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La nueva lógica de la política norteamericana: cómo pasó de la polarización al tribalismo

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White House
POR Eduardo Olivares |

La Casa Blanca está vestida de conflicto. Los partidos Demócrata y Republicano han estresado su antagonismo.

Donald Trump y su equipo estaban recién en la etapa de cuestionar la clase de libro que les resulta Fear: Trump in the White House (Miedo: Trump en la Casa Blanca), del reconocido periodista Bob Woodward. “Es una obra de ficción”, dijo el Mandatario norteamericano. Criticaba que en el reportaje se citaran palabras que él, aseguró, no usaba, y fue esperando que distintos personeros de su administración fuesen publicando desmentidos. Cuando la operación de descrédito al libro de Woodward estaba en marcha, el miércoles por la tarde se enteró de que alguien de su propio círculo le había sido desleal al escribir una crítica columna anónima para su detestado periódico The New York Times. “Así que el fracasado New York Times tiene una tribuna anónima, ¿pueden creerlo? Anónima. Lo que quiere decir cobarde. Una tribuna cobarde”, despotricó en un salón de la Casa Blanca.

En forma simultánea, a tres kilómetros de la sede de Gobierno, se libraba otra batalla: las audiencias ante el Senado sostenidas por Brett Kavanaugh para convertirse en nuevo juez de la Corte Suprema. Se trata de un hito de su administración, dado que la probable confirmación del magistrado inclinará el balance del máximo tribunal hacia el lado conservador.

Todo este gran juego de política, además, ocurre mientras en el tablero los movimientos se precipitan al 6 de noviembre. Ese día se celebrarán los llamados midterms o elecciones a mitad de mandato: se renovará toda la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y dos tercios de las gobernaciones estatales. Los resultados —es decir, si gana el oficialista Partido Republicano o el opositor Partido Demócrata— marcan la diferencia entre un camino de arena o una pista atlética para la reelección del Presidente de Estados Unidos.

En PAUTA.cl hurgamos en estudios, estadísticas y conversamos con especialistas norteamericanos para ver cómo está funcionando la política norteamericana hoy.

 

La batalla mediática

“Nuestro Gobierno se basa en la opinión pública. Todo aquél que pueda cambiar la opinión pública, puede cambiar también el Gobierno casi de la misma manera”, dijo Abraham Lincoln hace 162 años en un banquete ante miembros de su partido, el Republicano. Hace una semana, hace un mes, hace un año y medio, una serie de cambios en esa misma opinión pública han atenazado al sistema político de Estados Unidos tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. La polarización de los partidos políticos, ya documentada desde hace lustros, está extremándose y no está claro quién ni cómo esos nudos podrán desatarse próximamente.

Trump se ha quejado del trato y del tratamiento que le han dado los medios tradicionales desde que está en campaña. “Son enemigos del pueblo”, ha dicho respecto de la mayoría de ellos, aunque en especial aquellos que él denomina como “fracasados” CNN y The New York Times.

 

Versión en español de la columna de opinión anónima publicada por The New York Times.

La columna anónima publicada en el periódico generó un debate político, pero también ético sobre los estándares editoriales del medio. Aunque no es primera vez que ese diario —uno de los más prestigiosos del mundo— publica piezas de opinión sin firma, levantó las dudas de académicos y periodistas acerca del valor de entregar un punto de vista sin conocer, de hecho, quién lo entrega. En la práctica del periodismo es legítimo contar con fuentes cuya identidad queda en reserva pero cuyo contenido es relevante; se espera, sin embargo, que el reportero chequee esa información, pues de eso se trata el control que a él la sociedad le encomienda. En una columna de opinión, no obstante, resulta difícil disociar el “qué” (el punto de vista) del “quién” (el opinante). Si carece del “quién”, identificado con nombre y apellido, resulta natural dudar de la profundidad o incluso validez del “qué”.

Para Michael Socolow, historiador de medios en Estados Unidos, la columna anónima “es exactamente el tipo de información que se necesita en una democracia, y el sensacional tipo de artículo noticioso que los lectores y los suscriptores al Times desean leer. Es aquello por lo que pagan”.

