas lo irritaron: le impusieron el guion, las locaciones, las personas que aparecerían y editaron cada segundo del documental. Además, un equipo de producción supervisaba cada escena.

Básicamente, al cineasta y su equipo los estaban dirigiendo para grabar una pieza de propaganda.

¿Qué podían hacer entonces para no convertirse en títeres del aparato? Simplemente, mantener la cámara grabando entre cada toma. Y guardar las repeticiones.

El documental narra un año en la vida de una niña norcoreana de ocho años, Zin-Mi, que se prepara para unirse a la Unión de Niños Coreanos. Muestra cómo le enseñan las canciones y los bailes, el adoctrinamiento político y las ceremonias que giran todos en torno a la adoración de los grandes líderes: la dinastía de los Kim.

Pero como la cámara muestra todos los entretelones de la filmación, queda en evidencia que todo es una impostación. Un teatro donde se repiten las escenas porque las risas no les parecen convincentes a los productores norcoreanos, donde nada es espontáneo. Como las autoridades solo autorizaron a tres personas, Mansky, su camarógrafa y una sonidista, el cineasta contrató a una rusa que hablaba coreano y le enseñó a usar los equipos de sonido. “Ella era nuestra espía. Nos ayudó a saber lo que planificaban para nosotros”, contó Mansky en una entrevista para el New York Times.

El equipo de filmación debía entregar todos los días la tarjeta de memoria con lo grabado para que las autoridades la editaran a su gusto. Pero lo que no sabían es que el equipo ruso guardaba siempre una copia de lo filmado. Eso les permitió hacer el montaje que quisieron, una vez que volvieron a Rusia.

Y esa es la película que está disponible en Netflix: no la propaganda que quería filmar el gobierno norcoreano, sino el documental que expone todo el tinglado detrás de él. Como si fuera el making-of de un video propagandístico que quería disfrazarse de documental.

The Lovers & The Despot (2016)

Este documental es la fascinante narración de un secuestro y una huida literalmente cinematográficos. En 1978, la actriz Choi Eun-Hee y el director Shin Sang-Ok, ambos surcoreanos, fueron secuestrados por el régimen norcoreano bajo las órdenes de Kim Jong-Il. Además de haber estado casados, Choi y Shin eran figuras importantes y reconocidas para el cine surcoreano. Kim Jong-Il, por aquel entonces heredero del régimen que aún lideraba su padre, era un cinéfilo que lamentaba la falta de originalidad del cine norcoreano: su idea era que, bajo la luz de la actriz y el director, se podría dar un nuevo impulso a su industria fílmica y darle renombre internacional.

Shin pasó cinco años en prisión antes de ganarse la confianza de Kim. Choi fue tratada de mejor manera, pero de todas formas era una prisionera a la que obligaban a ir de un lado a otro y a quien trataron de adoctrinar en la ideología del régimen. “Trataron de lavarme el cerebro con Kim Il-Sung y la ideología revolucionaria para cambiar mi mentalidad. Como todo ser humano, nadie dice ‘actuemos’. Nos absorbemos en la situación presente. Así es como actuamos. Hay actuación para las películas y hay actuación para la vida”, dice Choi Eun-Hee en el documental.

Finalmente, Choi y Shin hicieron lo que se esperaba de ellos: filmaron numerosas películas, dándole un aire fresco a un cine propagandístico. Algunas de sus obras participaron en festivales internacionales y tuvieron la oportunidad de visitar Rusia y otros países de la órbita soviética. Por aquel entonces, Shin y Choi habían interpretado tan bien su papel que Corea del Sur les consideraba traidores y los hijos de la pareja crecían en Seúl bajo el menosprecio de sus pares.

A través de entrevistas, extractos de las grabaciones en minicassettes de Shin y del mismo Kim Jong-Il, imágenes de archivo y fragmentos de los filmes de Shin y Choi, la película reconstruye la historia de la pareja y cómo urdieron su huida en 1986. Se trata de un documento único que revela los entretelones de la dinastía de los Kim, pero que es una pequeña anécdota en la triste historia de los miles de secuestros perpetrados por el régimen norcoreano.