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La gran hambruna de los años 90

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POR Eduardo Olivares |

Una serie de motivos provocó una enorme escasez de alimentos a mediados de esa década. Alrededor del 3% de la población pereció por hambre.

Tras la caída de la Unión Soviética, a inicios de la década de los noventa, la cadena productiva norcoreana se detuvo. Ya no se podía importar petróleo barato desde los propios territorios soviéticos. La falta de combustible, cuenta Kim Byung-Yeon en su libro Unveiling the North Korean Economy (“Revelando la economía de Corea del Norte”), provocó masivos cortes de energía que paralizaron las fábricas. Así, entonces, la industria extractiva fue incapaz de producir más recursos naturales, que eran insumos relevantes para otras industrias y para sus exportaciones.

La crisis alimentaria fue la siguiente pieza letal. En parte por la falta de combustibles, la propia ineficacia productiva, la escasez de fertilizantes, el inadecuado sistema agrícola y de irrigación, y una sucesión de fatalidades de la naturaleza (sequías e inundaciones), le sobrevino a Corea del Norte una de las peores hambrunas modernas del planeta. En 1996 la cosecha fue tan baja que apenas servía para alimentar a la mitad de su población.

Como cuenta Andrei Lankov en The Real North Korea, para el ciudadano normal “el colapso agrícola significó el repentino fin del SPD (sistema público de distribución), que había sido la mayor fuente de alimentos para los norcoreanos desde 1957. Desde alrededor de 1993, las raciones fueron crecientemente demoradas o bien entregadas en forma parcial. Los retrasos comenzaron en las zonas más remotas del campo, pero pronto se esparcieron a las principales ciudades”. Aunque las castas privilegiadas de Pyongyang y las élites militares, policiales y del partido recibían sus raciones, incluso a ellos se les disminuyó la cantidad entre 1996 y 2000.

Las cifras de muertos producto de la gran hambruna son materia de estimaciones diversas. Un estudio basado en migrantes norcoreanos en China, publicado por The Lancet, determinó que si en 1995 la tasa de mortalidad era de 28,9 por cada 1.000 habitantes, ya había subido a 45,6 un año después y a 56 por cada 1.000 en 1997. El tamaño promedio de los hogares cayó de cuatro miembros en 1995 a 3,4 en 1997.

Comparando diversos estudios, Kim Byung-Yeon estima que los muertos por la gran hambruna alcanzaron a entre 500 mil y 600 mil personas, correspondientes a entre 2% y 2,5% de la población norcoreana de la época.

En su libro Famine in North Korea (“Hambre en Corea del Norte”), Stephan Haggard y Marcus Noland plantean que la mayoría de las víctimas fueron niños y ancianos, cuyas muertes no sólo se debieron en forma directa a la desnutrición, sino a enfermedades y a las falencias del sistema de salud. “Revisamos los diversos esfuerzos hechos para determinar la tasa de mortalidad, que van desde por lo bajo 200.000 muertes adicionales (según el gobierno de Corea del Norte) a tantas como 3,5 millones en el rango más elevado. Planteamos que las estimaciones más confiables están en el rango de entre 600 mil y un millón de muertes como resultado de la hambruna, o aproximadamente entre el 3% y 5% de la población”, observan.

La grave crisis humanitaria motivó que distintos gobiernos, en particular Estados Unidos y Corea del Sur, y en menor medida Japón, China e incluso la Unión Europea, asistieran con alimentos y otros insumos al país. Entre 1995 y 2008, Estados Unidos destinó un total por US$ 1.000 millones en ayudas a Corea del Norte, de los cuales el 60% se tradujo en alimentos y el 40% en asistencia energética.