Nunca antes un alto funcionario de la Casa Blanca —es todo lo que se sabe del anónimo— había entregado su opinión de esta manera. Socolow plantea que pensaría que es periodísticamente valioso si esto mismo hubiese ocurrido durante los años de Barack Obama y Fox News, un medio conservador, lo hubiese publicado. “Al final se trata de que el consumidor de noticias tenga que decidir sobre la base de la credibilidad del medio. Si crees que el New York Times es una fuente de información creíble y precisa, tendrás que creer que esta persona es quien ellos dicen que él o ella es. Lo mismo sucedería si se trata de Fox News: si ellos hicieran esto, el consumidor de noticias habría que juzgar si acaso Fox News es una fuente de información creíble y precisa”.

Esa opinión no es compartida por todos, claramente. Francis Buckley, profesor de la Escuela de Leyes de George Mason University y autor de The Republican Workers Party, fue asesor en la campaña presidencial de Donald Trump. A su juicio, los medios han actuado diferente con Trump, porque él es distinto. “En nuestra política doméstica y externa necesitábamos una sacudida, y él la ha proporcionado”. Lo compara con Abraham Lincoln, en su minuto considerado un político naïve por el establishment de la costa este a tal punto que se ha extendido la historia de que su secretario de Estado, William Seward (a quien Lincoln había vencido en las primarias republicanas), se habría ofrecido para conducir el país.

Que haya, por eso mismo, un alto funcionario de la Casa Blanca que le diga al público que también hay “adultos” en el gobierno y que existe una “resistencia” ante los “peores impulsos” del Presidente, no es nada de nuevo. “Tal como Lincoln, Trump se ha rodeado a sí mismo de un equipo de rivales y pregunta por qué cosas distintas no podrían intentarse”, expresa Buckley. “La prueba es que lo que él ha hecho, nada más. Y hasta ahora, han sido cosas que han sido magníficas para Estados Unidos”.

El Presidente Trump llegó a sugerirle al fiscal general, Jeff Sessions, que se investigue quién fue el autor anónimo por si eso significa un problema para la seguridad nacional. Esa arremetida la unió con nuevos cuestionamientos contra The New York Times y, por último, un mensaje hacia dentro de su administración: “Estoy drenando el Pantano, y el Pantano está tratando de contraatacar. No se preocupen, ¡ganaremos”.

En una aparición inusual, el expresidente Barack Obama intervino en favor de la campaña demócrata el viernes y criticó, sin ambigüedad alguna, a su sucesor. Dijo, por ejemplo, que por más diferencias que tuvo con Fox News, “nunca se me ocurrió que cerrara”. Sin embargo, durante su primera administración la Casa Blanca hablaba de Fox “Lies” (Mentiras Fox) y el exmandatario dijo que no concedería entrevistas para la cadena. No solo eso. El gobierno de Obama, cansado de filtraciones en los medios, utilizó la Ley de Espionaje para perseguir penalmente a quienes resultaran responsables de los trascendidos obtenidos por los medios. Trump solamente repitió la fórmula. Obama no alardeaba de esta estrategia, a diferencia de las públicas diatribas del actual gobernante.

Trump y sus controversias puede, además, que no solo sean una prueba para la solidez periodística de los medios de comunicación, sino además un buen negocio. En un paper publicado en 2010 que ha sido vastamente citado, Socolow comenta que contrario a lo que se pensaba, los medios informativos sí pueden ser rentables desde el punto de vista económico. “Los medios, y específicamente The New York Times, aún están obteniendo ganancias importantes estos días”, cuenta.

Victor Pickard, académico de la Escuela de Comunicaciones en la Universidad de Pensilvania, es experto en activismo mediático, y en historia y vinculación de medios con política. No observa cuán obvio pueden ser las repercusiones recientes para la campaña política del Partido Republicano, aunque acepta que podrían generar cambios generales en los discursos y narrativas acerca del mandatario y eso, en forma indirecta, tocaría a los votantes. “Pero incluso cambios pequeños, de uno o dos puntos porcentuales, pueden transformarse en modificaciones significativas en las elecciones de medio término”, asume.

El efecto político de los medios sí es relevante para entender las reacciones de conservadores y liberales, comenta David Barker, director del Centro de Estudios del Congreso y Presidenciales de American University. Los medios partidistas conservadores como Fox News, The New York Post y algunas radios son inmutables en su apoyo al Mandatario estadounidense. “Si no lo fueran, podrías ver más deserciones de votantes republicanos. Ahora bien, las reacciones histéricas de los medios convencionales a casi todo lo que Trump dice o hace solo endurece su apoyo en la derecha”, afirma.

El apoyo republicano

Pese a que se trata de un presidente impopular, como grafican distintos sondeos, su base de apoyo se mantiene sólida. De acuerdo con la encuesta semanal de Gallup, Trump tiene un nivel de aprobación inusitadamente alto entre las personas identificadas con el Partido Republicano. Las cifras indican un sustento superior al 80% en forma consistente, a veces incluso cercano o superior al 90%, pese a las severas críticas contra el mandatario por medidas como la política que separó a familias de inmigrantes o su débil desempeño en el encuentro con Vladimir Putin en Finlandia.

Anthony Fowler, investigador de la Universidad de Chicago, plantea que concluir que el apoyo republicano a Trump es tan alto es engañoso, puesto que podría estar sucediendo que republicanos decepcionados de Trump dejan de llamarse a sí mismos republicanos.

Existe evidencia de ese comportamiento: “La proporción de encuestados que se identifican con el Partido Republicano ha disminuido durante la Presidencia de Trump en forma veloz desde los registros que había antes de las elecciones y, como resultado, el límite bajo de la aprobación partidista de Trump es mucho más bajo que el que existía en un punto comparable con la Presidencia de Obama”, indica un estudio de Pablo Montagnes, Zachary Peskowitz y Joshua McCrain, investigadores de Emory University.

En la medida en que la consistencia ideológica sea alta, sin embargo, el apoyo a los candidatos republicanos y demócratas sería fundamental. En un trabajo de Patrick Tucker (Yale) y Jon Rogowski (Harvard), se demuestra que en la carrera a la Cámara de Representantes en 2006 los electores “prefirieron candidatos con altos niveles de predictibilidad ideológica”.

Mientras más al centro el candidato, más impredecible de vuelve. Los candidatos republicanos (en rojo) tienden a diferenciarse mejor que sus contrapartes demócratas (azules), por lo que los republicanos se vuelven más predecibles para los votantes.

Patrick Tucker, investigador del Centro para el Estudio de Política Americana en Yale University, aclara que no es posible medir el efecto de los eventos recientes sobre el curso de la actual campaña. “Con todo, lo que nuestro paper muestra es que en el curso de una campaña al Congreso, es muy improbable que aquellos votantes que tienen resuelto su voto al inicio de la temporada de campaña lo cambien hacia el final de las elecciones. Al mismo tiempo, hay una proporción considerable de votantes que están indecisos al inicio de la campaña. Si acaso los hechos recientes tuvieran algún impacto en 2018, y quiero ser cuidado en destacar que no estoy seguro de si eso ocurrirá, esperaría verlo entre esos electores inicialmente indecisos”, comenta el politólogo.

De hecho, agrega Tucker, fueron los indecisos de 2016 quienes permitieron el triunfo de Trump.

¿Están esos votantes escondidos ahora? En los sondeos suele haber mucho de barra deportiva. “Las personas pueden no compartir sus verdaderas opiniones, porque no quieren hacer lucir a su lado como más débil”, sostiene Fowler. Esa apreciación, no obstante, podría ser igualmente válida al revés: las personas que comparten la incorrección política de Trump pero no se atreven a decirlo en público, lo rechazan en las encuestas y lo apoyan en las urnas. Esta última apreciación sobre los “votantes tímidos” de Trump ha sido desarticulada por Andrew Gelman, del Centro de Estadísticas Aplicadas de la Universidad de Columbia.

Lo más relevante para las elecciones son los resultados económicos. No hay mucho más. En la medida en que la economía marche en forma saludable, con creación de trabajos, alzas salariales y oportunidades de inversión, así como una inflación bajo control, las perspectivas de triunfo electoral aumentan.

Ya se trata del presidente más impopular en un contexto de buenos indicadores económicos. “La economía es lo único que lo mantiene a flote”, destaca David Barker. La izquierda, agrega, no le dará crédito por eso y lo rechazaría incluso si Trump no hubiese iniciado guerras comerciales, incomodado a los aliados del país o “acurrucado” con Putin.

“Puede ser que decisiones de política exterior no sean buenos predictores de elecciones porque la mayoría de los presidentes hace cosas razonables, pero si Trump hace cosas peligrosas e imprudentes en la esfera exterior, puede también puede provocar grandes consecuencias electorales”, comenta Fowler. En las raras ocasiones en que la economía no explicó un resultado electoral, sí parecieron hacerlo los altos números de bajas militares.

“En cualquier caso, en las encuestas presidenciales Trump tiene un desempeño peor o casi igual a la mayoría de los presidentes que en su segundo año sufrieron derrotas de midterm. Por eso resulta difícil identificar si los escándalos más recientes son decidores en los comicios”, plantea Tucker.

De acuerdo con el sitio web Real Clear Politics, que agrega en una sola medición las encuestas más importantes, la carrera de la Cámara de Representantes se ve más auspiciosa para los demócratas, hoy en minoría allí.

 

Los distritos con color azul indican probable victoria demócrata, y con rojo, victoria republicana. Mientras más intenso el color, más probable la victoria de ese partido, y mientras menos intenso, las mismas probabilidades decaen. El color gris indica insuficentes datos, pero el gris oscuro indica que el resultado, según las encuestas, es muy amplio como para proyectar un vencedor. Créditos: Real Clear Politics

Barker prevé que los demócratas obtendrán 35 escaños adicionales en los midterms, lo que está por sobre el promedio histórico, pero bajo si se mide con presidentes que han tenido esta disminuida popularidad. Podría ser mayor si no fuera, además, por la reconfiguración de los distritos (o “gerrymandering”, en inglés) que beneficia a los republicanos. “Los demócratas necesitan ganar el ‘sufragio genérico’ del voto popular, a nivel nacional, por una brecha de seis puntos si desean obtener un resultado favorable”, prevé el académico de American University.

En el Senado el asunto es particularmente más difícil para la oposición. No solo se elige apenas un tercio de esa cámara en esa elección, sino que, de los 33 escaños, los demócratas defienden 24, y los republicanos, nueve.

Los estados con color azul indican probable victoria demócrata, y con rojo, victoria republicana. Mientras más intenso el color, más probable la victoria de ese partido, y mientras menos intenso, las mismas probabilidades decaen. El color gris indica insuficentes datos, pero el gris oscuro indica que el resultado, según las encuestas, es muy amplio como para proyectar un vencedor. Créditos: Real Clear Politics

En el campo de las probabilidades, hoy resulta más factible que los demócratas terminen, en términos agregados, con un escaño más que antes. Es decir, llegarían a los 50 puestos en el Senado, de un total de 100. Pero ello no sería suficiente: ante un empate en el Senado, quien dirime una votación es el Vicepresidente de Estados Unidos (Mike Pence).

Según Barker, aunque es improbable que los demócratas obtengan una diferencia positiva de dos escaños o más, “ciertamente eso podría ocurrir”.

La otra de las batallas está en las elecciones de gobernadores. En noviembre se renovarán 36 de las 50 gobernaciones estatales. Hasta ahora, los pronósticos vuelven a darles a los demócratas una ligera ventaja en estados hoy controlados por republicanos, como Florida, Arizona, Maine, Michigan y Nuevo México.

Estados donde habrá disputa por gobernaciones. Los estados con color azul indican probable victoria demócrata, y con rojo, victoria republicana. Mientras más intenso el color, más probable la victoria de ese partido, y mientras menos intenso, las mismas probabilidades decaen. El color gris oscuro indica que el resultado, según las encuestas, es muy amplio como para proyectar un vencedor. Créditos: Real Clear Politics

 

La polarización exacerbada

La politóloga Jennifer McCoy, de la Universidad Estatal de Georgia (GEU), ha realizado una extensa indagación comparada en las causas de la polarización política. Lo que ha ocurrido en las últimas semanas en Estados Unidos, responde, “exhibe muchas de las características de una severa polarización con consecuencias perniciosas para la democracia”.

Su advertencia no es casual. En su paper más reciente este año, coescrito con Thamina Rahman (GEU) y Murat Somer (Universidad Koç de Estambul), se describe con precisión que las tendencias polarizadoras no apuntan únicamente a la creciente distancia ideológica entre partidos políticos, sino a cómo las diferencias se acumulan en una sola dimensión.

Donald Trump en la Casa Blanca. Créditos: Casa Blanca

Cuando la polarización —que refleja actitudes como “negar la sal y el agua” al oponente incluso antes de debatir— se torna más extrema, la opinión pública se despeña. Deja de escucharse. Distintas investigaciones han demostrado, por ejemplo, que las redes sociales, en particular Twitter y Facebook, se transforman en mundos aislados entre personas que piensan parecido. Entre quienes participan allí se percibe que están todos de acuerdo, pero es un falso reflejo, pues en realidad no se enteran de quienes ven el mundo diferente. Ese estado de cosas tiene nombre en las ciencias políticas: polarización partidista afectiva o, más coloquialmente, “tribalismo”, como la bautizó James Fallows (The Atlantic), inspirado por el clásico Idols of the Tribe: Group Identity and Political Change (Ídolos de la tribu: identidad de grupo y cambio político), de Harold Isaacs. En esa lógica, cada “tribu” se aparta de la otra y terminan viéndose como enemigas más que rivales.

David Barker, de American University, enfatiza que la polarización más elevada está enquistándose. “Hay una creciente naturaleza tribal de los partidismos en Estados Unidos: en estos días, los republicanos apoyan a los presidentes republicanos, y los demócratas a los presidentes demócratas, casi sin importar qué”. El que la oposición a Trump sea tan firme entre los demócratas, los medios de comunicación, la academia, Hollywood e incluso la ‘intelligentsia’ republicana solo hace que su base de apoyo se endurezca, agrega este especialista. Súmese una investigación en curso por la trama rusa e incluso el que los conservadores tienden a ser más consistentes en estos apoyos que los liberales, para entender cómo el trumpismo fortalece la tendencia polarizadora política norteamericana.

Donald Trump y Brett Kavanaugh. Crédito: Casa Blanca

Hay otro ejemplo muy actual, relacionado con la nominación de Brent Kavanaugh como nuevo ministro de la Corte Suprema de Estados Unidos. Ocurre que durante décadas, la confirmación de un juez para esa instancia requería de dos etapas: en la primera se necesitaba un quórum del 60% del Senado para seguir adelante con una votación de confirmación, tras lo cual bastaba la mayoría absoluta (50% más uno) para ratificar al nominado. La primera parte, la del 60%, no tenía como otro objetivo que el alcanzar un primer apoyo bipartidista para debatir. Así de simple. Se evitaba de esa manera que, ante determinados nombramientos, los legisladores hablaran por horas y horas en un afán de dilatar innecesariamente la decisión. A ese fenómeno de hablar indefinidamente para obstruir un tema se le llama filibusterismo, pero la regla para acabarlo, más conocida como “cloture” (cierre del debate) o n° 22, requiere justo el 60% del apoyo parlamentario.

“Sin normas como esta, un partido puede imponerse en el otro extremo de decisiones o bien designar gente extrema para importantes cargos”, resume McCoy. El problema es el precedente: cuando haya cambio de signo político, “el otro partido intentará revocar todas las decisiones y el país puede experimentar movimientos pendulares salvajes. O un partido puede continuar para ganar más poder y avanzar hacia el cambio de las normas e instituciones para que estén a su favor, como ha ocurrido en Venezuela y Turquía”, advierte.

El cambio de reglas de nominación no comenzó con Trump, en todo caso. Fue la administración de Obama la que se saltó la regla de los 60 votos con jueces de menor jerarquía, decisión que justificaron como respuesta a lo que denunciaban como un obstruccionismo republicano permanente a las nominaciones del presidente demócrata. La administración Trump tomó la idea y la aplicó para un juez de la Suprema el año pasado, cuando pasaron directamente a la votación para confirmar a Neil Gorsuch como sucesor de Antonin Scalia. Hubo filibusterismo demócrata pero, en otra ruptura de reglas tradicionales, los republicanos acabaron con el debate por medio de una mayoría simple. Fue la llamada “opción nuclear”. Al final, incluso tres demócratas se sumaron al voto de mayoría para confirmar a Gorsuch.

“El proceso completo es una indicación de una polarización dañina”, afirma Jennifer McCoy, de la Universidad Estatal de Georgia: “Las normas de comportamiento se rompen y cada partido, pero más fuertemente el Partido Republicano, actúa para sus propios intereses y se rehúsa a negociar y cooperar con el otro para asuntos nacionales importantes”, describe.

La confirmación de Kavanaugh debería partir con un voto positivo del Comité Judicial el 20 de septiembre, y la ratificación mayoritaria del Senado una semana después. Para entonces, con una Corte Suprema de mayor inclinación conservadora, medios liberales atizando más las debilidades de Trump y un público más exacerbado, la política norteamericana habrá acumulado más evidencia para su nueva lógica de polarización perniciosa.